Mis dedos acarician el vidrio del vaso antes de abrazarlo y acercármelo a una corta distancia de las fosas nasales. Inspiro el aroma. Le doy un sorbo; mis papilas me cuentan los matices del sabor, los ingredientes, el trabajoso y paciente proceso de elaboración y su procedencia. Dejo el Whisky sobre la barra sin casi hacer ruido alguno. No hay hielo en el vaso, es un trago auténtico, sin añadidos, tan auténtico como Paco, que limpia copas al otro lado de la barra siguiendo un rito ancestral que los barman siguen desde incontables generaciones.El peculiar y añejo olor del lugar me trae muchos recuerdos; demasiadas noches vividas
entre las viejas paredes de este oscuro local.
—Estoy cansado. —digo tranquilamente sin ningún ánimo en especial.
Paco me mira, no emite sonido alguno pero asiente ligeramente con la cabeza indicando con su mirada que me entiende, con esa mirada que los barman han llegado a desarrollar y perfeccionar con el tiempo.
—Creo que lo voy a dejar —continuo sin dejar de mirar el whisky que está entre mis manos.
—Si eso es lo que sientes que has de hacer, estará bien.
—Son muchos años a mis espaldas viejo amigo, ya no tengo la fuerza ni los reflejos que alguna vez tuve.
—Has arriesgado mucho durante mucho tiempo, si quieres un descanso, lo tienes merecido. Solo espero que no dejes de venir a verme. Al menos, cada noche que apareces, sé que estas vivo.
—Viejo chacal —sonrío— ¿dónde puedo estar mejor que aquí? Bueno, quizás en una playa tropical, pero ahí no tienen tu whisky. Creo que voy a jubilarme.
La expresión de Paco se endurece. Veo cómo acerca lentamente su mano a la barra, debajo de la cual hay una escopeta preparada. Le miro directamente a los ojos y muevo la cabeza de un lado a otro indicándole que pare su acción.
—Así que jubilarte —suena una voz jovial detrás mío— que casualidad, justamente para eso he venido.
Me impulso suavemente en la barra y giro despacio mi taburete para darle la cara al recién llegado. Es un joven que roza la treintena; se le ve seguro, esboza una sonrisa. El hecho de que no tenga la cara cubierta indica que espera ser el único que salga con vida de la estancia.
—De modo que has venido hasta aquí para ayudarme, todo un detalle de tu parte.
—He oído lo que comentabas mientras bajaba las escaleras, e irónicamente el motivo de mi visita es justamente ese: alguien te quiere fuera de circulación. Así que todos acabaremos contentos con este encargo —gesticula extendiendo las manos mientras sonríe deleitándose en su conclusión.
—Supongo que sabes quien soy; aún así has aceptado el encargo.
—Siempre me informo bien antes de aceptar cualquier encargo y bueno, nunca rechazo uno bien pagado.
El joven saca de su chaqueta una pistola y me apunta. Miro atrás para asegurarme que Paco no hace ningún movimiento en falso y vuelvo a mirar a mi interlocutor.
—¿Sabes cómo me llaman?
—Sí, «El Mago».
—Exacto, «El Mago», porque conmigo todo puede pasar. Por ejemplo, mira esto…
Me llevo la mano lentamente dentro de mi chaqueta, el joven se tensa y me apunta con su arma. Poco a poco saco mi mano extrayendo una pistola exactamente idéntica que la suya.
—Mira, que casualidad —indico mostrando una gran sonrisa— son completamente iguales.
—Que decepción, yo esperaba que sacaras un conejo.
—De hecho, bien podría ser esta tu arma y tu estar empuñando una copia sin balas, ¿no la notas un poco ligera?
El joven muestra una expresión de sorpresa.
—¿Qué tontería estás diciendo? Tengo una bala con tu nombre aquí mismo, en la recámara.
—¿Estás seguro? La mía tiene balas, las tuyas, sólo que no tienen mi nombre.
—¡Estás chocheando viejo! Yo te daré por fin el descanso que mereces.
—Bien ¿por qué no aprietas el gatillo y salimos de dudas? Mientras no lo hagas, existe alguna posibilidad de que sí tengas el arma cargada, en tanto no lo hagas, esa posibilidad te mantiene con algo de poder, pero sabes de sobras que en el momento que aprietes el gatillo, ya nada te respalda, estarás muerto.
Una gota de sudor surca la cara del joven. Le apunto con el arma que proclamo suya.
—Vaya, cómo pesa —digo sonriendo cada vez más animado.
El joven sigue frente a mí, encañonándome, pero sin disparar, su sensación del peso del arma ya no está clara y se encuentra desorientado. Un fuerte ruido acaba con todo. El cuerpo inerte cae bruscamente al suelo. Las últimas bocanadas de humo salen del cañón de mi arma.
—Pobre iluso, ¿cómo pudo pensar que le había dado el cambiazo? En una profesión como esta, no puede uno permitirse un segundo de duda. Al final, parece que ha recibido una jubilación anticipada.
—Paco, perdóname por dejarte este muerto, nunca mejor dicho.
—No te preocupes, si hubiera acabado contigo yo hubiera sido el siguiente.
—Bien, ayúdame, vamos a arrastrarlo a la trastienda antes de que entre alguien.
Los dos hombres veteranos se encargan del joven. Por unos instantes, el viejo mercenario envidia al joven fiambre, pues aún de forma manera precipitada, puede por fin descansar.
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