Bosque mortal

Capítulo I

La excursión

Esa mañana los gritos llenaban la casa, mamá regañaba a todos sin medirse en sus palabras, yo, (que por diminutivo me decían “Robi”) y Julia éramos los típicos hijos evitando un encuentro con su madre que los colocara en el “ojo del huracán”, es decir, en medio de regaños de mi angustiante madre y su gran capacidad de conectar hechos entre sí que te hacían perder el hilo del exhorto mismo.

Ana, mi mamá, desde la cocina y mientras hacía el desayuno, gritaba a papá por dificultades con el grifo de la lavaplatos, el cual desde hace ya varias semanas goteaba sin cesar una y otra vez. En ocasiones, el agua salía sucia y esto molestaba aún más a mamá, ¡No tengo paz!, exclamaba, mientras lidiaba con una puerta rota del cajón de la cocina.

Aquellas gotas que golpeaban una y otra vez al caer le recordaban en cada eco su triste realidad y lo frustrante que había llegado a ser su vida, -al menos desde su óptica-, porque mamá no solía ser el tipo de mujer casera sonriente ante las dificultades del día a día o feliz por la bonita familia que tenía, mamá era, sin decirlo-, el reflejo de una profunda desdicha ocasionada por una vida que nunca pidió o quiso tener.

Papá, del que me habían puesto el mismo nombre, en cambio era más desenfadado, quizá porque siempre estaba con una cerveza en la mano o quizá porque ya se había resignado a su realidad; él no era infeliz, -al menos no en apariencia- ya que, siendo un hombre de poco hablar solía sonreírnos con más frecuencia y evitar que lo viéramos molesto.

La primera en nacer fue julia, quien con 15 años había caído en el habitual comportamiento abstraído de los adolescentes, solía pasar mucho tiempo metida es su música y conversaba poco con mis padres, de hecho, intentaba evitarlos como si se tratasen de desconocidos que solo compartían la misma morada.

Recuerdo que, con tan solo nueve años, me paseaba por la casa observando todo y alcancé a detenerme frente a Julia mientras ella escuchaba música en el sofá de la sala con sus audífonos puestos.

Recuerdo que le pregunté

¿Qué estas escuchando?

¿Cómo dices?-,

Luego de liberarse un oído-

¿Qué escuchas?

Repetí temeroso-

Ella tomó sus audífonos y me los colocó amablemente mientras sonaba la canción muy pegada en ese momento “Can´t Help Falling in love” interpretada por UB-40.

Caminé con mi cuaderno de dibujos y al ver por la ventana observé a papá en el frente de la casa colocando cosas en el carro y me acerqué sin dudar. Cuando lo encontré justo papá trataba de colocar otra maleta dentro del maletero del carro casi forzando su capacidad

¿Qué tal si me ayudas con esa caja?,

Me dijo señalando una pequeña caja en el suelo que tenía ciertas provisiones de alimentos.

La mire buscando confirmación.

si, por favor hijo– respondió papá, así que entusiasmado levanté esa caja y se la entregué sintiéndome realizado de haber ayudado a papá.

Papá me dice mientras termina de guardar todo y cierra el maletero del auto,

-Yo, este será un viaje agradable, espero que la pasen bien-

Recuerdo que insistí en mi habitual pregunta

– ¿puedo llevar mi cuaderno?

Papá sonrió

-¿alguna vez lo has dejado?-

Entonces papá entró en la casa mientras se siguieron escuchando en el fondo los murmullos y gritos de mamá reclamando por una cosa y otra.

Es el día previo al viaje vacacional que cada año hace la familia, así que todos están listos -aunque algunos no muy animados- y hace cada quien su parte para tal fin.

Al día siguiente desperté y mi hermana me miraba fijamente luego de haberse acostado con sutileza,

despierta bello durmiente

Me dijo

es hora de irnos de viaje-.

Yo salte emocionado de la cama y busqué de inmediato mi ropa tratando de elegir la mejor más, sin embargo, Julia me ayudó pues con mi edad, no era muy atinado en la selección.

Luego de todos los arreglos previos al viaje, y siendo temprano en la mañana, solo faltaba que papá se montara en el carro y arrancara, pues todo estaba ya preparado y listo para iniciar el viaje. Desde mi ventana, ya en mi asiento, observaba como mama le discutía a papá por muchas cosas que no lograba entender, pero papá siempre evitaba confrontarla disfrutando su cerveza que solía acompañarlo.

Papá se montó al carro, encendió el motor y volteó a verme con un guiño amable que precedió mi sonrisa para finalmente iniciar el tan esperado viaje.

A pesar de que papá se medía intentando disimular su embriaguez, mamá lo notaba siempre, y ya casi acostumbrada solía ignorarlo pues a pesar de ello, papá era siempre un hombre reservado y alejado de los problemas, confrontaciones y en realidad solo tomaba un par de cervezas seguidas.

Recuerdo que una vez un hombre golpeo la parte trasera del auto de papá y en un claro intento de evitar su responsabilidad culpaba a papá de haber retrocedido sin verlo.

Era claro que no había sido así, pues papá ni siquiera se encontraba dentro del carro en ese momento, sin embargo, lejos de molestarse, terminaron los dos como viejos amigos compartiendo unas cervezas al atardecer.

Papá siempre decía “no hay contienda que una buena cerveza, no pueda resolver”.

Volviendo al viaje, papá siguió conduciendo por mucho rato ya camino al bosque, donde pasaríamos “las mejores vacaciones de nuestras vidas” al menos es lo que recuerdo reflejaba aquel folleto que se ubicaba doblado detrás del asiento de mamá acompañado de un hermoso lugar promocionado como “casa de verano”, “-venga y disfrute con su familia en este hermoso lugar lejos de la ruidosa ciudad”-

Es allí a donde vamos, dice Julia,

Y yo, sonreí, como siempre para ella.

Luego de cierto tiempo de recorrido, yo distraía mi atención entre dibujos y la carretera, Julia se mantenía callada sumergida en su colección de música moderna y mirando por la ventana, mientras mamá comentaba algunas cosas relativas al viaje que fueron interrumpidas por papá,

es tiempo de llenar el tanque-,

mientras daba pequeños golpecitos al marcador.

Cuando llegamos a una estación de gasolina, papá se bajó para comprar algunas cosas y pagar pero, en el instante en donde están llenando el tanque llegó al lado una camioneta algo vieja que se estacionó para poner gasolina igualmente y de la cual se bajaron un par de hombres desaliñados, sucios y de aspecto poco amable.

Uno de ellos, vestía una típica braga de campesino suelta en uno de sus tirantes, su camisa remangada dejaba ver tatuajes y cicatrices muy intimidantes, lo supe, cuando se detuvo junto a mi puerta agachándose y riéndose tan cerca como el vidrio de la ventana se lo permitió.

Pero mamá se percató de ello, y no dudó en mirarlo a lo que este, -luego de secar su sudor con su leñera roja-, le preguntó:

-¿Qué estás viendo idiota?

Mamá saltó de su asiento y le gritó

¿Qué te pasa maldito infeliz?

Mientras se bajaba del auto para confrontarlo con tal seguridad que el hombre se vio obligado a replegarse no sin antes decirle,

-¡Tienes suerte que no estemos solos maldita loca!

Pero mamá, lejos de intimidarse le respondió

-¡si estuviéramos solos tendría tus bolas de brochetas incrustadas en mi cuchillo!

Mamá volvió al carro maldiciendo a toda voz y dejando claro ante todos los presentes que no era el tipo de mujer que se espantaba ante cualquiera.

Yo, desde mi asiento observé y escuché todo con gran sorpresa, aquel hombre me había asustado mucho, pero por el contrario, mamá pareció asustarlo a él, al menos eso pensé.

Entonces bajé el vidrio de la ventana y seguí dibujando y casi al instante, una voz llamó mi atención diciéndome,

parece un lobo-,

Busqué la voz que me hablaba y esta vez, dentro de la camioneta de aquellos hombres, vi a un niño un poco más grande que yo, -quizá 13 años- que esperaba sentado.

¡es un lobo!

Yo sin titubear le respondí, no, es un oso, a lo que el chico extraño respondió sonriendo,

-Si lo miras bien, parece un lobo.

Luego, y debido a la insistencia del otro chico, yo observé más detalladamente mi dibujo y comprendí que en efecto parecía un lobo, lo que ocasionó que, con evidente molestia, arrugara yo la hoja y la arrojara por la ventana. Pero aquel chico desconocido agregó:

-Hay muchos lobos por acá.

Papá ya vuelve de pagar en la tienda, se monta en el carro y enciende el motor comentándole a su mujer que la escuchó gritar,

-¿todo está bien?, -pregunta-

sí, nada importante,

agregó mamá mientras abandonábamos el lugar en el carro.

En tanto el carro se alejaba, yo no pude evitar mirar hacia atrás buscando a aquel chico incómodo que había logrado molestarme, entonces miré que él se había bajado de la camioneta y también recogido el papel mientras me veía igualmente en la distancia.

Yo, no muy agradado por lo ocurrido, volví a sentarme y comenzado a dibujar nuevamente otro oso,

-esta vez será solo un oso-

decía para mí, ¡chico tonto!,

Repetía a voz baja un par de veces más hasta callar.

A unos kilómetros ya adentrados en la ruta del bosque, papá había detenido el carro, me asomé curiosamente y observé un imponente árbol caído el cual obstruía el camino.

Papá se bajó junto a otras personas que se encontraban ya en el lugar igualmente retenidos por aquel árbol caído y luego de varios intentos por moverlo, comprendieron que solo contaban con dos opciones, regresar o buscar una ruta alterna.

Entre todos los carros que se encontraban en el lugar algunos decidieron no seguir y se devolvieron, por el contrario, papá junto a otros hombres y sus familiares, decidieron continuar tomando rutas alternas.

Por mucho rato los vehículos viajaban juntos, pero de a ratos podía observar cómo papá saludaba a vehículos que pasaban en el sentido contrario.

Pensé que quizá estábamos cerca del lugar y que papá conocía a muchas personas, pero comprendí que realmente se despedía de las personas que decidían devolverse al no encontrar una ruta para reincorporarse a la carretera.

al rato de estar rodando, mamá se da cuenta que el camino se va espesando de vegetación y la ruta comienza a ser de tierra con lo cual le comentó a papá:

No creo que sea buena idea seguir por esta ruta,

A lo que Papá insistió desestimándole en su preocupación intentando avanzar un poco más y asegurándole que si no encontraba la incorporación a la ruta nos devolveríamos.

Pero para ese momento ya solo un vehículo más nos acompañaba en el recorrido y pude ver, que papá decidió detenerse para conversar con ellos, entonces desde mi asiento miré como estrecharon sus manos y se despidieron, fue la última vez que vi a aquel auto.

Papá, ya cansado se montó en el auto y dijo que el viaje se suspendía y que debíamos regresar, entonces todos nos entristecimos, pero la oscuridad de la noche, el sentirnos solos y en un lugar desconocido, nos rebasó al instante, coincidiendo que debíamos volver.

Papá, quien ya estaba decidido a regresar a casa, se baja del carro para orinar y mamá le reclamaba molesta qué debería esperar volver a la estación de gasolina, a lo que él respondió con tono cansado que no creía que pudiera aguantar su vejiga.

Se podría decir que quizás, si él no hubiese sido bebedor asiduo de cerveza, su vejiga gozase de un comportamiento más acorde con el momento, pero ya ven que toda trágica historia comienza con un sutil detalle, evento o incluso descuido.

Entonces él se alejaba unos pasos buscando un lugar para orinar y yo lo observaba mientras él me hacía muecas graciosas en su recorrido que no iba más que a unos metros del carro, recuerdo que sonreía calladamente sin saber que no lo volvería a ver nunca más.

Esa noche de luna llena, se podía distinguir con claridad la espesa bruma del bosque mientras papá se paraba a orinar, por segundos algo en el cielo captó mi atención, había en el entorno un extraño silencio que lejos de calmarme aceleraba inconscientemente mi corazón. Mi mirada, ahora distraída el cielo estrellado, había sido atrapada por una estrella fugaz que se fundía en el infinito y casi de inmediato brotaba otra que parecía perseguirla al mismo final.

Cuando volví mi mirada a donde papá estaba, él había desaparecido, me llené de desconcierto, pero no imagine nada más que pudiera alertarme, así que volví unos instantes a aquel cielo estrellado como esperando ver otra estrella fugaz, entonces un movimiento entre los arbustos me atrajo, y ajeno del tiempo transcurrido noté que papá no volvía.

Los grillos y animales escondidos en la clara noche se hacen oír, para ellos es una noche más, para mí, el inicio de la peor noche de mi vida.

Yo sigo mirando intrigado una y otra vez al mismo lugar donde papá se desvaneció en la oscuridad del bosque, a solo unos pasos del carro, sentía que él estaba ahí, que todo estaba bien, que en cualquier momento saldría y con su sonrisa volvería al carro para regresar a casa, como si nada pasó, como si todo fuese parte de la imaginación de un chico de nueve años.

Miraba a mamá esperando que ella lo haya notado, sin embargo, ella solo esperaba recostada, algo nuevamente se movió entre la vegetación y entonces toqué por el hombro a mamá,

-mamá, papá no lo veo.

Pero ella, disimulando su preocupación con un explosivo enojo giró su cabeza en la misma dirección y desde su asiento notó que en efecto no estaba,

¡Robert! Pero él no respondía ni se escuchaba nada.

¡Robert!

Insistía, ya en voz más alta, entonces ya bajándose lentamente del carro empezó a caminar hasta donde lo vio entrar por última vez, mirando a los lados con cautela y tratando de encontrar una respuesta mientras caminaba.

Yo seguía observando todo, desde mi asiento, las discusiones en solitario de mamá y el silencio permanente de Julia habían sido lo más significativo del viaje hasta ahora.

De vuelta mamá se encontraba algo molesta, odiaba tener que andar atrás de su marido, y entre gritos y malas palabras siguió su camino en su búsqueda y yo podía ver como coincidencialmente mamá se alejaba y se perdía de vista al igual que lo hizo papá. Mi estomago se achicó de repente, sentí que al igual que papá, sería la última vez que la vería.

Ahí me encontraba yo, solo en el auto, sin saber que pasaba mientras que Julia dormía plácidamente ajena de todo lo que ocurría.

No podía comprender si algo malo sucedía o era solo mi imaginación, tenía miedo, mucho miedo, imaginaba que algo les estaba pasando a ellos y que luego eso- lo que fuere- vendría por nosotros, entonces, como no pude hacer más nada, me puse a mirar el cielo y sin darme cuenta comencé a calmarme paseando mi mirada entre los espacios que separaban las estrellas, como quien traza una línea evitando tocarlas.

Entonces asustado, pero a la vez preocupado, decidí bajarme del carro e ir por ellos, sosteniendo con fuerza mi lápiz y mi cuaderno, no tardé en encontrar a mamá, sintiendo una gran satisfacción al ver que estaba bien. Pero ella simplemente no me miraba, solo observaba fijamente a pocos metros lo que parecía ser una silueta de un hombre sentado como en cuclillas, era papá.

Él se encontraba como sentado sobre lo que parecía ser una pequeña cueva, su rostro miraba al suelo y pocos movimientos lo acompañaban; mamá, con un gesto de duda, -casi imaginando lo que papá hacía-, intentaba acercarse lentamente,

  • ¿Robert? Le llamaba en tono firme;

Él levantó la mirada y entre temblores extraños le dijo,

  • ¡Váyanse!

Mamá, -quien no solía tomarlo muy en serio-, le repitió:

  • ¡debiste esperar ir al baño en la estación de servicio!

Imaginando que papá hacía sus necesidades y que por ello se ocultó de nuestra vista.

No obstante, yo seguí inerte observando, sintiendo que mamá sabía que algo extraño ocurría -y esto creo que era algo inconsciente, primitivo en su propia naturaleza de supervivencia, pues casi pude ver como su cuerpo se erizaba como suele ocurrir al paso de una repentina brisa fría o frente a un profundo miedo. Esta percepción se agudizó aún más, cuándo lo escuchamos gemir de dolor. 

A ver si te limpias bien las manos cuando acabes -agrega mamá-, como quien intenta distraer su realidad, forzando el dejar a un lado esa extraña sensación que le punzaba en la barriga.

¡Ana!

Se escuchó de nuevo con mucho más dolor.

Estas palabras parecieron atascar sus pasos que ya iban de regreso, en una contrariedad que nuevamente la detuvo y luego de una exhalación frustrante, evitando verlo y tomando mi mano, le respondió,

¡Solo apúrate, carajo!

Ambos alcanzamos a dar dos pasos cuando papá volvió a decir con fuerte quejido buscando su atención,

Ana, solo vayan al carro y váyanse de aquí ya.

Pude ver la mirada de mamá perderse en el vació mientras detuvo su caminar, me miró y me dijo:

Vuelve al carro Robi.

-¡mamá!

Insistí,

¡Solo hazlo, Robi, y cierra las puertas!

Mientras soltaba mi mano que me impulsó dos pasos al frente, como forzando mi caminar. Comencé a caminar, a paso lento y cuando logré distanciarme un par de metros no pude evitar voltear, entonces, justo ahí, ante los ojos atónitos de mamá, pude ver como como papá fue arrastrado al fondo de esa cueva donde parecía que estaba sentado.

¡Papá!

Grite con todas mis fuerzas apretando mi cuaderno a mi pecho, mientras mamá corría hacía él intentando agarrarlo, pero antes siquiera que pudiera dar dos pasos, él había desaparecido en la oscuridad de esa cueva, emergiendo en su lugar la silueta de un imponente y feroz lobo que miró con extrema furia a mamá mientras exhibía sus colmillos aún con los restos de sangre de papá.

Los gritos y gemidos que dejaban saber el profundo dolor que estaba sintiendo Papá en el fondo de aquella cueva no impidió que mamá comprendiera nuestra situación, ya no podía hacer nada por él.

Entonces ella volteó hacía mí y volvió a gritar con su rostro horrorizado

¡Robi, vuelve al carro y cierra todo!

Y esta vez, sin dudarlo le hice caso, corrí con todas mis fuerzas y en instantes entre al carro casi asfixiado por el susto, respirando agitadamente y con el cuaderno empapado de mis lágrimas; recordando la mirada de papá aun cuando no me veía a mí, recordando esos colmillos que me hacían cerrar los ojos de terror, escuchando aún aquellos gritos que ya podía distinguir si estaban en mi mente o todavía ocurrían.

Por instantes el terror me paralizó y solo me repetía a mí mismo, que todo era un sueño, cerraba mis ojos y esperaba despertar en cualquier momento. Pero miraba al asiento de mamá y ella no estaba ahí, así que desesperado y en profundo silencio, miraba por la ventana esperando que ella apareciera y volviera con nosotros, más esto no ocurría, y los minutos se hacían lentos en la espera, mamá no volvería, pensaba.

Seguía con la mirada profundamente fusionada a aquel lugar, buscando con mis ojos incansable y desesperadamente desde el carro el paradero de mamá y papá, mi corta edad no me dejaba abandonar la idea de que papá estaba bien, volteaba a ver a Julia, pero ella se encontraba profundamente dormida. En ese instante observé a mamá emerger de la nada caminando de espalda lentamente y en torno a ella, una jauría de lobos la rodeaban sin cesar.

Toda mi atención se perdía en aquel evento, mamá sostenía un tronco con fuerza evitando que estos lobos la alcanzaran, pero ellos, a pesar de mantener la distancia, nunca desistieron.

Podía yo ver la actitud cansada y sudorosa de mamá que expresaba una mezcla de espanto y terror disimulados en gritos incansables que acompañaban el constante movimiento del madero.

Mamá estaba a solo pasos del carro e insistía una y otra vez -claramente consciente que la situación no le favorecía -, pero mamá nunca supo rendirse sin luchar, y en ese momento menos lo haría, sobre todo al saber que de ello dependía nuestra propia supervivencia. Yo, mientras tanto, y sin quitar la mirada de mamá, insistí un par de veces en el brazo de Julia sin lograr tener su atención.

Mamá estuvo muy cerca de llegar al carro, cuando uno de los lobos me escuchó susurrarle a Julia y se desvió hacía el carro para intentar subirse, más sin embargo, mamá no está dispuesta a ponérsela fácil y busca llamar su atención:

¡Hey! ¡Hey! ¡Mírame maldito lobo salvaje, mírame a mí! espantándolo con el palo.

El lobo pareció no darle mucha importancia y vuelve de nuevo a intentar subirse, entonces mamá no lo pensó más y su lucha por sobrevivir se había tornado en salvar a sus hijos.

Recuerdo que con mucha furia se fue sobre aquel animal y le asestó un fuerte golpe que lo aturdió al instante y espantó, pese a ello, mamá no logró ver justo cuando otro lobo la atacó por la espalda derribándole al suelo.

Mamá no paraba de mirar la puerta del carro abierta, mientras los lobos la muerden por los costados y ella intentaba desmedidamente de detenerlos con aquel tronco. Mamá sorpresivamente logró reponerse y arrastrarse hasta el carro para con su último aliento desplomarse sobre la puerta en su trayecto hasta el suelo.

El golpe de la puerta finalmente despertó a Julia, quien gritó con mucho susto atrayéndo de inmediato la atención de los lobos.

  • ¿Dónde está papá?
  • Oye, oye, ¿Qué pasa?

Preguntó consternada.

Desde su puesto no alcanzó a ver nada.

  • ¿Qué pasa Robi? Me insistió.
  • Unos lobos atacaron a mamá, – respondí en profundo llanto y deseperación.

Ella tocó mi hombro y al ver que no estaban papá o mamá, se bajó del carro para dar la vuelta, sin saber que afuera seguían los lobos esperando.

  • ¡No!

Grite con todas mis fuerzas, pero ella solo me respondió

  • ¡No te asuste, mamá está bien!
  • ¡Hay lobos, no bajes! Repetí una vez más,

Y sin mediar evento alguno, dio la vuelta al carro y gritó con todas sus fuerzas intentando volver, pero los lobos se le fueron encima y la arrojaron al suelo mientras ella gritaba mi nombre una y otra vez.

De repente nada más se escuchó, el silenció volvió al lugar pero no pude ver como lentamente otro lobo se asomaba por la puerta de Julia que estaba abierta. La última presa reposaba inerte en el asiento de atrás sumido en llantos y silencios. Pero casi como si alguien me hubiese susurrado al oído me dije “abre los ojos” y fue justo en ese instante que, en un destello de desesperado instinto tomé la almohada de Julia y se la arrojé con todas mis fuerzas, haciendo que casi por reflejo, el lobo buscara evitarla para así darme el tiempo suficiente para cerrar la puerta.

Ya inmerso en esta horrible pesadilla, intenté calmarme, pero sin éxito, estaba solo, en medio de la nada, pero aún cuando no habían pasado ni minutos de todo esto, la puerta delantera se abrió y entró mamá. Sin saberlo, Julia había dado su vida por mamá, pues los lobos se fueron sobre ella desistiendo de atacar a mamá.

Mamá había logrado levantarse y entrar al carro, pero sus heridas y cansancio eran tal que solo alcanzó a decirme

-¡Estaremos bien Robi, estaremos bien!

y no habló más.

Por más que toque su hombro y la llame, no respondió más, fue solo una alegría breve, una última esperanza de quien se encuentra ya perdido. Mamá también se había ido.

Toda la situación me paralizó por completo, el terror -que solo puede sentirse desde la óptica de la inocencia propia de la edad-, se mezcla con la certeza de sentirme presa fácil, vulnerable y sin ninguna posibilidad de defenderme ante mi entendida fragilidad.

Sin respuestas, agitado en mi respirar y llorando incansablemente llamaba a mamá una y otra vez, pero ella ya no me escucha más, ya no podía ayudarme; repetía el nombre de Julia, de papá, pero un sonido de arrastre en el suelo llama mi atención y cuando miro por la ventana, una escena dantesca me dejó claro mi destino,  un lobo pasó a mi lado llevando por el hombro lo que quedaba de mi hermana quien aún parecía seguir viva a pesar de encontrarse casi en su totalidad descuartizada. Recuerdo que mi mirada se concentró en sus labios que aún se movían como intentando pedir ayuda mientras los lobos la arrastraron hasta la maleza para perderle de vista.

Cuando miré a mi lado, un lobo me observaba en silencio y luego de un instante, siguió el mismo camino del resto, su trabajo había terminado, al menos, eso pensé en ese momento y ahí estaba yo, sin nada que hacer, solo y sin futuro aparente.

Continuará.

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