Un chalet en el infierno-Parte II

Un chalet en el infierno-Parte II

Alan Berger

10/05/2021

Su cuerpo era un sismo grado cinco, al punto de que no había célula que no le temblara.

—¿Nos vamos? —sugirió el ser de luz.

Rocío no respondió.

El ángel se encogió de hombros, y volvió a chasquear los dedos, despidiendo un chispazo amarillo.

Un Volkswagen negro se deslizaba por las grises y resquebrajadas carreteras del interior uruguayo, rodeadas por un mar de llanuras verdes y alguna que otra vaca.

En el interior del coche, la familia Aguilera se sentaba en silencio, mientras un hombre de poblado bigote y sombrero negro y redondo, iba sosteniendo el volante. De pronto, el silencio se rompió:

—No puedo esperar a conocer a nuestro nuevo hermano— dijo Bernardo, elegante y burlón.

—¡Mamá dijo que era judío! ¿Enserio te vas a casar con un judío? — Sergio, si bien era 5 años mayor, todavía era incapaz de contener ciertos impulsos.

La madre, que estaba ya de por sí apretando los dientes, giró el cuello hacia atrás, y escupió:

—Sí, Sergio, es judío. Es lo mejor que pudimos encontrar dadas las condiciones. —antes de terminar la palabra “condiciones”, miró de reojo a su desdichada hija.

—Su padre es una persona brillante y muy educada. Se fueron de Berlín recién hace 2 años, y ya es uno de los empresarios más importantes de todo Montevideo. Judío o no, es una perla. —dijo Aparicio, el padre de la novia.

—Sí, vaya uno a saber a cuanta gente habrá cagado esta alimaña. —sentenció Mabel.

Un corto, pero incómodo silencio, se apoderó del automóvil.

—Bueno, esperemos que a… ¿Cómo era que se llamaba?

—Jáim. —murmuró Rocío.

—Ese mismo…esperemos que a ese tal Jaim haya pegado algo de su padre…y que largue algún mango, jeje.

Todos se rieron menos Mabel, que seguía rígida, y Rocío, que tenía su mano en la barbilla.

—Llegamos. —dijo el padre.

Rocío tragó saliva.

El campo era colosal; la casa, un monumento al buen gusto; en fin, por donde se mirara, era una preciosidad. De pronto, un hombre bajito vestido de pingüino y con una galera más grande que su cabeza, hizo acto de presencia:

—Bienvenidos a la propiedad Rosenberg: mi nombre es Cesar, para servirles.

—¡¿Ehh?! ¡¿Este es el judío?! —chilló Sergio. —Fue tal el sopapo que le dio su madre que casi lo tumba hacia un charco de barro.

El pingüino ignoró al ya no tan niño.

—Por favor, ¿serían tan amables de darme sus maletas? Las llevaré a sus respectivas recámaras.

La familia obedeció, y siguió al mayordomo hacia la mansión.

Apenas cruzaron el umbral, un hombre enorme y rubio fue directo hacia ellos.

—Hola, ¿cómo están? —dijo sin trabarse, aunque con un acento tan duro como sus hombros.

Con mucho respeto (e incluso, con un atisbo de alegría), Aparicio fue a estrecharle la mano al padre de Jáim.

—¿Qué tal, Sr. Rosenberg?

—Aparicio, por favor, dejémonos de tantas formalidades— el serio y musculoso hombre sacó de su arsenal una sonrisa tan radiante que casi hace que los demás vayan a saludarlo. —acto seguido, le dio un abrazo que casi lo parte en dos.

—¿Este es el patriarca judío? Parece un general de la SS. —le susurró Bernardo a su hermana, recibiendo un golpe a cambio, aunque una leve sonrisa como propina.

De pronto, a unos pocos segundos del chiste, el señor fijó su mirada de halcón en los hermanos.

—Eh, tu, ¡ven aquí! —dijo manteniendo su mirada en los hermanos.

—¿Q q que passso? —respondió Bernardo, a punto de hacerse caca encima.

—Rocío, ven aquí, ¡quiero conocerte!

Hizo fuerza para romper el hielo que le impedía moverse, y, como si del camino de la muerte se tratara, empezó a marchar.

El gigante la miró a los ojos, y luego de inspeccionar su alma, volvió a sonreír, y le dijo:

—Mi nombre es Mordejai, mucho gusto. —y acto seguido, le dio un abrazo que casi le saca los órganos para afuera.

Rocío no sabía si sentirse feliz o asustada, ya que si bien su futuro suegro parecía un amor, no estaba claro cuantos abrazos de esos iba a poder aguantar.

—Hola, ¿enserio sos judío? Pensé que ibas a ser gordo, bajito, y con la nariz grande.

Bernardo se llevó la palma de su mano hacia la cara, y a Aparicio le corrió la gota gorda. El silencio fue sepulcral.

La sonrisa de Mordejai se apagó como una vela en un cementerio. Soltó a Rocío, y como si de un zombi se tratase, empezó a andar poco a poco hacia el preadolescente.

—Niño ¿Dónde aprendiste eso?

—¿El que?

—Que los judíos somos así.

—De mi mamá… y un poco en la escuela.

Mabel no sabía si esconderse, asesinar a su hijo, o las dos cosas.

Mordejai suspiró. Miró al chico, se agachó, le puso las manos sobre sus hombros, y empezó:

—Hijo, ¿Qué ves?

—Un judío muy grande y enojado…

Ahora fue Aparicio el que se llevó una mano a la cara.

—Ten cuidado con lo que dices chico, y a quien se lo dices. Yo no voy a hacerte nada porque seremos familia en dos noches, pero otro no te daría un sermón, o al menos, no con los labios.

Sergio, en ese momento, por primera vez en su vida, experimentó el verdadero terror.

<=»»>—Aparicio esbozó una pequeña sonrisa, mientras se tocaba la barbilla.

—Jáim, ¡komm her!

A los dos minutos, un ser aún más grande que Mordejai, seguido de una mujer tan hermosa y delicada como un vestido de terciopelo, hicieron acto de presencia. Mordejai les dijo algunas palabras en alemán, y luego se dirigió a su nueva familia.

—Familia Aguilera, les presento a Jáim y Esther. —los nuevos alemanes miraron a la familia criolla, y dijeron a la vez:

—Guten tag.

De pronto, las pupilas de Bernardo se expandieron como platos, seguido de una leve elongación en su zona pélvica.

—Papá, me olvide de algo en el auto, ¡ya vengo! —y salió disparado.

—¡Pero te olvidaste las llaves! —claramente no lo escucho. Mientras se iba corriendo, la mujer alemana se tapó una carcajada con el puño.

La charla consiguiente fue protocolar, mayoritariamente protagonizada por los patriarcas de las familias. Bernardo estaba muy raro, siempre fue una persona extrovertida y divertida, pero en ese momento estaba callado y cabizbajo.

De pronto, Mordejai habló para todos:

—Para celebrar la unión entre la familia Rosenberg y la familia Aguilera, haremos una cena de Shabat. Vayan a sus habitaciones, apróntense para la ocasión, y nos veremos aquí a las 20:00.

—Allí estaremos, Mordejai.

Cuando los judíos dejaron la habitación (no sin antes Esther lanzarle una miradita al mayor de los hermanos), Bernardo tragó saliva e hizo una pregunta:

—¿Para la ocasión? ¿Qué es un Ya Vat? —preguntó, arqueando una ceja, y con toda la cara roja.

—Shabat, hijo, el día de descanso del pueblo judío. Siempre empieza con la primera estrella de los viernes, seguido de una abundante y deliciosa cena. Vengan chicos, les voy a explicar bien como se viste un hombre para la ocasión. —apenas se fueron de la sala, Mabel se acercó al oído de Rocío.

—Incluso habiéndote comprometido con la peor calaña de la sociedad, resulta que aun así, tuviste suerte; no te merecés un marido tan guapo.

Rocío quedó petrificada en el lugar, mientras su madre seguía escupiendo veneno:

—Ahora es donde tenés que demostrar lo que te enseñé a lo largo de estos años: vos sos SU mujer, y no al revés, no te olvides, y como tal, lo vas a complacer en todo sentido durante toda tu miserable vida, ¿me escuchaste?

Una lagrima le descubrió una línea de piel en un mar de maquillaje.

—Y dejáte de llorar, no tenés derecho.

Rocío agachó su cabeza.

—Gracias a vos, el buen nombre que una vez tuvimos, fue manchado. Nunca te lo voy a perdonar. —Y dicho eso, Mabel se largó.

Rocío, una vez más, se encontraba sola.

Bernardo

Eran las 18:00, y Bernardo ya estaba más que pronto, por lo que decidió dar un paseo por el campo. A pesar de los charcos de barro, el lugar era precioso, y el clima primaveral acompañaba la caminata. De pronto, frente a un lago, visibilizó a Esther, con un puro en la mano, mirando al horizonte.

Una sensación rarísima en el pecho lo invadió casi como Alemania a Polonia.

<=»»>—de pronto, como sí lo hubiese gritado, la mujer giró su cabeza hacia donde estaba el chico, paralizándolo en el acto. Sin cambiar su semblante serio, Esther lo llamó con el dedo.

Bernardo, como si fuese un robot, caminó hacia donde estaba la mujer.

—B b b b buenas ttttttardes, Señora Esther.

La mujer lo escaneó de arriba a abajo, y le respondió:

—Estar mirando mucho. —su mirada era como la de aquellas mujeres de revista con tapados de piel.

Bernardo no podía con el mismo, quería tragar saliva, pero no podía.

Esther, al detectar esto, fue acercándose poco a poco, como un puma hacia su presa.

Y a pesar de que hacía calor, Bernardo comenzó a temblar. De pronto, aquella hermosa mujer estaba a 5 cm de su espacio personal.

—P p perdone, Señora Esther, no v v volverá a pasar.

La señora lo miró fijo, pitó durante 4 segundos, y acto seguido, le lanzó una bocanada de humo al joven adulto.

—Vernos en el cena, cariño. —y dicho eso, se alejó hacia la casa. El magnetismo era tal que incluso hizo que Bernardo de unos pasos.

La vieja Rocío, que todavía permanecía con su ángel, observaba la escena con incredulidad.

Mabel:

Eran las 18:30, y la señora esperaba en la sala de estar, ya pronta y perfumada. De pronto, Jáim, espléndido, se sentó junto a la señora Aguilera.

—Guten Abend, guapa señora.

A los ojos de Mabel les faltó techo para subir más alto.

—No sea atrevido, Señor Rosenberg.

—Decir me Jaím, porr favor.

Así que esto venía desde mucho antes—se quejó Rocío.

Shhhh, seguí observando. —la calló el ser celestial.

—Está bien, Jáim. ¿En qué te puedo ayudar? —sabía perfectamente en qué, pero una mujer nunca tomaba el volante (al menos, no de forma explícita).

—¿Querer puro y un copa de vino? —Jáim, además de más atractivo y grande que su papá, también era seductor.

Después de una corta pausa, Mabel asintió impasible:

—Acepto.

Rocío estaba a punto de pegarle a los dos, hasta que su ángel le recordó:

—Lo hecho, hecho está. Aceptá lo que te tocó.

Rocío apretó su puño con furia.

Shabat

—Iom Ha shishi Va ye julú hashamaim…—Rocío no sabía si estaban en una cena de shabat, o sí estaban invocando a un demonio.

—Hermanita, ¿viste que bien que canta tu suegro? —Rocío se rio, tapándose la boca con su mano. Esta vez no podía golpearlo.

—Siempre fue bueno conmigo. —dijo con una lágrima espiritual corriéndole por la mejilla.

—A veces, fuerzas que incluso yo desconozco, tienen un papel crucial en el destino de los humanos. Una pena—a Rocío le pareció ver una leve mueca de tristeza en el impasible ángel guía.

Luego de hacer la bendición del vino, la del pan trenzado, y la de las velas, comenzó el banquete.

Mientras Mordejai y Aparicio estaban inmersos en sus conversaciones de negocios, una serie de miradas impuras invadieron el lugar.

De pronto, el ambiente libidinoso fue interrumpido por el constante chocar de una cuchara con una copa:

—Querida familia: creo que esta noche tenemos mucho por lo que celebrar…— empezó Mordejai.

Bernardo sintió algo duro que le rosaba la entrepierna con delicadeza. Esther miraba concentrada a su marido.

—…en primer lugar, por la unión de mi querido hijo, Jáim, que ya se convirtió en todo un hombre, junto con la dulce, dulce Rocío, que, con alegría, la recibimos en nuestra familia…

—Lejáim: brindaron todos al unísono.

—Y no solamente por su unión, sino también por la nuestra, ¡como familia!

Los aplausos inundaron el comedor.

—Por otro lado—empezó Aparicio—tenemos algo que anunciarles.

La ya casi consolidada familia, miró a los padres con atención.

—¡Hemos cerrado un acuerdo millonario, donde nuestras dos empresas colaborarán como negocios hermanos!

—¡Lejáim! —el aplauso se hizo aún más fuerte.

Luego del brindis, la cena continuó por una hora más, hasta que, por fin, todos se fueron a dormir.

Bernardo

El chico se encontraba durmiendo plácidamente.

De pronto, sintió un chillido de puerta.

<=»»>.

De pronto, sintió como su ropa interior se deslizaba lentamente hacia abajo, y su pene, era suavemente succionado por algo húmedo y tibio.

<=»»>—pensó, mientras tenía el mejor sueño de su vida.

Rocío sonrió mientras negaba con la cabeza.

—¿Estás lista? —le dijo el guía.

Rocío trago saliva, y sintió que un fuerte ácido le subió por la garganta.

Mabel

A Mabel no le atraía especialmente el prometido de su hija, pero lo que de verdad la encendía, era la idea de saber que iba a humillar a su hija.

<=»»>

Subió una escalera, y tocó en la tercera puerta.

—No esperar esto. —mintió el joven judío.

—Calláte— dijo la señora, empujando al chico para adentro.

Rocío fue incapaz de mirar.

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