Un chalet en el infierno–Parte 1

Un chalet en el infierno–Parte 1

Alan Berger

04/05/2021

El lugar era blanco y pulcro, pero, aun con esto, se sentía la tragedia. La máquina aquella que mide el ritmo cardíaco sonaba una vez cada mucho.

Rocío se encontraba entubada e inconsciente en una cama, esperando el evidente y frio abrazo de la muerte.

Aun siendo madre de 4 hijos, y abuela de 10 nietos, la deteriorada mujer estaba casi completamente sola en la habitación, salvo por los enfermeros que se turnaban para asistirla.

De pronto, su cuerpo tembló con fuerza, y la mujer recuperó la consciencia.

<<Creo que zafé de vuelta>> —pensó mientras empezó a dar vueltas por la habitación.

Voy a avisarle a la enfermera. ¿No debería haber sonado alguna alarma o algo? —en el momento en el que intentó abrir la puerta, empezó a sospechar la razón por la que nadie había acudido a revisarla.

Además…si me acabo de levantar después de tamaña accidente… ¿Cómo hago para estar caminando? —pero en el momento en que volteó a ver la cama, entendió todo.

—¿Estoy…

—No señora, todavía no está muerta.

Su corazón dio un vuelco, paralizándola en el acto.

—¿Q q qquieen soss?

—Jajajaj, creo que no lo comprendería ni aunque se lo explicara con peras y manzanas…

La mujer pasó de estar sorprendida a indignada; desde que enviudó, que nadie más había osado faltarle el respeto.

—…la respuesta corta es que soy…digamos, lo que ustedes los humanos llamarían, un ángel guía.

<<Este hombre me está tomando el pelo>> —Indignada, Rocío salió de su parálisis para mostrarle su peor cara a ese “ángel embustero”.

—Pero vos sos un gurí, ¿Qué ángel ni que ocho cuartos? ¡Tómatelas!

Ante la chispeante mirada de la siniestra abuelita, el ángel no pudo evitar contener una carcajada con su mano.

—¡¿De qué te reís, infeliz?!

El ángel ignoró la agresión.

—Rocío Aguilera Rodríguez, ¿verdad? —¿Y que si así fuera?

—Usted técnicamente no está muerta, aunque tampoco es que le quede mucho…—el guardián celestial se arremangó su blanca camisa, y miró la hora. —Unos 50 minutos, como mucho.

—¿Y qué hacés acá, entonces?

—El dilema aquí no es si muere o no, sino: ¿A dónde va a ir?

<<¿Está en discusión?>>

—Sí señora, lo está.

La mujer quedó boquiabierta: que le haya podido leer la mente solo podía significar una cosa… —Sí señora, soy un ángel de verdad.

—Carajo, ¿no puedo ni pensar tranquila?

—Ahora que ya está empezando a comprender que esto no es ningún juego, voy a proceder a explicarle, nosotros también tenemos una, digamos, especie de… como lo llaman ustedes: “Cielo” e “Infierno”.

Rocío escuchaba atentamente.

—Si nos basamos en su expediente, y según sus parámetros humanos de ascensión, usted claramente debería ir al infierno.

Por mucho que quisiese ocultarlo, sus ojos, después de casi 50 años, volvieron a brillarle (aunque seguramente, su esfuerzo fue en vano, ya que se encontraba ante un ángel).

—Procederé a explicarle: nosotros no nos basamos solo en las acciones para tomar una decisión… Rocío continuó escuchando con atención.

—…sino que hay múltiples factores a tener en cuenta. Moriría antes de que pueda enumerarle todos, y además, no sería ningún merito seguir mis instrucciones, así que usted tendrá que intuirlos.

Por lo general, estaría furiosa, aunque esta vez no, estaba intrigada, atrapada.

—Seré muy franco: usted ha cometido incontables atrocidades, que no solamente la han llevado a estar sola en su lecho de muerte, sino que ha hecho mucho daño. Esto es así, y no hay ángel que pueda remediarlo.

Aunque era muy terca y despiadada, Rocío también era conocida por su espeluznante y fría inteligencia; no había detalle que se le pasara. Ella sabía de sobra que sí existía el infierno, ella tenía un chalet reservado en lo más profundo.

—Me imagino que no viniste para contarme algo que ya se…—dijo, tocándose la barbilla. El ángel, ante el perspicaz comentario, sonrió.

—Se imagina bien, señora. Vengo a mostrarle como puede usted cambiar su boleto de ida hacia un castigo eterno.

—Te escucho.

Pero en lugar de hablar, el guía chasqueó los dedos.

De pronto, ambos fueron transportados instantáneamente a una gran cabaña en la mitad del campo.

Rocío tragó saliva.

En el lugar, habían 2 niños y una niña corriendo por los amarillentos pastizales, mientras el sol, poco a poco, iba bajando. De pronto, uno de los niños se detuvo , y al instante, los demás también.

—Ayyy, ¿Ya tenemos que volver a casa? —se quejó Sergio, el más chiquito.

—¿Por qué paraste? Todavía queda un ratito para entrar. —dijo la nena, mirando el cielo. De pronto, la comisura de los labios de Bernardo se inclinó hacia arriba, pícaro.

La chica conocía esa cara, y por instinto, se le hizo agua a la boca.

—Como hermano mayor, mi deber es guiarlos por el buen camino…

Rocío lo miraba absorta, mientras Sergio seguía enojado porque dejaron el juego.

—…antes de salir a jugar, sentí que mamá le dijo a papá que iba a hacer una torta. —ahora Sergio también estaba interesado. —Mientras jugábamos a la escondida, vi que mamá dejó una torta de chocolate en la ventana.

—¿Que estamos esperando? ¡Vamos a comer! —en el momento en que la chica se dio cuenta que su hermanito iba a salir disparado, le dio un correctivo en la cabeza.

—Idiota, esto hay que pensarlo bien…—e imitando a su padre, Rocío se acarició la barbilla con los dedos.

Ya era de noche, y los tres hermanos yacían en el suelo, empachados de tanto chocolate. De pronto, quien sabe como, su madre los tomó a los 3 por el cuello de sus prendas, y los arrastró hacía el living. Cuando los soltó, los miró con su peor cara de reprimenda, cruzó los brazos, y esperó.

—Lo sentimos, mamá…—dijo la chica, cabizbaja.

—¡Calláte! ¡Estaba muy preocupada! ¿Qué habíamos quedado?

—Que entráramos cuando se vaya el sol…—murmuró Bernardo, no solo cabizbajo, sino que también jugando con la punta de su pie derecho.

—¡Perdón, mamá, es que estaba muy rica! —terminó Sergio, con migas de chocolate en la boca. De pronto, la cara de la señora cambio de ira, a ternura.

—Vengan mimosos.—Rocío sabia que esas palabras no la incluían, así que se limitó a observar. La madre abrazó con pasión a sus dos hijos varones, mientras se le caían las lágrimas.

—Son la viva imagen de su tío, que en paz descanse, pobrecito. Tan ingeniosos, pícaros, y seductores. Estoy orgullosa de ustedes, pero no vuelvan a hacerme esto, ¿entendido?

—¡Gracias mami, te queremos! —gritaron casi al unísono, y se fueron corriendo.

Lo que para los chicos fue una simple reprimenda, para Rocío estaba recién comenzando.

Su madre se paró, se secó las lagrimas, y con la misma sonrisa con la que despidió a sus dos hijos, se dirigió hacia su hija.

—Mamá, yo les dije que había que volver, pero no quisieron…—su excusa fue interrumpida por la cachetada más seca y con odio que había recibido en toda su vida; a partir de allí, la niña de 10 años entendió que las sonrisas solo significaban tragedia.

—¡Idiota! ¿Vos te das cuenta de lo que hiciste?

Rocío estaba sentada en el piso, llorando en silencio.

—¡¿Te das cuenta?! —le dio otra cachetada.

—¡Para de pegarme, mamá, no hice nada!

—¡Calláte! —la tomó del vestido, y le dio una última cachetada que resonó por toda la casa.

Rocío, a pesar del insoportable dolor, se calló.

—Mostráme tus dientes.

Rocío obedeció, enseñando unos perfectos, pero a la vez ensangrentados dientes. Su torturadora pasó un dedo sobre una de sus paletas, y se lo mostró a su victima.

—¿Qué ves?

—Chocolate. —dijo, haciendo fuerza para no parecer aterrada.

—No, Rocío, esto no es chocolate, esto es VENENO.

Rocío no respondió.

—¿Vos querés ser una gordita sin futuro como tu tía Miriam?

—No…

—¡Entonces tenés que entender cual es tu lugar! ¡Ya tenés casi once años, y ya va siendo hora de que madures!

—¡Soy madura!: Me va re bien en la escuela, cuido siempre a Sergio…—fue interrumpida, pero no por una cachetada.

—¡Já!. ¡La escuela no es para mujeres! En el momento en que te consigamos un pretendiente de buen nombre, ya no va a haber necesidad de que sigas yendo.

—Pero mis amigos… Su madre la ignoró.

—Después… Sergio en algún momento va a crecer, y se va a convertir en todo un hombre, y ya no va a necesitar que lo cuides.

—Yo siempre lo voy a cuidar. Su madre la ignoró.

—Como te dije, ser madura es saber cual es nuestro lugar y enorgullecernos de ello: cocinar, cuidar, complacer, educar y limpiar. Mi deber es hacerte una mujer hecha y derecha, y que no termines como tu tía.

—¡Yo no quiero eso!

Cachetada.

—Primera lección: nada de azúcar. Rocío asintió.

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