Se pusieron frente a frente, él movió la taza unas cuatro veces, tratando de evitar el contacto visual con ella. Ella tomaba un helado de vainilla en un plato de vidrio que mostraba perfectamente como el helado se iba convirtiendo en una sopa con el paso del tiempo. 

Carlos buscó con sus ojos a Dolores, a Lola, pero se le desviaron  a los de su acompañante, Fernando, que le devolvió la mirada con una sonrisa, dándole ánimos para que hable con ella. 

Devolvió los ojos a la taza y luego se miró las manos, se vio los surcos, y cada línea, y se preguntó cuándo apareció cada una; para él aparecieron todas de repente. Se arregló las gafas y le preguntó 

– ¿Te está gustando?

– ¿Qué cosa?

– El helado

– Ah si, el helado, claro. Sí, mucho 

– Que bien, que bien, me alegro 

Mantuvieron el contacto visual por un tiempo, en el que ella lo miró con mucho detenimiento, y se comió una cucharada de helado mientras lo hacía. Él se dio cuenta que tenía la misma peca que Fernando en la punta de la nariz, y intentó hacer un comentario, pero no le salió nada. 

Ella, por otro lado, le vio las gafas, y le pareció que eran demasiado grandes para su cara, y ella sí se atrevió 

– ¿Por qué es ahora la primera vez que nos vemos?

Carlos miró a Fernando para que le socorriera, pero él miró a la ventana como diciéndole que se tenía que enfrentar él. 

– Pues… Mira… Es que… Bueno, pues es porque tu estabas muy lejos, yo… yo estaba en otro lugar cuando tu llegaste y… no me venían a visitar muy a menudo. 

Lola no entendió nada, y se enfadó un poco de que le den excusas que no entendiera, pero se calló, Fernando le dijo que no tenía que hacer muchas preguntas, así que lo dejó ahí. 

Carlos miró a la ventana, no se extrañaba de que pasara eso… se ven tan poco que es normal qe no pueda tenr una conversación normal con Lola. Lo que sí le dolía y era un pensamiento que no paraba de aparecer en su cabeza era Fernando. 

Después de tantos años, su único regalo además de su visita, es su silencio, su indiferencia. Carlos se preguntaba constantemente qué hizo para merecer eso y no lograba encontrar una explicación coherente. Mientras veía a los coches pasar por la ventana de la cafetería, trataba de adivinar que tenía en la cabeza. Seguro que agradecía la presencia de Lola, nunca iba a verlo sin ella y le dejaba todo el trabajo, que Carlos estaba seguro consideraba pesado. 

Se volvió y se encontró con los ojos del susodicho, estaba cansado, se notaba. Le miró las arrugas de la frente, se estaba haciendo mayor. Quería poder darle un consejo, ánimo, lo que sea, pero ese silencio que mantenía construyó una pared a lo largo de los años que Carlos no se atrevía a romper. 

Se dio cuenta que su cara estaba cambiando, las comisuras de sus labios estaban bajando e hizo un esfuerzo por volver a sonreír para que Lola no lo vea mal, quería que el único recuerdo que tenga de él sea de alegría, de diversión… de un helado por la tarde de domingo. 

Lola no entendía mucho que hacía ahí, pero le gustaba, iba todos los domingos a ver a Carlos con Fernando, se tomaba un helado de vainilla, y le preguntaba una que otra pregunta a su anfitrión, que respondía con mucha alegría, hasta la hora de irse. Fernando solo los veía, a veces decía uno que otro comentario y se reía de Lola, pero nunca mantenía verdaderamente una conversación.

Carlos esperaba toda la semana para el domingo, se ponía su traje más elegante, el que usaba para ir a misa con su mujer cuando todavía vivía, y tenían esa casa preciosa en la calle Naranjos, con sus altas paredes rosas y las plantas que su mujer cuidaba con devoción. Ahora las paredes se su casa son blancas y esta solo, sin ni siquiera la compañía de ese huerto con el que a veces soñaba. 

Lola lo miraba mientras todos esos pensamientos pasaban por su cabeza, lo miraba fijamente y sin vergüenza, tenía poco tiempo para conocerlo, y siempre le llamaba la atención como se miraba las manos, como si no fueran suyas, y como miraba a Fernando, siempre con nostalgia.  

Lola le pregunto más cosas, y Fernando lo vio mas tiempo, alternaba un poco entre el hombre que tenía al frente y  solo quedó silencio, Carlos volvió a mover la taza y Lola se terminó el helado. El tiempo había acabado. Carlos se sentía igual de solo que cuando el par había llegado

-Bueno papá, nos tenemos que ir Lola y yo, pero ha sido bueno verte- dijo Fernando, Lo cual fue literal porque no le dirigió la palabra en todo el tiempo allí.

Él sonriendo a pesar de su frustración le dio un beso a su nieta, esperando que el siguiente mes, pueda hablar más con ella. Abrazó a su hijo le pidió que venga más seguido, con lo que él hizo la misma promesa incumplida de siempre, y se alejaron en el coche a su vida de siempre. 

Mientras, Carlos veía por la ventana, recordando cuando Fernando era niño y todavía le necesitaba.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS