EL EJERCICIO DEL VERBO MIRAR

Simplemente ella se sentó frente a mí, sujetó una pava y fiel a su rutina preparo un té. Quien iba a decir que luego tomaría mi mano y me invitaría. Entramos entre risas, aunque la mía era de misterio.

Rápidamente me ubicó en espacio y tiempo, pero solo podía verla sentada allí riendo como loca en una mesa pequeña. Sentada con amigas en un sillón aterciopelado haciendo juego con una lámpara tenue; de esas que no abundaban en el lugar. Pero el show estaba por comenzar, se pidió un whisky de etiqueta que calmara su costa, cual mar embravecido, y atrevidamente se acomodó en primera fila.

Primero salieron unas piernas retaconas y sensuales entre las cortinas que se abrían lentamente para dar paso a un cuerpo que ya tenía sus años, con pliegues que denotaban la experiencia en batallas pasadas. Ese cuerpo no lo vi con mis propios ojos, sólo los observé a través de ella y claro que me remarcó que aquella bailarina hacía tributo a su título de salvaje. En ese tiempo las cirugías no existían, esas patrañas llegaron luego.

Pero qué ritual era verla moverse, incitar con su cuerpo y sus labios. Claro está que era muy inteligente, sabía cómo provocar; cómo pedir que un buen mozo espectador busque aquel caramelo que cayó sobre la flor. Esa era la frutilla del postre sin dudas.

Tenía el poder no solo en su jardín sino en las alturas detrás del brillo y del inicio de la vejez. Pero, ¿Qué te puedo decir yo? Si no he estado allí. Simplemente me llevaron de paseo las palabras de una mujer que evidentemente quería que aquello que me decía a la cara se convirtiera en relato. Que quedará plasmado en un papel y en otras memorias. Anécdota de noches que surgen de la libertad, anécdota libre y salvaje como el mar …como Rita.

Como lector/a/e te preguntarás ¿Por qué está aquí? Simplemente porque para algunos el rosa los puede llevar a ese lugar donde sentimientos profundos corren con ese matiz, que se convierte en caramelo, en flor…en deseo.