Juan creció intrigado
por esa historia: en el 75 un hombre se suicidó saltando del edificio
frente al parque municipal. El cadáver llevaba aparatos electrónicos en
los bolsillos que nadie en el servicio médico forense pudo identificar
además de una escueta nota póstuma que decía: no aguanto más. Ninguno de
los vecinos del edificio lo conocía. Un albañil que trabajaba en la
acera de enfrente dijo haber visto al suicida sacando la cabeza por la
ventana antes de saltar.
El hecho se siguió
contando por décadas, pues al hacerse público que el cuerpo había
desaparecido de la morgue y que las pertenencias que estaban con el
cadáver no se encontraron por ningún lado, la gente comenzó a imaginar.
Juan creció escuchando las diferentes versiones del cuento; que si el
hijo loco del señor del cuarto piso, encerrado por su propia familia
para evitar vergüenzas; que si el espectro del conserje enojado, que si
un viajero en el tiempo. Cuando fue mayor, y su gusto por lo extraño, lo
paranormal y lo fantástico se volvió parte de su personalidad, supo que
deseaba vivir en ese lugar donde el suicida misterioso estaba antes de
saltar: el departamento nueve del edificio frente al parque.
Se instaló. Por fin
estaba en el sitio donde hace años un hombre se lanzó al vacío para
después desaparecer sin dejar rastro. Hubo programas de televisión en
honor a ese misterio. Jaime Maussan grabó un par de programas en el
edificio y después Carlos Trejo. Las creepypastas que hablaban solo del
suceso estaban en toda la red.
Una tarde mientras leía
le dio hambre y salió a la calle para comer algo. Pensó, mientras
caminaba, que el hombre es incapaz de conocer todos los recovecos del
universo; que se veían milagros y espectros donde operan fuerzas que aún
no han sido comprendidas por la ciencia. Su lectura de esa tarde lo
confirmaba; C.H. Hinton escribió sobre la cuarta dimensión en 1884 y
desde entonces la forma en que veíamos el universo había cambiado. Se
sabía que desde una cuarta dimensión se podría acceder a cualquier punto
en nuestro universo tridimensional, cualquier punto, incluso en el
tiempo. Lo que le ocurrió a ese hombre en el 75 bien pudo ser un
traslape de tiempo debido a un desgarre en el tejido de la realidad. Era
un viajero temporal, pero posiblemente no uno que hubiera deseado serlo
y ya no encontró forma de regresar a su época. Regresó para leer otro
poco del mismo libro de antes, pero en un capítulo diferente, antes de
quedarse dormido sobre el sofá.
Lo despertó un sonido en
la calle: la música era acompañada por la voz de un hombre que prometía
progreso, cambio, bienestar. Otro político, pensó Juan y se puso de pie
para cerrar la ventana. Llevó las manos hasta el armazón de metal que
rodeaba al vidrio sin reparar mucho en el exterior, hasta que vio la
camioneta que pasaba dando publicidad al candidato. Era un modelo de
Chevrolet 64, portando tres altavoces en el toldo, y con el escudo de un
partido político sobre las puertas.
La calle estaba llena
con automóviles de modelos antiguos y niños jugando a la pelota; las
personas que caminaban por la acera vestían ropas de estilo anticuado y
llevaban peinados pasados de moda como los que veía en las fotos de sus
padres cuando tuvieron su época disco. Se contentó con observar. Sacó la
cabeza para verlo todo con detenimiento, el viento le enfrío las orejas
y revolvió su cabello.
En la acera opuesta un
hombre instalaba un andamio junto a una pared a medio terminar. El
trabajador lo miró un momento antes de acercar algunos ladrillos. Juan
le gritó tratando de llamar su atención, pero el otro continuó en lo
suyo sin volverlo a ver. Se dio cuenta que todo eso le parecía muy
familiar y un vacío se formó en su estómago cuando supo que, durante
años, la gente había estado contando historias sobre él y su cuerpo sin
vida en el pavimento.
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