La decapitación de la bestia

La decapitación de la bestia

William De Lezo

24/04/2021



Aquella mañana veraniega el mar lanzaba chispas de oro, al mismo tiempo, el sol descargaba sus látigos de oro contra un conjunto de árboles isleños. Tres pescadores bajaron de sus casas y prepararon sus balsas. Promisoria se mostraba la mañana.

– Siempre he dicho que el sol es el más eficaz de los anzuelos -aseveró el más anciano de ellos.

A lo que respondió el segundo acompañante, un sujeto barrigón y enano.

-Debería nombrársele dios de los pescadores.

El tercero permaneció en silencio, su rostro tenia los rasgos característicos de quien no ha pasado una buena noche. A continuación zarparon. Su trayecto diario debía rodear la pequeña, aunque selvática isla. Su experticia en las artes de la pesca los guiaba hacia las zonas más abundantes casi sin problema alguno, de este modo, los pescadores establecieron un patrón diario sobre cuáles eran las zonas proliferas. Se alejaron pronto de la playa.

Bordearon la isla y desembocaron en un sitio cavernoso, de fauces abiertas, el cual venían explorando desde hace muy poco tiempo. Era una fosa marítima peculiar por su ubicación y por ser una fuente primordial de alimento. Mientras el resto de pescadores optaban por adentrarse en el mar, ellos habían dado con el baúl del oro pesquero. En unas dos horas podían recoger entre 10 y 15 peces, bien fueran palometas blancas u otras especies.

Apenas se iban a internar en la rojiza boca de la caverna cuando observaron que el agua que salía de ella arrastraba consigo algo…

Un algo semejante a…

Como la distancia les impedía aún reconocer la extraña cosa, se aproximaron más.

-¿Qué es eso?

-Parece… parece…

Lo que flotaba en la superficie era un costal negruzco atado en la extremidad. A juzgar por una hinchazón, los pescadores creyeron de antemano que contenía algo. No se equivocaron. En cuanto lo tuvieron cerca lo alzaron y comprobaron, por su peso, que había algo dentro. No parpadearon un solo instante. El lazo que amarraba el costal tenía un nudo intrincadísimo que dificultaba el objetivo de los pescadores.

-Un cuchillo, necesitamos un cuchillo. Rápido –ordenó el anciano capataz.

Se demoraron alrededor de cinco minutos para desgarrar el tejido de la cuerda. No obstante, una vez culminado este accionar, otro problema se les entrecruzó: Un alambre por debajo de la cuerda constituía el seguro de aquel costal. Sólo pudieron sortear la barrera dañando el material del costal. Realizaron una incisión semejante a la que se practica en el abdomen de una mujer durante la cesárea.

El rostro de los pescadores, por lo regular atezado y tostado a causa de la exposición al sol, se tornó morado, blanquecino y a la vez se mezcló con un matiz de amarillo verdoso.

-No puede ser…imposible… -murmuró el pescador más viejo.

Acto seguido, se pasó la mano por toda la cara para corroborar que aquello que veía no era un engaño.

El segundo pescador, perplejo, trastabilló y hubiera caído al agua de no atajarlo a tiempo el tercer pescador, que de inmediato se mojó las manos, y más que refrescarse el rostro se limpió la suciedad de la cual se habían impregnado sus ojos.

¿Qué había en aquel costal? Tres cabezas cercenadas de mujeres cuyos cabellos rubios y castaños estaban anudados entre sí; el nudo se elaboró de manera tal que al observarlo transmitera a la percepción visual una figura. La figura del nudo era una calavera.

ESTA TÉTRICA HISTORIA CONTINUARÁ…

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