Se dice que las sirenas son seres perversos y crueles, criaturas que te empujan a un deceso espeluznante, incapaces de sentir algún sentimiento de bondad, o eso se decía antes de lo ocurrido entre una sirena y un náufrago del mar. Una noche de luna llena, donde las estrellas brillaban más que mil diamantes, un bote flotaba sin rumbo sobre el océano. Una sirena captó la barca y su naturaleza la empujó a indagar si había algún marinero al que poder hechizar y llevárselo a las profundidades. Se encontró con un muchacho de complexión fuerte, cabello negro como la noche y una cara angelical, estaba inconsciente, ella se le acerco y el chico por un momento abrio los ojos, ante él, se encontro a una sirena de pelo largo y moreno, que se le movia por la brisa del mar, unos ojos grandes como perlas, le impresionó ver su larga cola con sus escamas lilas y plateadas que irradiaban con la luz de la luna. Unos segundos después de observar lo que tenía delante se volvió a desmayar. No entendía porque, pero la sirena con tan solo mirarle a los ojos vio que era diferente a todos lo hombres a los que había cautivado, no tenía la avaricia en su mirada, ni la ira en su expresión. Algo dentro de ella cambio, no podía hacer lo que siempre hacía con el resto de navegantes, él era especial. Así que, cogió un cabo de la balsa y lo arrastró hasta una isla de agua cristalina y arena blanca. Hasta que amaneció, permaneció junto a él, mirándolo encandilada. A la que salió el sol, se despertó y tuvieron una mirada cálida y llena de sentimientos, el náufrago le puso la mano en la mejilla y la acarició con mucha dulzura, le dijo que le había salvado la vida. La sirena se apartó y desapareció en la mar. Al ser una isla en medio del océano, lo único que podía hacer era tratar de sobrevivir y tener esperanza, para que algún barco le rescatara. Se construyó una cabaña con hojas de palmera y recogió unos frutos rojos y dulces de unos árboles tropicales. Intentaba pescar pero él solo era un humilde artesano y cuando lo pretendía hacer, siempre se fijaba en ver si veía a la sirena que le había salvado de un destino horrible. Ella, que le observaba desde lejos, ya que no podía parar de pensar en él, vio como poco a poco se quedaba sin fuerzas, ya que no podía vivir solo de fruta, así que con sus propias manos pesco unos peces y sin que él se diera cuenta se los dejo al borde de las rocas donde el chico siempre probaba de pescar. Una noche, en la que la sirena estaba en lo alto de una roca, en la orilla del mar cantando, el joven se le acercó nadando, ella a la que lo vio, se asustó e intentó marcharse pero él la cogió del brazo suplicando que no se fuera, se volvieron a mirar con mucha intensidad, él le dijo que a parte de salvarle la vida, sabía que siempre le observaba y que le ayudaba a obtener comida, pero que no conseguía entender el por qué, ya que sabía de la naturaleza de las sirenas. Ella solo supo contestar que, él era diferente a todos los que se había topado, que con él desde el primer día que lo miró a los ojos sintió sentimientos que jamás había sentido, que era como si su alma y la de ella estuvieran destinadas a estar juntas, como si estar juntos estuviese escrito por las estrellas. Se quedaron callados de nuevo, él de nuevo le acarició, se le acercó y le susurró al oído que desde el momento en que la vio se enamoró de ella, que su corazón le llamaba a gritos, se acercó a su boca y compartieron un primer beso lleno de fuegos artificiales y magia. A partir de esa noche, fueron inseparables, pasaban los días nadando y hablando y por las noches ella cantaba con su voz pura y llena de amor. Él como era artesano le hizo un collar de conchas como símbolo de su amor y ella le regaló una caracola, que si se la ponía en el oído podía escuchar sus cantos. Estaban hechos el uno para el otro. Crearon su propio mundo de amor y ternura, pero eso no duraría mucho ya que un buen día vieron un barco en el horizonte, que captó al náufrago en la isla y los tripulantes se apresuraron para atracar y ayudar al joven. Le ofrecieron llevarlo de vuelta a casa, él decidió partir, pero no sin antes despedirse de su sirena. Ella se quedó desolada al recibir la noticia de que su amado se marcharía, ella no podía ir con él ya que su lugar era el mar y el suyo la tierra, eran de mundos diferentes. Con muchas lágrimas se despidieron, él le dijo que siempre sería su sirena, la que le salvó la vida y le dio un amor lleno de magia, fantasía y sobretodo un amor épico y ella le dijo que él siempre seria la única persona a la que ha amado y con la que a tenido sentimientos puros y buenos, el único que le a enseñado lo que es el amor. Se dieron un último beso apasionado y más grande que la explosión de mil estrellas. La sirena miró desde la orilla como el barco se alejaba cada vez más y con una última lágrima visualizó a su enamorado desde lejos, sonrió y se sumergió en las profundidades. Al pisar tierra firme, notó que ya no era lo mismo, y le costó mucho acostumbrarse de nuevo a su vida, echaba mucho de menos a su amada, cada noche se iba los acantilados con la caracola que un dia le había regalado ella y escuchaba sus cantos mientras ojeaba el confín del mar imaginando a su sirena cantando para el. Los dos nunca dejaron de amarse, pero eran de mundos distintos y lo único que podían tener era un recuerdo de los maravillosos instantes que pasaron juntos y contemplar el mismo mar donde tiempo atrás sus corazones se unieron para toda la eternidad.
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