Sólo sé reconocer que, allá donde me lleva el recuerdo de épocas pretéritas, siempre hay lugares muy personales y personas tan vinculadas a los hondos sentimientos de los que me proveo y, mediante los cuáles, indago en mí mismo, que produce una alquimia extraordinariamente singular, una de la que es posible extraer vivencias de todo orden de las que el protagonismo ha de estar compartido en el entente plural. Tanto es así que no acierto a pensar si puedo o si quiero saber cuál es el tiempo al que remitirme pues, me costó mucho el deducirlo, pero es necesaria cierta constante atemporal para encontrarle un sentido que simplifique el goce del revivimiento a lo estríctamente básico.
La niña, que ha dejado de serlo a efectos físicos, no se avergüenza de tratar todavía con muñecas y peluches en su habitación, que es un santuario a la pueril inocencia que ni los chicos más apuestos del barrio han podido visitar ni mancillar… quizás ese momento se haga esperar… quizás no haya nunca de acaecer, por mucho que a la vida la de por espolear muy a la brava, pues ciertas personas están consagradas a una pureza de cuerpo y alma que las hace ser unas entrañables raras avis.
El venerable y lúcido anciano visita a su mujer que reposa en una aséptica cama rodeada de, no sabía muy bien, si también de asépticas personas que cumplían la función de acomodarla una existencia que los doctores le habían dicho no iba a prolongarse mucho más. No obstante el anciano aprovechaba todo el tiempo del que disponía para declararla su perdido e imperecedero amor del que ambos habían disfrutado hasta el otoño de sus provectas vidas. Y aunque el momento de la separación está presente, a la vuelta de la esquina, a ninguno de los dos les va a coger desprevenidos ni desprovistos de un tan alegre como perenne sentimiento.
Desde muy niña siempre había sabido que habría de superar ese entorno de pobreza e indigencia al que su familia estaba irremediablemente supeditada, así como el de un menesteroso país que castraba de base unos más que pertinentes sueños de superación personal. Ahora, con 23 primaveras recién cumplidas, sabe que hizo bien en emigrar de todo aquello permitiendo que su privilegiada hermosura la abriera una frontera, más social que geográfica, que de otra manera resultara infranqueable. De sol a sol, sin permitirse apenas vacacionar, ganaba su sustento para sí y para una familia que allá quedo en una distancia salvable por su gran corazón. Se pregunta si ese recién hallado amor es la digna recompensa a tan noble afán, si su belleza interior por fin preponderará a la exterior y si servirá de puente para un futuro que ni ella misma se había atrevido a plantearse de manera cabal y fidedigna. Porque, en su momento, decidiera prostituir su cuerpo no imposibilitaba la idea de mantener un alma sin mayor mácula que la de procurarse su propia felicidad.
Hoy el día ha pasado calmada y cadenciosamente, incluso para un árbol centenario como yo, sin embargo esta gente, estas almas que han reposado a mi sombra me han hecho viajar de una forma peculiar por los pensamientos y sentimientos de quienes junto a mi descansan, a la vez que meditan, sobre unas realidades que son transmitidas a quien no tiene piernas ni las necesita para sentirse cómplice e inesperado confidente de las vidas que almaceno en cada anillo de un tronco que se mantiene firme y satisfecho con la lluvia que cae, con el sol que radia y con la humanidad de los que hacen de mí mucho más que un vulgar vegetal.
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