Blaze! Capítulo 89

Capítulo 89 – Tensión superficial.

Hänä
corrió desde su casa a la de su amiga Ileana, arrastrando sus pies
descalzos a toda velocidad, casi resbalando y cayendo al piso
producto de la tierra humedecida del camino, apurándose al saber el
día que era.

¿Ya
comenzó? –preguntó
la niña, quitándose el dorado cabello del rostro, viéndose sólo
uno de sus ojos debido a su desobediente mechón de pelo que se
rebelaba ante las leyes físicas normales—. Alcancé a terminar mis
quehaceres y me arranqué.

No,
aún nada, recuerda que es lento como un caracol –dijo Ileana,
sentada frente a un mesón de madera, con rostro de hastío.

Echleón
entró en la escena, avanzando sin verse movimiento en sus piernas,
flotando suavemente sobre el piso mientras arrastraba su ropaje
negro. El cadavérico ser se sentó en su oscura silla, apoyando sus
manos sobre sus inutilizadas piernas, dirigiendo su aparente mirada a
las dos niñas sentadas frente a él.

Hänä,
veo que estás acá junto a Ileana nuevamente –dijo el viejo con
voz de ultratumba, tono al cual ya estaban acostumbradas las dos
niñas—. Bueno, esta vez les contaré la historia del hombre que no
podía ser ahogado…

Ileana
le hizo señas a su amiga, indicándole que le contara luego un
resumen de la historia que el viejo comenzaba a narrar, ya que de
seguro después le consultaría sobre esta para asegurarse de que le
puso atención, sonriendo las dos niñas con complicidad. Hänä se
quedó escuchando con atención la historia que el viejo les contaba,
lo único que le gustaba y rescataba de él, mientras que por su
parte Ileana se rascaba las orejas con su dedo índice para sacarse
la cerilla acumulada en estas, planeando mentalmente sus próximas
andanzas.

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Un hombre que descubrió una forma de sumergirse en el agua por la
cantidad de tiempo que él quisiera –recordó Hänä, mientras
rumia el pan junto al queso y la carne que le pidió a la muchacha
que trabajaba en el hostal, viendo como Claire consumía alegremente
las jugosas frutas que lograron conseguirle—. ¿Están buenas?

Claire asintió de nuevo, moviendo la mesa de paso, casi botando
la cerveza de Hänä. Terminaron de comer y pagaron generosamente por
la atención, abandonando el negocio, siendo seguidas desde lejos por
el viejo que las estuvo observando todo el tiempo que estuvieron
comiendo. Hänä nunca dejó de estar consciente de aquello.

No mires para atrás con tu cabeza falsa –murmuró Hänä a
Claire—. ¿Nos está siguiendo?

Claire respondió con un trino parecido al de un ave, lo que era
una respuesta afirmativa a la pregunta de su reina. Las muchachas
caminaron para alejarse del hostal, doblando en la esquina de una
casa, quedándose a la espera de que el viejo llegara y así
enfrentarlo por estarlas siguiendo. El hombre dobló en la misma
esquina que las mujeres, quedando en frente de ellas, sorprendido por
la emboscada.

¡¿Quién eres y por qué razón nos sigues?! –alzó la voz Hänä,
con los brazos cruzados y mirada desafiante.

Yo, bueno… –dijo el hombre con voz senil y desgastada—. Escuché
que buscan información sobre el hombre que no se podía ahogar…

Así es. ¿Acaso sabes algo? –preguntó Hänä desde lejos,
preparada en caso de cualquier movimiento extraño que el viejo
quisiera hacer—. Si tu información es valiosa, podemos pagarte una
buena suma de dinero.

Soy descendiente del hombre que buscan, él fue mi abuelo –dijo el
hombre, presentándose—. Soy Don.

Don invitó a las muchachas a su vivienda, la cual era una de las
más sólidas en el pequeño pueblo pesquero en el que vivía, algo
que no pasó desapercibido para Hänä pero que no mencionó para
intentar dilucidar las verdaderas intenciones del viejo, desconfiando
siempre de los desconocidos.

¿Puedo ofrecerles algo de comer, de beber? –ofreció Don a sus
invitadas, mostrando una jarra metálica levemente dorada con
inscripciones de un lenguaje perdido que pocos conocían, algo que
Hänä también obvió para no parecer sospechosa—. Por favor,
siéntense.

No, gracias, Don –respondió Hänä, sentándose en una de las
maravillosas sillas dispuestas en torno a una pulida y brillante mesa
de cubierta blanca. Hänä decidió lanzar algún cumplido para
mostrar que notaba la belleza de los muebles y que eso le agradaba—.
Usted tiene un hogar maravilloso.

Me ha costado años de duro esfuerzo –respondió el viejo, agitando
la jarra para ver la reacción de las muchachas. Claire sabía como
comportarse frente a extraños, tomando en consideración la
familiaridad con la que su reina interactuaba con ellos, no
reaccionando a las tretas del viejo—. Tu amiga es muy callada…

Mi hermana, Claire, ella es muda –respondió Hänä, golpeando el
hombro de las ondinas—. Saluda al menos.

Claire levantó su mano derecha y la sacudió con timidez,
arrancándole una carcajada al viejo.

No queremos incomodarlo, pero ¿podría contarnos sobre su abuelo?
–pidió Hänä, queriendo salir pronto de la casa, notando cada vez
más la opulencia del lugar y extrañándole que pudiera mantener
todos esos bienes sin que sus vecinos se los arrebataran.

Don, ese era su nombre también –dijo el viejo, sentándose lejos
de las muchachas—. No sé que versión de la historia hayan
escuchado ustedes, pero él era un usuario de magia, uno muy fuerte,
aunque se ganaba la vida como todos aquí, saliendo a pescar todos
los días. En una de sus salidas, antes de la madrugada, una
repentina tormenta se avecinó y los dejó varados en medio del mar a
él y sus compañeros de labores. Su barco se hundió, quedando
debajo de este mientras era azotado por el embravecido oleaje,
enredado con sus propias redes de pesca. El mar acabó con todos esos
hombres, y casi hace lo mismo con mi abuelo, llevándoselo a las
oscuras profundidades con bote y todo, arrastrándolo con una fuerte
corriente que lo dejó en una cueva bajo el océano. Mi abuelo tuvo
suerte, una que se acabaría pronto según su percepción, quedando
una gran burbuja de aire debajo del bote hundido, la que le permitió
mantenerse con vida por un rato. Temiendo ahogarse allá abajo al
acabarse el poco aire que tenía y sin poder zafarse de todas las
redes que lo apresaban, intentó quitarse la vida con su propia
energía mágica, pero terminó descubriendo un método que le
permitió seguir respirando y que le dio tiempo para liberarse de las
redes y salvarse de la tormenta, regresando a salvo a la costa.

Sin duda no es la misma historia que nosotras escuchamos –dijo
Hänä, mirando a Claire para luego mirar a Don—. ¿Cuál fue ese
método? Si nos pudiera decir…

Él se lo enseñó a mi padre y después intentó lo mismo conmigo,
pero nunca se me ha dado mucho la magia, de hecho tengo poquísimo
poder… –dijo Don, bajándose el perfil, mirándose ambas manos—.
Aunque recuerdo bien sus palabras y enseñanzas.

¡¿Cree poder enseñarnos?! –preguntó Hänä a Don, levantándose
del asiento con falsa emoción, intentando embaucar al viejo.

Claro, porque no –dijo Don, golpeando la mesa con ambas manos y
levantándose también, acercándose a las muchachas con
determinación impropia para su edad, contrario a su comportamiento
anterior mostrado en las afueras de su casa—. No siempre se tienen
visitas de este tipo ni con estas solicitudes.

Don invitó a las muchachas a la parte trasera de su casa, la cual
se encontraba desordenada y desaseada en comparación con el interior
de la vivienda, con montones de distintos objetos acumulados y
cubiertos de polvo. Hänä supo que el hombre algo malo estaba
tramando.

Creo que deberíamos probar fuera, donde haya agua para poder poner
en práctica su técnica –dijo Hänä, mirando todos los trastos
desordenados del lugar, agudizando su vista por la poca luz de la
habitación.

¡Claro! Tienes razón… Sólo iba a sacar una caja para que
imitáramos a quedar debajo de un bote –dijo Don, acercándose a
Claire y apoyándose sobre sus falsos hombros para tratar de
intimidarla con su fuerza, algo que no surtió efecto en los miles de
elementales que formaban el falso cuerpo humano, sorprendiéndose el
viejo por la baja temperatura de la chica—. Estás muy helada, como
si estuvieras muerta… ¿Me puedes ayudar a sacar esa caja de allá
arriba?

Claire asintió y se estiró para alcanzar la caja señalada,
agarrándola con sus manos, sacudiendo el polvo de la superficie de
esta con suaves golpes antes de entregársela al viejo. Don y sus
invitadas salieron de la casa en dirección a la costa, caminando
entre grandes rocas de colores pálidos que descansaban frente a la
orilla del mar, elevándose varios metros desde el piso, quedando los
tres individuos escondidos entre estas.

Por el comportamiento de ambas, me imagino que debo enseñarte mi
técnica a ti –dijo Don, apuntando a Hänä con su dedo índice,
dejando la caja de madera sobre la arena—. Pareces ser la que tiene
la voz y el poder.

Ya está mostrando sus verdaderas intenciones, ni se inmutó al decir
que era su técnica, debe tenerse mucha confianza –pensó Hänä,
poniéndose frente a Claire, protegiéndola—. Tiene razón, Don.
¿Cómo lo haremos?

Bueno, tienes que tomar la caja, ponerla sobre tu cabeza y debes
sumergirte con ella en esa fosa profunda que se forma entre esas
rocas –indicó Don, apuntando a Hänä y a la caja, hablándole
luego a Claire—. Tú la ayudarás a mantener la caja lo más
sumergida que puedan, debes hacer presión con todo tu cuerpo, puedes
sentarte sobre ella si quieres para lograrlo.

Hänä miró a Claire, elevando sus hombros con despreocupación,
tomando la caja y apoyándola sobre su cabeza, agarrándola con sus
manos desde los cuadrados bordes.

La maga del agua se sumergió en la fosa entre las rocas, sobre la
cual fluía constantemente agua salada debido al oleaje del mar, sin
sacarse su ropaje hecho del vital líquido, quedando completamente
desnuda dentro del agujero inundado. Claire hizo caso a las palabras
de Don, sentándose sobre la caja, debiendo equilibrar su peso para
mantenerla sumergida, esperando nuevas indicaciones de parte del
viejo.

Dentro de la caja quedó un espacio con un poco de aire, lugar en
el que Hänä intentaba mantener su rostro a flote para poder
respirar, sintiendo como se iba enrareciendo de a poco la pequeña
atmósfera.

¡¿Ahora qué tengo que hacer?! –exclamó Hänä, sumergida en la
oscuridad, agarrándose fuertemente a la caja para no hundirse—.
¡¿Se escucha, me escuchan?!

Mi técnica consiste en usar la fuerza del dios del trueno, los
fulminantes rayos que descienden del cielo son capaces de volver el
agua en aire –dijo Don, acercándose a Claire, agarrando firmemente
su brazo derecho mientras sumergía su otra mano en el agua que
llenaba la fosa—. Sabía que algún día llegaría alguien con
preguntas parecidas a las suyas, algunos sólo querían los
insignificantes bienes que tengo en mi hogar y murieron por eso, pero
sabía que algún día alguien llegaría intentando hacerse con mis
más grandes tesoros…

Claire sintió como un cosquilleo recorría todo su cuerpo falso,
viendo como brillantes rayos azulados salían de los brazos de Don,
causando evaporación y efervescencia en el agua en la que la maga se
encontraba sumergida. Hänä sintió como si se estuviera quemando
bajo el agua, convulsionando y gritando de dolor, golpeando su cabeza
contra la caja en varias ocasiones, escuchando vagamente el monologo
que Don seguía emitiendo.

…es una lástima que un par de chicas lindas mueran por estar
metiéndose donde nadie las ha llamado –dijo Don, sintiendo el
dolor de sus propios rayos quemando su carne, cayendo sentado hacia
atrás, viéndose sin ambos brazos y con unos muñones calcinados por
su propia técnica, gritando por la impresión—. ¡Aaaaah!

Claire se levantó indemne de la caja bajo la cual estaba su
reina, aunque con algunas marcas de tizne sobre su piel, dejándole
el paso libre a la maga. Hänä emergió de la fosa totalmente
enfurecida y desnuda, con la frente enrojecida por los golpes contra
la madera, arrojando lejos la caja y portando en sus manos lo que
parecían ser látigos formados de agua, con el cuerpo tembloroso por
el electrizante ataque del viejo.

El agua tiene una naturaleza dual, eso lo saben todos los que se han
iniciado en la sabiduría elemental –dijo Hänä, sacudiendo su
cabeza de forma involuntaria, ganando de a poco control sobre su
cuerpo, mirando a Claire mientras Don gritaba de dolor—. No
solamente se puede separar sus partes utilizando rayos, eso me lo
enseñaron las ondinas… No creas que necesitaba de tu mugrosa
técnica para poder respirar debajo del agua, para eso soy capaz de
generar una burbuja de aire que rodee mi cabeza y con la magia
elemental del agua puedo liberar el aire que necesite para poder
respirar. El problema se da a mayores profundidades, la presión que
me rodea me exige de tal modo que no puedo mantener la integridad de
la burbuja de aire, debo gastar mucho poder para eso y tengo que
volver rápidamente a la superficie. Eso lo solucioné desollando
sirenas, lamentablemente arrasé con muchas de ellas y ya se…
¡Cállate!

Hänä sacudió una vez sus látigos, cercenando las arrugadas
piernas del hombre con dos cortes limpios, ordenando a Claire que
detuviera de inmediato el sangrado con su mirada, liberándose
algunas de las ondinas del cuerpo falso, las que contuvieron la
sangre dentro del cuerpo del viejo para preservar su vida. Don se
quedó callado y tembloroso, sollozando de vez en cuando.

…y
el hombre encontró tesoros inimaginables en las profundidades del
océano, pero los seres de los abismos no le permitieron volver a la
superficie para que no revelara la ubicación de sus inconmensurables
riquezas –narró Hänä, olvidando sus palabras anteriores y
utilizando las del maestro de Blaze, recuperando la compostura para
enfocarse en lo que realmente deseaba saber, saltándose las
introducciones—. ¿Dónde está el Abysmal
Greed
?

¡¿Qué?! Ni siquiera yo he podido hacerme con él… –dijo Don,
despabilando ante la pregunta de Hänä, imaginando que iba detrás
de riquezas más mundanas—. ¡No te diré, no lo haré!

¿No lo harás? –preguntó Hänä, agachándose frente al ahora
inválido hombre, mirándolo a los ojos directamente.

No –dijo escuetamente Don, afrontando las consecuencias de su
decisión, cerrando los ojos con fuerza.

Claire, vamos –dijo Hänä, levantándose, vistiéndose nuevamente
con sus ropajes de agua, alejándose del lugar, dejando a las ondinas
confundidas.

¡¿Qué hacen?! ¡No me dejen aquí, no así! ¡Mátenme! –gritó
Don, cayendo sobre su espalda, viendo como Hänä se alejaba sin
mirar atrás mientras era observado por Claire que aún no se movía
del lado del viejo—. Mátame, por favor.

Claire no sabía que hacer, viendo como paso a paso su reina se
alejaba de ella, mirando al viejo desmembrado a sus pies. Las ondinas
se decidieron a utilizar su magia, comenzando a inflamarse la cabeza
del hombre producto de una acumulación de fluidos. Hänä escuchó
los gritos de dolor de Don y se detuvo para hablarle a Claire,
girándose y mirándola con ojos inexpresivos y profundos que la
petrificaron en su actuar.

Te permití salvar al hombre de la peste tiempo atrás, a pesar de
que no fue lo que te mandé a hacer. No vuelvas a contradecirme,
Claire –dijo Hänä, girando y retomando su despreocupada caminata,
siendo seguida de inmediato por las ondinas, quienes dejaron a Don
tal cual lo había dejado la maga.

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