
Una vez me regalaron un reloj. Un reloj para contar las horas, minutos y segundos que pasarían desde que esa puerta se cerró desde el lado en el que ella decía adiós y yo hasta luego. En venganza, un día decidí empujarle al fondo de un cajón para que digiriera el tiempo, lejos de mi muñeca. Nunca más abrí ese cajón para comprobar que sus agujas ya no laten, pero a veces, al alba, escucho su tic tac.
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