Johnny Cornor es un joven de 22 años nacido en Montebello, un pintoresco pueblo al sur de Estados Unidos dedicado principalmente a la agricultura. Ahí vivió su infancia y adolescencia, hasta que entró a la Universidad del condado a 3 horas de su pueblo para estudiar la carrera de Psiquiatría. Entre semana vivía en un estudio perteneciente a la Universidad y cada fin de semana regresaba a casa para ayudarle a su padre en la siembra de lúpulo y otras cosechas que mantenían la granja, pagaban la escuela y demás gastos de la familia.
Después de una pesada semana de clases, Johnny cogió el autobús rumbo a su poblado, ya el atardecer se iba desplomando en el cielo cuando arribó a Montebello. Los faros de la calle principal iluminaban el trayecto de Johnny hasta su casa, el cielo estrellado y el chirrillo de los grillos armonizaban su andada con sonrisa en rostro por estar de nuevo en su hogar. Al llegar frente a su casa, vio la puerta principal abierta, se extrañó al mirarla así, ya que sus padres siempre han sido muy cuidadosos con mantener las puertas cerradas, a menos que estén en el jardín, pero en este caso el patio estaba desierto como gran parte del pueblo al entrar la noche. Johnny entró a su casa, las luces estaban apagadas, y el silencio presente a cada pisada que daba- mamá, papá, ya llegué – lo decía en voz alta, pero nadie contestaba, encendió la luz, cruzó el pasillo hasta toparse con las escaleras, repitió el llamado a sus padres teniendo al silencio como respuesta, prendió otra lámpara para subir las escaleras. Al fondo estaba la habitación de sus padres con la puerta abierta y la oscuridad arropándola. Johnny volvió a ponerse raro e inquieto, puesto que sus papás siempre, tal si fuese ritual, antes de dormir cierran la puerta de su alcoba, y si las luces estaban apagadas entendiendo que sus padres dormían, en Johnny no cabía el por qué la puerta quedó abierta. Avanzó con sigilo, asustado más por tanto silencio que por otra cosa. La casa era grande y vieja, cada paso que daba rechinaba la madera y ni ese ruido alertaba a sus padres de su llegada. – papás – dijo con voz alta al tiempo que encendió la luz del cuarto y sus ojos se aterraron al verlos acostados en la cama completamente desnudos con las sábanas blancas manchadas de sangre, el pecho de ambos destrozados a punta de puñaladas, las miradas vacías y los latidos ausentes. Uno junto al otro, bañados en sangre con la palidez en su piel por la muerte ya de varias horas. Johnny quedó paralizado con la impotencia afónica en sus gritos de dolor y el llanto reventando en sus pupilas al mirar todo a su alrededor. En la pared junto al tocador con el filo de un cuchillo estaba escrito “Bienvenido a mi mundo”.
El sábado se tiñó de gris, la tristeza de Johnny y familiares azotaba en todo el pueblo como si fuera el vaivén del viento que hace pasar el tiempo lento. Louise la tía de Johnny se encargó del funeral, amigos y vecinos de los Cornors le daban el pésame al chico, éste respondía con una sonrisa seca sin ganas de salir, el rojo de los ojos por tanto llorar y las ojeras pronunciadas por no descansar eran los fieles acompañantes de ese gracias mudo que daba asintiendo la cabeza.
La detective Shilfrend arribó a la casa de Louise donde se llevaba el funeral, ya que en la casa de los Cornors era imposible hacerlo por ser la escena del crimen quedando acordonada, infestada de policías. La detective vio a lo lejos a Johnny, ese chico le recordaba a su hijo, mismos ojos verdes, misma mirada de pubertad con esa complexión tan delgada que con un abrazo lo puedes asfixiar. Sí, idéntico a su hijo Michel y una sonrisa en ella lo recalcaba. Avanzó hasta donde se encontraba Johnny, saludándolo de mano.
– Hola Johnny… Soy la detective Shilfrend, y estoy a cargo del caso de tus padres. Ya sé que no es el momento, pero quería ver si te puedo hacer unas preguntas. –
Johnny se guardó en silencio, no tenía fuerzas para decir una palabra, mucho menos para un interrogatorio. La detective al ver su abatida, se sentó junto a él para decirle que toda información que dé será útil para encontrar al culpable de la pérdida de sus padres. Luego hizo una pausa acompañando en el silencio a Johnny quien volteo a verla, brindándole esa mirada que su hijo le dio unas horas antes de ser asesinado.
La detective llevaba un caso relacionado con el narcotráfico, tuvo distintas amenazas para que lo dejara, pero ella continuó. Le importaba mucho limpiar las calles de su ciudad ya que tenía un hijo adolescente y buscaba el bienestar para él, así como la tranquilidad de saber que la zona donde su hijo se movía era segura. Como metió sus narices más allá de la averiguación, informando de otros casos que tenían vínculos con el asesinato que comenzó a investigar, una tarde, después de una discusión entre Shilfrend y su hijo, en donde ella con voz quebrada le reclamaba su comportamiento rebelde, el cual la tenía cansada. Pues era madre soltera, trabajaba casi todo el día y atendía las necesidades del hogar. Solo le pedía pocas tareas a su hijo, y la de ese día, la causante de todo era apagar el horno a la hora que se le pidió. A Michel se le olvidó y la comida quedó achicharrada, el humo se impregnó en la cocina, y el hambre de Shilfrend después de un día largo de trabajo retumbaba en su estómago como si fuese tambor. Michel al ver a su madre derrotada, con el llanto bañando su rostro, le echó una mirada tímida envuelta en disculpas, esa mirada para ponerle toda la atención que ella quería, esa mirada que decía te quiero. Shilfrend la descifró de inmediato, dándose cuenta del arrepentimiento de su hijo, y el amor de una madre puede más que el orgullo, así que se limpió las lágrimas, abrazó a su hijo y le dijo que iba ir por comida china, que no tardaba, pidiéndole que recogiera la cocina y pusiera la mesa para cenar, Michel sin pensarlo se puso a limpiar la cocina mientras su madre se iba por la cena. En ese transcurso, un grupo del crimen organizado comandado por Alejandro “el Sonrisas” Pérez, apodado así ya que le habían tumbado un incisivo frontal de arriba, el cual nunca se arregló, siendo su distintivo. Llegó a casa de la detective Shilfrend y a punta de cuerno de chivos acribillaron paredes. Toda la vivienda fue herida por fuera, luego rompieron la puerta principal y encontraron a Michel escondido bajo una cama, El Sonrisas lo degolló, en su pecho escribió “esta fue la última advertencia, aléjate pinche gringa… Mexican narco-power”.
Colocaron el cuerpo de Michel en la entrada principal, amarrado del tórax, con una cuerda que salía de la ventana del segundo nivel, bajo el cuerpo que se columpiaba estaba la cabeza del joven ensangrentando el piso. Después de sufrir dicha tragedia, que le arrebató meses de descanso y le dio tantas noches de llanto, Shilfrend se mudó de ciudad llegando a Montebello. Retomó su profesión luego de todos esos meses en donde entró en depresión, pero eran más los deseos de encontrar al culpable y tomar venganza, que regresó a sus actividades tomando el timón de la investigación en cada asesinato, tratando de vincular pistas que la lleven al Sonrisas. El tiempo la desgració y los crímenes en Montebello eran escasos, la herida a grandes rasgos ya se había cicatrizado por el tiempo que había pasado, pero ella aún sentía el dolor y la sangre fresca escurriendo por esa cortada que le dejó la vida.
Del Sonrisas ya no se supo nada y la zona sur de Estados Unidos permanecía limpia de atracos de este sujeto y su banda de narcotraficantes. Así como los asesinatos que se iban esfumando en esta ciudad, hasta que apareció de la nada ese de la familia Cornor.
Viendo el recuerdo de Michel en el porte de Johnny, la detective Shilfrend se bañó de sentimientos, de coraje, de empatía, comportándose más como una amiga que como una detective, queriendo a través de este caso hacer justicia por lo que le sucedió a su hijo. Y después de esa intima mirada que se dio con el joven Cornor prosiguió con la palabra.
– Quiero ayudarte, y sé que no es el lugar y quizá no tengas la fuerza para contestar, pero entre más rápido tengamos pistas podremos resolver el caso-
– De qué sirve, si nada los va regresar -.
– Se hará justicia, ya sé que no es lo mismo, pero por lo menos la herida que te dejó no tendrá una cicatriz tan marcada. –
– Lo único que quiero es a mis padres de vuelta –
Y el llanto invadió en sus ojos, la detective lo abrazó siendo un sostén para este joven huérfano, faltante de fuerza. Las palabras sobraban, Shilfrend seguía consolándolo con palmadas en la espalda, pero al mismo tiempo se consolaba ella por la muerte de su hijo. El lloro bajó la guarda, quedando en sollozo que se fue evaporando al paso de los minutos y Johnny tomó la palabra con una voz tímida salpicada de angustia.
– No sé qué le puedo decir, se lo mismo que usted, estaban en la cama y el mensaje en la pared –
– ¿Tenían problemas con alguien?
– No, mi padre solo se dedicaba la siembra y mi madre al hogar, los vecinos nos conocen muy bien… No eran malas personas-
– ¿Notaste si tu padre tenía un disgusto, quizá con algún comprador de sus productos?
– Todo estaba bien, hablaba casi a diario con ellos, y sus compradores eran los mismos desde hace más de 15 años. Como le digo todos en el pueblo los conocían bien, sabían que mi padre era un hombre trabajador que se la pasaba la mayor parte del día en el campo, y mi madre lo esperaba en casa, era su rutina. Dormían no muy tarde porque el otro día sería lo mismo. No salían de fiesta y los domingos era para la iglesia.
– ¿A qué horas se acostaban normalmente?
– Entre 9 y 9:30 de la noche–
– ¿A esa hora llegaste a casa?
– No, el autobús llegó a las 8:15, caminé entre 15 a 20 minutos hasta llegar a mi casa, la puerta estaba abierta, eso me extrañó, ya que mi madre jamás la dejaría así, era muy paranoica con la seguridad. Subí hasta su recámara y ahí estaban…
La voz se le quebró sin poder terminar de contestar, la detective no quiso preguntar más por la angustia que ya sentía el chico por la gran pérdida que sufrió. Le dio las gracias por su tiempo, despidiéndose de él para irse de ahí con el luto presente en su rostro y su andar.
El médico forense se comunicó con Shilfrend para decirles que la muerte de los señores había sido en la mañana de ese viernes, tal vez a las 8 o 9 de la misma. Así que fue hasta el vecindario de los Cornor para hablar con algunos vecinos. Estos aseguraron que a las 6 am el señor Cornor ya estaba trabajando, sabían exactamente la hora por el ruido que hace el tractor. Decían que era el despertador más funcional que el propio gallo. El papá de Johnny le daba dos horas al trabajo en el campo para luego ir a casa por un refrigerio y a las 10 am volvía las actividades, pero ese viernes no regresó al campo. Nadie se extrañó pues de vez en cuando llevaba a su mujer a citas médicas u otras cosas en el centro del pueblo. Igual como los vecinos sabían con detalle la rutina de este señor, el asesino también la tenía estudiada.
Los policías seguían investigando en la casa de los Cornors buscando alguna pista que les diera el paradero del maleante, pero la casa estaba intacta, nada de sangre, todo en su lugar, un hogar pulcro de algún crimen. La detective al volver a la casa intentó recrear lo sucedido, basándose en la información obtenida. El señor Cornor fue a su casa a desayunar, por lo que la cocina pudo ser el sitio del altercado y la habitación solo el adorno para el arte de este criminal. Debian de hallar algo en la cocina, un cabello, una huella, lo que fuese, pero el culpable sabía bien lo que hacía, podría tratarse de un profesional ya que no dejó ninguna marca. Shilfrend continuaba examinado cada área de la casa, hasta llegar a la alcoba de los padres de Johnny, quedando perdida al observar lo escrito en la pared y el sonido de su celular interrumpió el trance en el que se encontraba.
– Smith, ¿qué pasa?
– Me informaron de un asesinato en Fish Vally –
– Ese poblado no es de mi jurisdicción. –
– Lo sé, pero te va a sorprender lo que hallaron… –
– Mándame la ubicación, voy para allá –
Una hora en coche para llegar a Fish Vally, un poblado al norte de Montebello, cerca de las montañas donde está una gran laguna que la mayoría de los pueblerinos utiliza para pescar. En el centro del pueblo se hallaba la casa de los Cole, una familia dedicada a la venta de productos para la pesca. La casa era acogedora con un gran jardín al frente. Shilfrend se estacionó frente a ella, junto a las otras patrullas del distrito. El detective Colin se acercó a la acera al verla llegar.
– Detective Shilfrend, un gusto verla -.
– Me dijo Smith que aquí habría algo que me interesaría. –
– Sí, supimos del caso de Montebello y algo similar acaba de pasar aquí, por eso la andaba buscando, podemos estar frente un asesino serial. –
– Veamos qué es lo que tiene Colin. –
Se dirigieron hasta la sala, donde estaban en el sofá tupido de sangre, los cuerpos desnudos del señor y la señora Cole, con más de 20 puñaladas en el abdomen y gusanos saliendo de sus bocas. Shilfrend se cubrió la boca por todo el hedor a putrefacción.
– Oh mierda, ¿cuánto tiempo llevan aquí?
– No lo sé, creo que varios días –
– Oh mierda, que hijo de puta –
La detective miró hacia la pared frente al sofá en donde colgaba el televisor y junto a él se mostraba escrito con marcas de cuchillo “Bienvenido a mi mundo”. Luego le preguntó a Colin, si los señores tenían familia, éste le respondió que solo un hijo. Fue quien dio el reporte, al llegar a casa los encontró así.
Salieron de la sala porque el olor a podrido era muy intenso, ya en el jardín Shilfrend continuó con la palabra.
– ¿Estudia la Universidad? –
– Si, llegó hoy por la mañana, está muy mal, lo llevaron al hospital. –
– Igual tienes razón sobre el asesino serial; el mensaje, la manera que deja a los cuerpos desnudos y apuñalados… el joven Cornor de Montebello también es hijo único, él, igual que este chico llegó de la Universidad. Deberíamos de investigar allá, algún estudiante… ¿Hallaron alguna pista?
– La casa está limpia, ninguna huella. –
– Bueno, encárgate de la zona y ponte alerta con los otros distritos, yo iré el lunes a la capital a ver qué encuentro en la Universidad –
Shilfrend volvió a Montebello, la noche la cobijó en su llegada, y en su pensar solo estaban los dos asesinatos, quien era el hijo de puta que haría tremenda salvajada, demasiados problemas psicológicos, trastornos o algo que lo lleve a cometer estos actos. “Bienvenido mi mundo” esa frase se la repetía la detective en todo el trayecto hasta llegar a casa de la tía de Johnny, ya que ahí dormiría él.
SINOPSIS
Lucas Robinson es un escritor en decadencia, su última publicación fue hace muchos años, se alejó de las letras después de la muerte de su mujer y dedicó su vida a la docencia. Una idea brillante le llegó una noche para retomar la escritura y es aquí cuando comienza este drama con tonos de thriller y fantasía. La novela de este escritor iba tomando ritmo hasta que un bloqueo creativo impidió que continuara con la narración. Este bloqueo fue a causa de los personajes, quienes seguían con su vida aun después de que Lucas dejara de escribir la historia. Estos personajes comenzaron a investigar sobre esa voz que los hace actuar de una manera, trataran de averiguar por qué están ahí y por medio de los capítulos lucharan para impedir que la historia tenga un final, ya que esto acabaría con sus vidas, de igual manera intentaran evitar ser controlados por esa voz en su cabeza, la cual es la pluma de Robinson, quien quiere contar su historia, poder terminar esa novela para sentirse vivo, para dejar un legado, una gran novela que lo catapulte a uno de los más grandes escritores.
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