Extraño a mis amantes, no esos amores de recamara y parques que causan en mis ojos un destello, no es momento para hablar de ellos. Extraño a mis amantes, al furtivo, el clandestino, el que toma un poco de caricia, bebe, come y se marcha; no sin antes agradecer el inesperado acercamiento. El que pocas palabras pronuncia en una charla y está dispuesto a asentir; que ríe, clama, insensible a afectos suaves y adicto a la pasión que se consume en la saliva y el mador.

Me hacen falta las risas sin tabúes, los comentarios inapropiados, la exhibición pública de lo erótico y profano, quiero tomar en mis manos el nudo del pudor y desatarlo. Exclamaciones, sonidos, sollozos, aullidos, alaridos, vituperios, quejidos, gemidos, graznidos. Extraño en mi alcoba al amante que desconocen los testigos en la noche alcoholizada y demente que corrompe las purezas. Quiero, en la oscuridad reposada, privar la calma y darle rienda suelta a los desesperos por lamer, tocar, morder, frotar, agitar, apretar, sujetar, atacar, acariciar; dejando disolver a la seducción en instintos de supervivencia. Extraño los amores de la noche, no necesito amores con huella.

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