
El vapor que sube desde la taza que tienes en las manos trae el aroma del café recién hecho. Te acomodas en la silla y mientras baja por el esófago el primer buche, colocas las manos sobre el teclado:
Estar parado en aquella esquina, a esa hora exacta, no era fortuito. Llevaba esperando la oportunidad por más de un mes, desde que la vio salir del bar de enfrente. «Si no le doy la oportunidad al destino, tal vez me lo haga más difícil», pensó.
¡Uy! Comedia, romántica, destino… Típico: el destino hace que encuentre a la mujer de su vida, que se enamore a primera vista, ella también, claro, que las situaciones favorezcan su encuentro —tal vez una serie de casualidades harían el trabajo—, y, por último, el mismo destino que los juntó, traería una enfermedad terminal a ella, que les permitiría vivir apasionadamente sólo una semana —la más gloriosa de las semanas—, para que todos los que leemos su historia sintamos que somos los peores mortales vivos sobre la faz de la tierra y luego nos termina de revolcar con la muerte de ella mientras él le sostiene la mano… ¡Válgame el cielo! ¿Acaso no podés dar con otra idea más original?Tomá más café, a ver si despabilás la mente creativa. El sabor es exquisito, la chica de la tienda tenía razón. Y lo dijo con una hermosa sonrisa, mirándote fijo, a los ojos, sin pestañear… O es muy rara o está coqueteando contigo. ¡Ahí estás de nuevo! No podés creer en una ficción romántica pero creés, sin dudar, que la chica de la tienda está coqueteando contigo. ¡Si serás…! Está bien, veamos qué tal así…
Estar parado en esa esquina, a esa hora (quitemos el “exacta” que sobra), no era fortuito. Esperaba esa oportunidad (queda mejor). Su contacto había sido claro «si el jefe quiere conocerte, él te buscará». Y añadió con voz impostada: «Nadie encuentra al jefe, nadie ve venir a La Sombra». De esta manera se fue calle abajo (¡Uh, cuánto misterio! Te gusta, ¿verdad?). La Sombra era el mayor narco del país. Trabajar para él significaba hacerse rico en menos de un mes. Traicionarlo… Bueno, digamos que lo último que veías era su sombra, así, sin más. Nadie conocía su rostro.
Negra, noir, narcos, misterio, jugarretas, policías corruptos, policías infiltrados, un «vivo» que piensa en ser el rey del barrio y termina jodiendo a cuanto infeliz se le acerca, el poli bueno que llegará casi hasta derrotar a La Sombra pero muere justo en la escena final, «El crimen paga», esa sería la línea final del personaje, que, como buena sombra, no sabremos quién es, ni en este libro, ni en el segundo, y sólo revelarás su identidad en el tercer libro. Luego vendés los derechos a Hollywood y te retirás a las montañas en Italia donde vivían tus ancestros. ¿Será posible que te distraigas con estas cosas en lugar de escribir? ¿No será mucho adelanto en el tiempo? ¿No estarás sobrevalorando tu capacidad? Después de todo, ¿para qué escribís? Tomá más café, que te hace falta. La mezcla de sabores amargos y dulces en la lengua es espectacular. Habías leído que el sabor del café no tiene nada que ver con el gusto, sino con el olfato. Que si estás resfriado no puedes sentir el sabor. ¿Quién puede sentir algún sabor cuando está resfriado? ¿Ves? Un trabajo así deberías conseguir: escribiendo estupideces para una revista de chimentos o de pseudo estudios científicos. Así escribirías —que es lo que te gusta—, te pagarían por ello, y hasta podrías llamarte «columnista». No ganarías un Pulitzer aunque podrías darte los gustos que se te antojaran.
Estar parado en esa esquina, a esa hora no era fortuito. Llevaba esperando la oportunidad por más de un mes, sabía que allí se materializaban los enviados de Aktur-Na para reclutar nuevos aspirantes. Ese era su sueño: viajar a los límites del universo conocido de la mano de la raza más inteligente y avanzada que alguna vez llegara a la Tierra.
Vamos, no pensarás en una de ciencia ficción, ¿verdad? Que los seres, bla, bla, bla, que los elegidos, que la «fuerza»… Cuando eras niño, Yoda era genial, ¿qué tal si ahora creas un sensei del nuevo milenio? ¡Nah!, Está muy trillado.
¡Toc. Toc. Toc!
No estás para nadie. ¿Quién golpea a esta hora? Una vez que había tomado ritmo…
¡Toc. Toc. Toc!
—¿Señor Pérez? ¿Está usted ahí? Soy el gerente del edificio. Tenemos que hablar.
Estás seguro que no hiciste ningún ruido… Ninguno. Si te quedás quieto se irá. No, señor, aún no tiene el dinero del alquiler, le dijo el jueves y estamos a lunes. ¡Váyase! ¡Mierda! Tenés que encontrar algo rápido. O una editorial que crea que sos bueno o un trabajo estable. ¿Y meter tus sueños en el cajón del escritorio? Sabés muy bien que lo que allí entra no vuelve a salir. ¿Revisaste si todavía está aquel proyecto que mandaste a imprimir para presentar en aquel concurso de novela corta? Seguís engañándote como con lo de la chica de la tienda, ¿no lo ves? ¿Y qué tal si lo de la chica fuera verdad? Sólo hay una manera de saberlo. Por algún lugar tenés empezar a ver si tus pensamientos son correctos o estás perdiendo la perspectiva. Andá a comprar más café y le decís que su recomendación fue un éxito (y que te excitó) ¡No! Eso no, no arruines el momento antes de siquiera tenerlo. Está bien, controlate. Salí por la ventana, bajá las escaleras de servicio, caminá lento y pausado, como una persona normal, y vas a la cafetería.
El sol te lastima los ojos. ¡Vamos!, que no te hará mal caminar de día. Ya son más de las dos de la tarde, sabés que su turno comenzó a la una, y esta vez, la verás recién llegada y no a quince minutos de irse. Recuerda, sonríe, sé amable pero discreto, y busca el momento preciso para invitarla a tomar un café. ¡Un café! ¿En serio? ¿Un café a una chica que trabaja ocho horas, seis días a la semana rodeada de café? Lo tuyo es grave, de verdad. Veamos, los extraterrestres son la raza más inteligente del universo conocido; mi personaje es un primera clase, desterrado a última clase, la peor escoria, por un villano que no quiere competencia y que usurpó su trono con poderío militar… Y dale con los enanitos verdes, dejate de joder, ¿querés?
—¡Eh, cuidado, estúpido!
Por favor, tenés que dejar de soñar despierto, es peligroso, ya lo decía la abuela.
—¡Manejá más despacio, animal!
Esa es la forma, gritar luego de asegurarte que el auto dobló en la esquina, no vaya a ser que te oigan. Bueno, allí está la tienda, y allí «la chica del café» ¿Cuál será su nombre? ¿Cuántos años tendrá? ¿Estará sola y será simpática? A ver, ¿qué tal si comenzás por «hola, tu recomendación fue un éxito (otra vez la palabrita) y me gustaría conocer el nombre de tan brillante vendedora». ¿En serio? Mejor entrá e improvisá. ¿Vos, improvisando?
—Adelante, señora, pase usted.
¿Ves? Siempre igual, te hacés el caballero y en realidad lo que lográs es quedar atrás, al último, relegando tus necesidades, siempre. ¡Uy! Te está mirando, y comienza a sonreír… ¡Qué loco que pase en la vida real eso que pasa en las películas cuando la hermosa protagonista hace un gesto, o se corre el pelo, y la cara le brilla, y hay viento en el interior de los lugares que le mueve su hermosa melena… «La magia de mi melena» ¡No! ¡Vos no tenés arreglo!
—¿Volviste? Así que te gustó el café.
No, todavía estás en tu casa justificando porqué no tenés plata para pagar al gordo del dueño…
—¡Sí, claro! ¡Me encantó el café! Por eso volví. Bueno…
—¿Querés llevar el mismo o probar otro nuevo? Tengo más recomendaciones para hacer. El irlandés para tomar con coñac es ¡Mmmm! Una delicia. ¿Querés probar?
—¡Ah!, ¿venden café pronto también? (No, boludo, si las mesitas son para esperar a que te atienda el dentista) ¡Dale, buenísimo!
—¿No tenés que manejar, verdad? Porque mirá que el coñac caliente puede marear un poco.
—No. Vivo acá cerca. Sos muy amable, gracias… (y entonces es cuando ella dice…)
—De nada…
—Mateo, me llamo, Mateo. ¿Y vos?
—Priscila, pero todos me dicen, Lila. Ya te alcanzan tu capuccino irlandés, Mateo.
—Ok. Gracias, Lila. Voy a…, en la de la ventana porque se ve mejor… y tal vez… Otra vez balbuceando como gurí chico, ¿ves? Ahora se va con esa sonrisa compasiva, ¡mirá!, ahora hizo ese gesto con la cabeza como preguntándose ¿qué fue eso? Es solo lo amable que tiene que ser para atender a cuanto boludo entra a decirle lo linda que es. Porque es linda en serio… ¡Qué disparate! Listo, ya sé, esperá que entre otro galán a ver cómo lo trata, si lo hace igual que contigo, te tomás el irlandés y te vas a encerrar al apartamento a escribir tu próximo best seller: «Como dejar de tener sexo indefinidamente con sólo dos frases.» ¡Un golazo de media cancha! Ahí entra una señora, a ver cómo se porta Lila.
—Lili, querida, ¿cómo estás hoy? Me preparás lo de siempre, por favor. Gracias, cielo.
—Hola, señora Felagio, enseguida.
—¡Fe-la-chio! ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? Y apurate que no tengo toda la tarde. A las tres tengo que estar en la tower, así que, por favor…
¡Uy!, qué personaje, mamita querida… Con este tenor no tengo forma de comparar. Pobre Lila, mirá cómo quedó, parece pollito mojado. Da una ternura… A ver este otro. ¡Ah!, pero si se escapó de Baywatch el boludo. Cómo cuesta creer que hay gente así de verdad.
—¡Hola, Liz, corazón, ¿cómo andás? Porque cómo estás se ve de lejos…
—Hola, Peter, ya le preparo lo de todos los días. —Dale, gracias.
¡Puff! Qué personaje. A ver, ahí le da el café.
—Acá tiene, Peter, su pedido.
—¿Escribiste tu número al lado mi nombre? Algún día tenés que aceptar salir conmigo, mirá que todo esto no siempre estará disponible. No sé, pensalo.
—Que tenga un buen día, señor. ¡Siguiente!
¡Ufff! El frío se siente de lejos. ¿Por qué no vas ahora y la salvás del príncipe, al mejor estilo Shrek. Ahora, te digo que para ser un aspirante a escritor todo lo que se te pasa por la cabeza es un gran cliché. ¿Y si vas a terapia?
¡Toc, toc, toc, toc, toc, toc!
¿Y eso de dónde viene?
¡Toc, toc, toc, toc,tototototototo, toc!
—Señor, Pérez, sé que está ahí, puedo oír cómo le pega a las teclas de su computadora, hágame el favor de abrir. Si no lo hace, me veré forzado a volver con la policía. Ya es la quinta vez que intento hablar con usted. Por favor.
Pero qué gordo de mierda, viene en el peor momento real a distorsionar el mejor momento ficticio. ¿Cómo hago ahora para volver a ese ritmo, a ese tono? Ya voy, la puta madre. ¡Uy!, ¿lo dije en voz alta?
—Ya voy, señor presidente, un segundo nada más.
¿Qué le digo? ¡Increíble! Quiero ganarme la vida vendiendo historias y no sé qué mentira inventar para sacarme de encima a este tipo. Listo, lo mejor en este caso es decir la verdad, después de todo…
—Disculpeme, don Carlos, todo este tiempo estuve tratando de encontrar un trabajo fijo, un ingreso fijo, ¿sabe? —dije con mi mejor expresión de Gato con Botas—. Está complicado el mercado laboral y los ahorros que tengo se me van en comida. Podría pagarle ahora, pero tendría hambre por el resto del mes, o quién sabe cuánto. Disculpe la honestidad cruda, pero es así.
—Mirá, Marcos, vamos a hacer una cosa, y la hago por la buena relación que tenía con tu vieja, ¿sabés? —comenzó a decir el presidente con una mano el la voluminosa panza y la otra en mi hombro. Lo que más me molestó fue el tono paternalista. Viejo de mierda, ¿creés que no me daba cuenta de que te clavabas a mi vieja después que mi viejo se murió? ¿Me vas a proponer algo parecido para ponerme al día?— El edificio tiene varios arreglos para hacer y sabés que Lorenzo no da abasto. ¿Te parece si le das una mano y vamos descontando tu deuda de allí?
La idea no era mala, era mucho mejor que bajarme los pantalones, los de verdad, digo, porque de alguna manera me los estaba bajando, pero solo porque venía de su parte. Si fuera cualquier amigo me ofrecía yo mismo, ¿de qué estamos hablando?, pero el gordo era un caso jodido. Bueno, Marcos, después de todo, es eso o la calle, vos lo sabés bien, así que…
—Me parece perfecto. Mañana a primera hora me pongo a disposición del portero. Don Carlos, ¿le puedo hacer una pregunta?
—Por supuesto, mijo, dígame.
—¿De verdad pensaba llamar a la policía?
—Y, mirá, por la memoria de tu madre, no tendría que hacerlo, pero si nada cambia… La junta me está presionando, viste, y ya se me acaban las excusas. Quieren plata, y tienen razón, ¿entendés?
—Por supuesto, don Carlos, no se preocupe, ya se me va a ocurrir una solución.
—Estoy seguro de eso, y estoy seguro de que tiene que ser en menos de noventa días. Buenas tardes, Marquitos.
«Marquitos» y la puta que te parió. No soy tu hijo gordo usurero, te aprovechaste de una mujer vulnerable y ahora me querés clavar a mí, sos un hijo de puta, mirá. ¡Cómo me gustaría decírselo en la cara!
—Buenas tardes, don Carlos, y muchas gracias, eh.
Listo, voy a llamar a Claudia que tiene inmobiliaria y hoy mismo ponemos el apartamento en venta.
—Pasá, Claudia, gracias por venir tan rápido, estoy desesperado.
—Tranqui, gordi, sabés que contás conmigo. Veo que ordenaste un poco. Bien, me gusta. Vamos a sacar algunas fotos tentadoras y hoy mismo publico el apartamento en la página. Mirá que se puede vender rápido. Ponemos un precio tentador y listo. ¿Ya sabés para dónde mudarte?
—No, pero para eso estás vos también. Sé que vamos a encontrar algo juntos. Como te dije por teléfono, los papeles están al día, y deudas tengo sólo la del edificio que se la voy a tirar en la cara de gordo libidinoso cuando tenga la guita, te juro.
—Che, gordi, ¿y con la escritura cómo vas?
—Y ahí, tengo varios proyectos, algunos guardados y otros arriba de la mesa, de verdad, están ahí, mirá.
—A ver —Claudia comenzó a ojear lo que escribí hasta que el gordo me interrumpió—, ¡ah!, pero está bueno esto, me gusta, tenés ese humor filoso que no perdés más, eh. Tenés que hacer algo con esto.
—¿Metérmelo en el culo?
—No seas tarado, querés. Tenete un poco de fe, mirá si gusta. Además, vos sabés bien que mi paladar literario no es berreta. Confiá en mí si no lo hacés en vos. En serio te lo digo.
—Gracias, querida, yo sé que sos mi amiga y que nos conocemos desde la escuela y que siempre me la tiraste para adelante. Por ahora, tengo que hacer de conserje mañana temprano y vos tenés un apartamento para vender y una casa que encontrar.
—¿Querés casa?
—¡Si! No quiero bancarme más vecinos, ni consejo de edificio, ni presidente golpeando la puerta, ni gastos comunes, ni la mar en coche, ni la montaña en monopatín.
—Creo tener lo que querés. En unos días te llamo.
Tres días y tres visitas de interesados después recibí una llamada de Claudia. Además de mi mejor amiga la tipa era muy eficiente en su laburo. Me dijo que nos encontrábamos en el café de la esquina, que teníamos que arreglar detalles, pero que el apartamento estaba vendido. Salté en un pata, de verdad, mientras bailaba al ritmo Chuck Berry. Me importaba una mierda si molestaba a la vecina de arriba y mucho menos a don Carlos que vivía justo abajo de donde ahora bailaba. Nunca lo había hecho de esa manera —y nunca lo volvería a hacer— pero en ese momento todo era glorioso.
El café tenía muchas mesas libres. Claudia estaba cerca de la ventana y me hizo señas enseguida cuando entré. Ella también estaba radiante.
—¿Y, qué le parece el servicio de la inmobiliaria, señor Pérez?
—Bueno, a decir verdad…
—Sentate y andá a cagar, ¿querés? ¿Tomás café o algo más?
—Café está bien. Muchas gracias, Clau. De corazón te lo digo. Esto es muy groso para mí. Y, una vez más, me salvaste la cabeza.
—No seas boludo. Sabés que estoy acá siempre. Escuchá. La pareja que fue ayer quedó enloquecida con el apartamento y ya tienen la plata que el banco le presta. Mandé a la gestora para que consiga todos los papeles, ¿trajiste los títulos y eso que te pedí?
—Tengo todo acá, tomá —le acerqué la carpeta que mi vieja había dejado con las indicaciones pertinentes en caso de que algún día vendiera—, hasta polvo acumulado debe tener eso, mirá.
La moza llegó con los cafés. Cuando se inclinó para bajar las tazas, me quedó el cartelito con su nombre a la altura de los ojos: «Liz». Recién ahí la miré. No se parecía en nada.
—Te conseguí una casa en la Costa de oro. Te va a encantar. Está medio cerca de Atlántida, pero el barrio es muy pero muy tranquilo. El Fortín se llama, ¿conocés? —continuó, Claudia.
En ese momento entra, de forma bastante estrepitosa, una veterana con una capelina, lentes negros redondos y enormes, como de los sesenta, la carterita —haciendo juego con el pañuelo y los zapatos—, a la altura del antebrazo y con la mano libre estirada llamó la atención de la moza.
—¡Liz, querida, ¿tenés pronto el Latte que encargué hace media hora? Se lo pedí por teléfono a Marito. Bueno, esto se está poniendo raro…
—Por supuesto, señora Bruceta.
—Bru-che-ta, querida, y que no se te olvide más, por favor.
Para ese entonces mis ojos emulaban el dos de oro pero horizontal.
—Mateo, ¿te sentís bien? ¿Qué me decís de la casa en el Fortín? ¿Mateo? —La voz de Claudia se iba alejando, junto con su imagen, me estaba por dar algo—. Boludo, con la plata que te sobra podés, además de comprar un cachilo, publicar tu libro de una buena vez, y capaz que hacer un viajecito a Tonno, en Génova, siempre quisiste ir donde nacieron tus bisabuelos, ¿te acordás? Gordi, me estás preocupando. ¿Gordi?
Toc, toc, toc…
OPINIONES Y COMENTARIOS