Palabras de café

Palabras de café

Lau Medina

25/03/2021

«La Maga»

Me gusta escribir cuando está nublado y cuando la música retumba en mis oídos creando un suspenso emocional que me recorre el cuerpo.

Entiendo que desde esta habitación con una máquina de escribir y un cigarro en mi boca nada está a mi alcance, si esto fuera una canción de amor fracasaría por completo, y eso es lo lindo de las canciones de amor que para ser contadas necesitamos de una historia de desamor que nos juzgue como parte del pasado… Esto más bien son líneas, no llega a historia, mucho menos a cuento. Esto son líneas saliendo desde una habitación oscura, frente a una ventana, con la cabeza gacha porque mi historia de amor fracasó mas que aquellas escritas en el viejo Mouline Rouge, ¡Cómo me hubiese gustado vivir en una mesa del Mouline Rouge! Me imaginé cientos de veces en aquel lugar rodeado de personas de la época, riendo y hablando al límite de encontrarnos gritando, pero me quedé leyendo y viviendo en mi imaginario luego de leer cien veces «andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos», y algún día serás mi Maga y algún día aquel viejo París será más real que las palabras.

“Dejar de ser”

Parecía ayer cuando sonaba la misma canción una y otra vez en el tocadiscos viejo de aquella habitación, una mezcla de jazz, blues y vaya a saber que más… todavía sigo sin entender tanto de música al igual que en aquel entonces. Solo la siento, dejo que mi cuerpo respire las melodías y creo imágenes mentales. Solo escucho, vivo y siento. Esa es la magia de la música, la magia del arte.

En otra vida había soñado con ser actriz. Digo en otra vida porque de esta ya está muy lejos. Es la misma, claro, no creo en la reencarnación. Es un decir. Pero en esta vida, la que logré aceptar sin sueños utópicos eso está muy lejos de la realidad. Me encantaría decir que no es así, me encantaría decirle a aquella niñita que siga bailando frente al televisor y recreando las escenas que veía en las telenovelas que sus padres le prohibían en el patio de su casa. De todas formas, a veces, en secreto, me gusta soñar con lo irreal, soñar con lo que pudo ser… o con lo que no es.

Deja vú con aquella canción. Se me vino a la mente la imagen de aquella habitación con cortinas marrones, luces tenues amarillas, el cigarrillo en su boca, el humo del cigarrillo saliendo de la mía. Las sonrisas de nuestros cuerpos bailando, las pinturas desparramadas en el piso como si fueran un arco-iris abstracto e involuntario, su jean tirado en el piso y su mirada. Amaba como me miraba cuando bailaba sentado desde la cama. Su mirada me transmitía luz, me daba paz, me hacía sentir que volaba. Pasaron miles de cigarrillos, cientos de canciones y varios pinceles manchados de pinturas de colores desde aquel entonces.

Hoy escribo para recordar, recordar lo que me hizo sentir, como me sentí. Recordar la sensación de volar, del sabor del cigarrillo, del gusto de la mirada del deseo, y cada vez que suena esa canción recuerdo sensaciones. Ya no recuerdo la persona. Soltar. Tampoco se que tan bueno está recordar.

“Julieta”

La nueve de julio parecía nunca terminar, era un nuevo comienzo. La felicidad de Julieta se podía ver en su mirada, su alma era una mezcla de sensaciones y emociones, su estomago una mezcla de vació que parecía revolverse todo el tiempo.

Se bajó del remis que la trajo desde Aeroparque al hotel barato que había rentado para pasar sus primeros quince días hasta encontrar un nuevo hogar. Tenía hambre de sueños y estaba llena de esperanzas de crecimiento. Entro a la habitación. La habitación era más chica de lo que había imaginado pero no importa, desempacó sus valijas llenas de ropa, colocó el cepillo de dientes en aquel baño que parecía sacado de una película de los años cincuenta. Nada importaba, todo tenía su encanto. Colocó sus porta retratos en la mesa de luz de pino que estaba al lado de su cama, sacó el alfajor que guardaba en su bolsillo para cuando tuviese hambre y bajó desde el piso número tres a planta baja. Cargaba una energía que irradiaba el mundo, ella se iba a comer el mundo.

Preparó una mochila negra con su libro preferido, los auriculares, cien pesos y las llaves del hotel. Se puso su capucha gris de su buzo canguro, metió las manos en el bolsillo y se dirigió a la plaza mas cerca que busco por google maps a correr…

Sus miradas se cruzaron, respiró profundo y quedó sin aliento, él le sonrió, ella se sacó la capucha y se acomodó el pelo detrás de la oreja. El siguió su camino. Ambos se dieron vuelta, sus sonrisas y miradas se cruzaron. Julieta volvió a ponerse la capucha miro al piso y respiró profundo con una picará sonrisa en su rostro. Siguió corriendo. Y afirmó que este era su nuevo comienzo.

«¡1…2…3!»

Hay una magia que habita en sus ojos color de caramelo. Color de caramelo como el cielo cuando se mezcla el rosa con el anaranjado que esfuman a las nubes en una pincelada calma que hace que el sol parezca nada. Ese es mi color caramelo. Al color caramelo me lo inventé, porque es una sensación, un vivir. El es mi niño color caramelo porque solo hay que saber mirarlo para entenderlo, pequeño que salta, envuelve y transforma todo bien, todo a su alrededor.

«Lo simple»

¿saben cuándo empiezan las relaciones? Cuando dos miradas se encuentran, se entrelazan y no se sueltan. Exiten cuando existe ese espacio temporal entre el pasado y futúro como lo único importante. El aquí y el ahora dónde todo lo demás es historia.

“Ahí es donde.”

Había viajado hace tanto tiempo, tenía algunas imágenes del lugar en los recuerdos más profundos de su mente, pero revivía como si fuese ayer cada sensación que ese lugar le hizo sentir. En un momento particular de su vida, y a sus apenas quince años había llegado de casualidad en un viaje escolar donde se quedó el micro y no pudieron seguir al destino original, a las Playas de Puerto Madryn, todavía recuerda y ríe cuando cuenta como se escapaba en las horas libres del hotel para ir sola a recorrer aquella ciudad que le resultaba tan mágica, o cuando faltaba a las comidas para caminar sola por la orilla del mar.

Esa semana se sorprendió con lo que transmiten los animales, se amigó y llego a sentir más que nunca los sonidos, olores y sentidos de la naturaleza. Ver a las ballenas ser desde la orilla era su cable a tierra. Le hacía sentir que todo estaba bien, que solo había felicidad, le daba la sensación que todo el mundo estaba contento, que nadie estaba triste, que todo se podía enfrentar.
Pasaron quince años, volvió, pero no sola. Ahora está sentada en la orilla de aquel mar, mirando a las ballenas, que quizás eran las que estaban ahora acompañando a sus crías en aquel mar cálido. Ahora le enseñaba el sentido de la naturaleza y de la vida. Ahora sentía esa paz y felicidad que tanto anhelaba. Aquel pequeño de seis años la acompañaba, y ya no había más. Estaba feliz. De nuevo esa sensación le recorría el cuerpo, pero ya no eran recuerdos, era la sensación del ahora… del vivir. Era feliz.

«Volver al futúro»

Si pudiera sentar en una mesa a Frida Khalo no dudaría en invitarla una cerveza, tal vez dos… O mejor tres. Sentaría en esa mesa a Eva Perón, creo que sería una conversación digna de ser grabada y alabada. Conversación que no resistiría archivos de moral ni de libertad. Las invitaría a un baile de palabras y armaría rompecabezas con todas sus metáforas. Y creo que Quilmes me pagaría por cada cerveza tomada y no gastada (o bien gastada).

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