Sofía Bennett
Sentada en uno de aquellos sillones tan reconfortantes, oliendo a café recién tostado, me encontraba en una gran cafetería de Manhattan. Unida a aquella gente en aquel perfecto lugar, donde poder pasar un rato agradable, esperaba la llegada del individuo mas horrible, despreciable e odioso de mis enemigos.
Era uno que llevaba la voz cantante en aquel asunto en el que me había metido. Pues iba a conocerme con unos tacones de aguja negros, vestido de corte princesa y de color rojo intenso; cabello liso de color cereza (que yo tanto apreciaba). Me había puesto tan correcta como había sido posible. Ya que habían pedido que diera una buena imagen como subdirectora de mi revista. Pero si algún día hubiera querido pasar desapercibida, solo hubiera tenido que cambiar mi color de cabello y listo. Para todos, absolutamente para todos mis enemigos, podían no reconocerme solo por ese cambio. Ocultarme bajo unas gafas de sol enormes y encontrarnos en la madrugada era mi especialidad hasta aquel momento. Pero aquel encuentro era una novedad para las pocas semanas que llevaba en la ciudad.
Sin embargo, en ese instante, ya me encontraba en otro embudo del cual tendría que salir por mi misma.
El hijo del líder más importante de mis enemigos estaba a punto de llegar. Yo no dejaba de mover el pie derecho por estar nerviosa e ansiosa porque apareciera el dichoso tio y acabaramos con todo aquello. Zanjaríamos un pacto para que yo pudiera comenzar lo que había venido hacer a la ciudad y me iría a casa…
Me retoqué el cabello, cogí un pequeño espejo de mi bolso de mano —que estaba tendido en la mesa—y hurgué en mi propio bolso, logrando encontrar el gloss que buscaba. Con aquel gloss rojo intenso, solo el universo podía saber cuantos hombres habían caído rendidos a mis pies. Y no exactamente para disfrutar después. Hacía mucho que no me maquillaba por gusto. Era por pura vocación. Cada día quería más, y me compensaba lo que hacía. Además, llegados aquel punto pocas opciones tenía de huir de ese mundo.
Las luces tenues no me dejaron ver demasiado con claridad en el espejo, pero pude terminar de maquillarme para aquel horrible personaje que se presentaría en pocos minutos. Recuerdo mirar el reloj en contadas ocasiones, y aquel hombre no llegaba. Cambié de pierna para cruzarlas cada dos por tres, pero nadie apareció entonces.
El camarero me miró como a una pobre mujer a la que le habían dejado plantada. Y tenía razón. Me habían olvidado y estaba muy cabreada.
— Maldito seas…
Bufé resignada.
— ¿Disculpa, me decías a mi?
Un voz grabe, dura y fría a la vez, me atrapó por completo y me cogió de imprevisto. No podía ser. No pensaba en alguien así. No estaba preparada para aquel… Tres «no» en menos de un segundo ¿Quién era él para hacer conmigo aquello? ¿Quién era él para dejar sin palabras a Sofía Bennett?
— Mi nombre es Aiden Simmons.— se desabrochó la americana y se sentó delante de mi. Absorta, no recordé ni si quiera mi nombre. Tras unos segundos tuvo que hablar él. — ¿la chica sin nombre…? — A nadie le quedaban tan bien esos pantalones de traje, o la americana tan ceñida. De hecho, nunca me había fijado en ese tipo de vestimenta. Siempre me había parecido sosa y básica de un hombre de negocios. Pero a ese chico le quedaba fantásticamente bien. — Vaya, veo que te he dejado muda.
— ¿Él que …?
No, Sofía. No podías permitirte el lujo de fantasear con alguien así. Eso me dije a mi misma y lo conseguí. Levanté la cabeza y sonreí, sintiéndome fuerte de nuevo e intentando verle como a alguien singular.
— Sofía. — le dije sin más.
Pero no podía verle como alguien normal, me era imposible. ¡¿Pero de donde había salido ese tipo!? Yo era una mujer de 25 años ¿nadie me pudo avisar de que esta vez no era el perfil de siempre? ¿Qué ese chico no era un gordo con barba, —o con solo bigote— y con pinta de haber pasado los anteriores días de su vida sentado en un asiento recibiendo billetes…? Aquel, más bien tenía pinta de haber tenido mujeres sirviendo a sus pies, mucho más que simples billetes.
Sus ojos de un color grisáceos, casi me atrevería a decir platinos, buscaron los míos inquietos. Se recostó en el sillón dejando sus piernas en posición chulesca. Levantó el mentón esperando a que aquella pelirroja con pintas de niña de mama le devolviera alguna palabra.
— Encantada de conocerte. — fue lo único que salió de mi interior.
— El placer es solo mío, nena.
Espera…» ¿nena…?» De nuevo, sabía que tenía que reaccionar, pero estaba claro que aquel chico me había dejado fascinada con su porte de macarra y a la vez un estilo muy propio de los que tienen una vida solucionada. Yo no es que tuviera demasiado, tampoco poco, pero por nada del mundo llegaba a su nivel adquisitivo. No obstante, tuve que recurrir al alocado feminismo que tenía dentro y tratar de tomarlo como una excusa para mi misma.
— ¿Me has llamado «nena»? — por fin moví mis manos para expresar mi rabia. — Mira, he venido aquí para tener una pequeña negociación. Pero ya veo que no he tenido suerte con el socio. Hasta luego.
Me jugaba que aquel fuera un adiós definitivo, y perdiera la misión, y además me crujieran por todos lados. Pero si aun me quedaba algo de encanto femenino, y mi cuerpo seguía siendo un imán para capullos, podía conseguir provocarle curiosidad. Y no la habría fastidiado con mi tontería. Así que me levanté, tomé mi bolso y comenzó el ruido del tacón contra el suelo, que es lo que más me encantaba de aquella pieza de vestir. Su encanto para perfilar unas bonitas piernas.
— Espera…— llamó.
Había funcionado.
Seguía siendo la pelirroja que llevaba la situación. Porque por un momento había pensado que él me había derribado.
— Podemos vernos en otro momento, no tiene por que ser aquí. ¿Qué te parece? — miraba para los lados como buscando a alguien. — No es un sitio muy adecuado para gente como nosotros ¿no crees? — sonrió triunfal en cuanto me volvió a ver la cara de atontada que tenía cada vez que le miraba. — ¿eso es un sí…?
— Eso es un «puede». Que te vaya bien, Aiden… — me despedí.
De nuevo estaba intentando dejar huella. Y probablemente lo conseguiría. Solo quedaba esperar…
Prólogo
Aiden Simmons.
Odiado por todos los enemigos de mi familia, y por muchos otros si supieran nuestras maneras, no era más que yo. Y así era mi vida desde que había decidido unirme a todo ese mundo del que tanto hablaban y del que tanto alardeaban. Sin embargo,entre muchas otras cosas, fue una total decepción. Aunque podía tener su parte atractiva y divina, pero nada más allá de un buen polvo con tres mujeres a la vez, o unos buenos restaurantes, y buenas camas donde dormir. Pero no podía quejarme, es lo que yo había elegido hacía un par de años. Y para ser sinceros, no se me daba nada mal.
— ¿Vas a ir a la negociación? — preguntó mi tio, que llevaba más de tres horas enganchado al ordenador y con un vaso de coñac.
— ¿Qué negociación?— elevé una ceja.
No recordaba que hubiera algo que hacer en domingo.
— ¿Qué pasa? ¿No te acuerdas?
— Mmm… no. — añadí cerrando los ojos en dirección al techo, mientras me encontraba en uno de los sillones mas comodos que tenía tío Alfred, en su despacho.
— Aiden, te dije que tenías una cita con la hija de Alexei Bennett.
— ¿Con quién? — me levanté de golpe sabiendo ya la respuesta, pero igualmente le pregunté.
— Aiden ¿dónde tienes la cabeza? Tenemos que cerrar un gran trato con esa gente, y tu andas en las nubes. — dio un sorbo a su coñac y se lo terminó finalmente en el siguiente trago.— ¡Vete a vestirte por dios!
— ¿Pero está buena? ¿Quién coño es esa chica ?
— No lo sé, nadie la a visto. — vino tras mi espalda y me sacó a la fuerza de su despacho.— Pero sea como sea, gorda o flaca, rubia o morena, consigue que su padre acepte el trato. Ya sabes como funciona ¿verdad?
Me indigne. Lo mio era otra cosa. No me iban ese tipo de negociaciones.
— ¿En que momento he pasado de hacer lo que mejor hago, a ser un gígolo?
Tío Alfred se rió y cerró la puerta de un portazo. Pero no sin antes echarme una mirada desafiante.
Resoplé estando solo en las escaleras que llevaban a mi habitación. Llegué hasta ella y al abrir la puerta, me encontré a la chica de la limpieza. Mi tio sabía como contratar al servicio, estaba claro que allí hacía mucho más que limpiar la mansión. Por un momento me dio asco pensar en mi tío con aquella belleza. Y reí yo solo.
— Buenos días, señorito Aiden.
— Buenos días a ti también, ¿señorita…?
— Sí, soy Melani.
— Encantado, Melani…
Sus piernas temblaron, y sus pómulos se enrojecieron.
— Tranquila, no voy hacerte nada. Solo necesito dos toallas. — acaricié su mentón y le sonreí insignificantemente. — Diría que tengo una cita.— añadí, lanzando la ropa que llevaba al cubo de la ropa sucía.
***
Para cuando terminé de afeitarme y vestirme, cogí las llaves del Audi y arriesgué de nuevo en la carretera. Como solía pasarme siempre, para esas horas, me encontraba en la carretera con un gran amigo en el mismo semáforo del centro de Manhattan. Cada vez que venía a ver a mi tío, coincidía con el gran Jack. Un chico con grandes valores y grandes triunfos. Para nada lo veía como yo. Él era muy distinto a mi, y a pesar de que nuestro nivel adquisitivo podía ser similar, sus maneras no eran las mismas que las mías. Podíamos decir que las suyas eran limpias, y las mías, la expresión de sucias se quedaba corta.
Mientras lo miraba y admiraba de nuevo su presencia, me encontró con la mirada y alzó su mano. Iba acompañado de una mujer despampanante, pero más bien por su abrigo de piel que por otra cosa. No era joven, pero si atractiva sin lugar a dudas. Y al ver su cara vi que era su gran madre. La fundadora de la empresa.
— ¡¿Dónde vas?! — me preguntó. — ¡Vas muy guapo para coger un avión!
— ¡No, no me voy hoy! ¡Vuelvo a casa el lunes! —sonreí ante su sorpresa. Sabía que pensaba en un plan de fin de semana. — ¡Sí, sé lo que estas pensando, Jack! — hice el gesto de «ok» con la mano. — ¡Tengo una cita comprometida!
— ¡Vaya, no la cagues! ¡Qué tu no eres de esos! — arrancó riéndose. — ¡Pues te llamó mañana después de tu polvo de hoy! ¡Te desearía suerte, pero no la necesitaras! ¡Cuídate, amigo!
— ¡Lo mismo digo, capullo! — sonreí a los dos y aceleré hacía el otro carril.
Al llegar al lugar, entregué las llaves al aparca mchoches, y mi alma al demonio. Más bien porque necesitaba ser el hombre que toda mujer quería en su primera cita o encuentro de negocios. Y de hecho, no sabía hacerlo. Había pagado por mujeres centenares de veces, e incluso ellas lo habían hecho. Era cuestión de mutuo acuerdo. No obstante, solo deseaba encontrarme a alguien más o menos decente. Aunque en aquella cafetería no es que viese muchos bombones sentados en los sillones. Pero tenía que hacerlo, no me quedaba otra. Pero que quedará constancia de que también como ser humano tenía limites. Si el capullo de mi tío me había metido en un emboscada, juraba que se la devolvería sin piedad.
La cafetería más bonita de aquella parte de la ciudad, de luces tenues y colores anaranjados, envolvían la escena, hasta que el camarero al que yo conocía suficientemente bien, interrumpió en mi visión periférica. No encontré a ninguna dama a la espera.
— Buenas tardes, señor Aiden. — busqué a tientas mi cita. Seguía sin captarla.
—Buenas tardes, Maxi. — le entregué un billete sin recibir nada a cambio. — Que nadie se acerque a la mesa ¿de acuerdo? Pura discreción ¿entendido?
— Seremos cuidadosos, señor.
—¿Dónde está ella…? — le miré de reojo. Este entendió a la primera y señaló muy al fondo del local. — ¿Cuánto tiempo lleva esperando?
— Bastante, señor. — susurró en mi oído. — No se a marchado de milagro.
— Gracias, Maxi.
— Todo recto, mesa veinte.
— De acuerdo, gracias. — coloqué bien la americana. — ¿Cómo es?
— Véalo usted mismo.
— Maldito seas, Maxi. — sonrió y se largó, dejándome en la estacada sin información.
No me quedó más remedio que descubrir de primeras lo que me esperaba. O más bien lo que me habían montado. Crují el cuello en dos ocasiones hasta llegar a la mesa 19, y tras hacerlo, visualicé el único vestido rojo que había en todo el local. Observé la abertura del vestido en v en su espalda, considerablemente atractiva. Y quedé observándola desde atrás. Debía aprovechar antes de que me viera.
Desde aquella perspectiva podía decir que habían acertado por completo en aquella negociación. Fue espectacular su movimiento de cabello, ese color de piel blanquecina y su cuello descubriéndose poco a poco cuando se apartó hacia un lado la melena. Su cabello era rojo claro, algo así como la cereza. Casi me dio impresión sentarme delante de aquella preciosidad. Y eso que me quedaba verla de frente, pero yo ya me había hecho mi propia idea de su rostro… Sin embargo, cuando di cuatro pasos más y me encontré con su rostro, vi que me había quedado corto. Sin lugar a dudas era mucho mejor…
Aquella gran belleza levantó su rostro y se sonrojó. No tuve idea de si fue por mi culpa, o porque tenía aquellas mejillas llenas de ira por haber tenido que esperarme todo aquel rato, pero no importaba. Lucía autentica y hermosa. Más que cualquier mujer con la que había estado, y más que con cualquiera que había observado por la calle. Sus facciones, su olor y sus gestos me provocaron deseo. Un deseo muy peligroso para que fuera aquello una negociación. Y más, sabiendo que todo aquello había sido preparado para un gran fin comercial. Pero me fue inevitable sonreírle y tratarla algo diferente al resto…
— Maldito seas…
Escuché que decía en voz baja.
— ¿Disculpa, me decías a mi?
Su rostro quedó completamente parado, y desconcertado.
¿Por que tenía que mirarme así? Estaba seguro de que ante tal belleza pelirroja ya la comenzaba a fastidiar. Es que realmente aquello no había sido nunca lo mío. Nunca había surgido de aquella manera mis anteriores relaciones/conveniencias, etc.
Y en efecto, no contestaba y parecía algo enfadada. Y yo para colmo no dejaba de mirar aquel escote de escándalo. Si aquello no eran dos montañas preciosas que me pedían a gritos escalarlas, es que estaba totalmente delirando. Me hubiera echo un favor si se hubiera tapado un poco. Porque no me ayudaba nada si seguía respirando, y aquellas dos no dejaban de moverse ante mis ojos locos por su tonalidad de piel. Y mucho más porque aquel vestido le sentaba demasiado bien…
— Mi nombre es Aiden.— me atreví a decir mientras ella giraba la cara e intentaba volver en sí. — Vaya, veo que te he dejado muda. — probablemente ya había dicho tantas sandeces que el plan se iría a la mierda en nada.
— ¿Él que …? — contestó ella por fin.
No había oído su voz. Aunque más bien hubiera preferido que aquella voz de niña dulce y sofisticada no hubiera salido nunca a flote. Más bien por que era uno de esos hombres a los que conquistabas con una voz provocativa. Y ella era básicamente perfecta para provocar a mi diablo interior, o locuras como las que me gustaría enterrar en aquel mismo momento. Por que no me estaban ayudando nada.
— Sofia. — contestó sin más.
Sofía se retiró la melena hacía atrás, y solo le quedaron dos lindos mechones hacía adelante, dandole un toque japonés a su peinado. Puso sus codos sobre la mesa, unió sus manos y esto provocó un estrechamiento de pechos muy llamativo…
— Encantada de conocerte. — fue lo único más largo que había dicho hasta el momento.
— El placer es solo mío, nena.
Y por un momento ya no recordaba que había pasado. De golpe ella se levantó, dejando ver aquellas piernas espectaculares a mi vista, así como aquellos preciosos zapatos de tacón que le hacía más bella. Y la retuve al ultimo momento, aunque me hubiese costado reaccionar, ya que mi vista se había quedado en el corté del vestido de la parte de atrás, donde su lindo trasero me hizo divagar.
— Espera…— le supliqué.
Si perdía aquella oportunidad…
— Podemos vernos en otro momento, y no tiene por que ser aquí. ¿Qué te parece? — miraba de lado a lado esperando que nadie nos estuviera espiando. — No es un sitio muy adecuado para gente como nosotros ¿no crees?
Es que realmente era una preciosidad. Más cuando me centré en sus lindos ojos color canela.
— ¿Eso es un sí…?
— Eso es un «puede». — retiró el cabello de su hombro y se fue alejando hacía la puerta. —Que te vaya bien, Aiden…
Algo me decía que aquella chica era imposible, y totalmente decisiva con sus acciones, y que además le importaba bien poco que me hubiera dejado sin aliento.
Me quedé solo allí sentado, mirando por el cristal como salía del local, como colocaba su abrigo, su gorro de lana; su pañuelo y sus guantes,mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde…
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