ZDRAVO I DOVIĐENJA

ZDRAVO I DOVIĐENJA

Sergio Rodas

17/03/2021

Biserka no entendía el bullicio de Caracas, la ciudad de la que su esposo, Alberto, era originario. Aunque apoyó la idea de viajar al nuevo continente lejano desde su natal Zagreb, al llegar se dio cuenta de que, a pesar de estar en los inicios de los años 90, la influencia de los 80 aún se palpaba en la ciudad, con una marcada presencia de la cultura estadounidense en cada esquina. A ella nada de lo que veía le molestaba; todo era novedoso, llamativo y colorido.

Mientras paseaban por el bullicioso centro de Caracas en abril de 1992, una ciudad llena de gente comprando, Biserka podía percibir la opulencia y el poder adquisitivo de los ciudadanos de un país petrolero, una joya en medio del Caribe.

En un momento dado, Biserka pidió el tocador de una tienda, y Alberto la dejó allí, diciéndole que la esperaría en el mismo lugar. Apenas entró al baño, la luz parpadeó ligeramente seguida de gritos de la multitud que corría afuera. Biserka se arregló la ropa y salió extrañada, sin entender lo que sucedía. Buscó con la mirada a Alberto, pero no lo encontró. Se percató de que la gente la miraba extrañada, posando sus ojos en ella por unos segundos antes de seguir corriendo. Se dio cuenta de que algo estaba mal; la gente ya no era la misma que había visto al entrar al baño. Además, llevaban prendas distintas y tenían en sus manos aparatos extraños, similares a cámaras fotográficas con flash, pero con pantallas gigantes que permitían ver inmediatamente lo que estaban filmando.

La croata se sintió sola y confundida. Comenzó a escuchar disparos muy cerca, y la gente seguía corriendo y gritando. Ella hizo lo mismo y, al salir a las calles, vio carros futuristas transitando por la ciudad de su esposo. No entendía lo que estaba sucediendo; le resultaba difícil procesar todo. En un momento dado, vio a alguien grabando un documental en voz alta sobre lo que estaba ocurriendo. Aunque entendía muy poco español, se acercó e intentó agudizar sus oídos para escuchar lo que decía el improvisado reportero. De repente, un fuerte dolor en el estómago la tumbó en el pavimento. Al tocarse, vio sus dedos manchados de sangre. La gente la ayudó a levantarse, y entendió que gritaban «¡Le dieron a la catira!» (haciendo referencia a su cabello rubio). En su último estado de conciencia, escuchó al reportero improvisado decir: «Aquí se ve cómo hoy, 11 de abril de 2002, el gobierno le dispara a una mujer extranjera que estaba de visita en el país». Eso fue lo único que entendió antes de perder la conciencia.

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