Aquél que viene del mar

Aparecí de pronto frente a un oleaje de agua turquesa y cristalina, me sentí tremendo, me sentí gigante.
Tal cuál surfista legendario, rico de equilibrio y de poder, respetando y siendo fiel a la marea.

Todo indicaba que esta historia se hacía inverosímil.

El agua aún tocaba mis rodillas, que no tambaleaban, aún cuando me encontraba a medio mar.
Me encorvé un poco para acariciar las olas y chapotear, tratando de sentir que todo era real.
Sacudí mis manos mojadas y las gotas de agua cayeron sobre las palmeras de la otra orilla que lograba distinguir muy bien; una isla, palmeras con cocos, una canoa que se meneaba al ser apenas tocada por las olas.

Tentado a avanzar estuve, sabía que en dos o tres pasos más llegaría allá.
Escuché un par de veces pronunciar mi nombre; «Adrián, Adrián».
Al mismo tiempo que alguien más me susurraba; ¡Adelante, adelante!

Sentí cómo fui siendo succionado tan pronto y tan lento, por aquél mundo diminuto,
el mismo mundo que me me repetía dentro de su conciencia ciega; Adrían, lo siento, tenías que volver ya.

Probé al menos la sal de aquellas aguas, me encontré devuelto a la ficción humana, empapado pero a salvo.

Tuve el presentimiento de que la mar nunca ha sido ajena…
al menos no ajena a mí, ni yo ajeno a ella.

«Aquél que viene del mar».

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS