Mi bisabuelo Carlos Oña Benavides escribió este poema mientras iba a bordo del “Toscana”, barco en el que emprendió su viaje de regreso a Ecuador con la mente iluminada y el corazón enamorado después de tan romántico encuentro. Para saber más de este relato porfavor leer «El amor sin límites geográficos entre Sofía Kienast H. y Carlos Oña Benavides». Enlace: https://clubdeescritura.com/?p=2981269

¡Adiós, Génova!

Autor: Carlos Oña Benavides

¡Adiós! Si el alma divisible fuera,

oh cuna de Colón, perla italiana

podría decir que en tu fecundo seno

he dejado partículas de mi alma…


Llegué a tu orilla desvalido y triste,

herido el corazón por la borrasca,

y en ti encontré para mi mal consuelo

caros afectos, amistades gratas…


Trémulo el labio, al apurar la copla

del rojo vino que tu suelo escancia,

queriendo en vano adormecer mi pena,

solloza un canto con fingida calma.


Por imposible, en tu ribera miro

ojos que lloran mi partida amarga,

brazos tendidos a la mar inmensa,

como queriendo contener mi marcha…


El este otro mar que entre mi pecho ruge

fiera tormenta con furor desata

y en el herido corazón golpea,

haciendo estremecer a la esperanza…


Hermosa aparición en mi camino,

consuelo en el dolor, bella mantuana;

sublime encarnación de la ventura,

divina inspiración, ángel sin alas:


Tú fuiste para el pobre peregrino

amante amiga, confidente hermana:

en tus labios bebí toda la dicha,

y tu caricia refrescó mi llaga.


En un rincón de tu opulenta alcoba

te dejo mi retrato con mi alma;

míralo con cariño, que es la imagen

del que la tuya entre su pecho guarda.


¡Adiós! Debo buscar tras de la bruma

la madre sin amor que llaman patria,

cuanto más desgraciada, más querida,

y más querida, cuanto más ingrata…


Debo buscar su sacrosanto suelo;

en él posar de la fatigada planta,

y… volver a vivir como he vivido:

ignorado extranjero ¡y en su patria!…


Debo llegar a su ribera hermosa,

doliente y solo a mi desierta estancia…

en el huérfano hogar nadie me espera:

a tu tumba se fue quien me esperaba…


Del horror del naufragio sólo quedan

la frente altiva, la conciencia honrada…

apagado volcán que sólo tiene

alta y erguida la cabeza blanca…


¡Génova, adiós! Mi espíritu abatido,

desde la augusta soledad indiana,

cual ave enamorada, en raudo vuelo,

con el recuerdo volverá a tus playas.

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