Seis de la mañana. El vaho inunda las ventanas de gotas y el aire silba por los resquicios de las viejas paredes. Andrew intenta taparse, quedarse un rato mas bajo aquel regocijo matutino entre sabanas y mantas, pero al acurrucarse, los pies se quedan fríos, abandonados por las capas.

De mal humor se levanta y calienta la cafetera. La luz amarillenta de la cocina da un tono triste a la estancia. Mientras escucha como el agua gorgotea en el interior de la metálica cafetera, Jansy, su gato, entra en la cocina. Se acerca y hace amago de restregarse en su pierna, pero cuando Andrew se encorva para acariciarle se larga rápidamente.

─Puto gato. ─maldice mientras el olor a café inunda la casa.

Se levanta. Aparta el metálico objeto del gas y se sirve una taza. Le echa leche y un poco de azúcar; le da un trago. Sabe a mierda liquida.

Se viste, se sube los pantalones arrugados y se abrocha la camisa de ayer para después metérsela por dentro. En el cuarto de baño, se echa de la vieja colonia de su padre. Aquel frasco de cristal sin dosificador. Moja el peine de finas puntas y se lo pasa por su grasiento pelo hacia atrás. La barba incipiente le pica por la mandíbula y el cuello. Se rasca a conciencia dejándose una roncha roja.

Sube al coche y enciende la radio. Está sonando Lynyrd Skynyrd, parece que no todo tiene por que salir mal. El sol empieza a hacer acto de presencia. El cielo, amoratado como la garganta de alguien que acaba de haber sido estrangulado da los buenos días mientras los pájaros cantan alegremente.

Llega al curro y no hay sitio. Después de casi veinte minutos buscando un hueco consigue aparcar. Camina diez minutos hasta el trabajo y se sienta en su mesa, enciende el ordenador y mira pesadamente la pantalla.

La luz blanquecina de la oficina le quema la vista, hace que todo se vea con mayor claridad. El parloteo de sus compañeros le taladra la cabeza. En especial el de Hans. Oh… si, el gran Hans.

El jefe se le planta delante y empieza a soltar mierdas de que si llega tarde otra vez le despedirán. Mientras el viejo no para de acusarle. Andrew le mira fijamente, observando a cámara lenta como se le mueve la papada y el dedo acusador bailotea como si fuese una longaniza mientras pequeñas gotillas de babas le explotan en la cara. Mientras el capullo ese le da la vara, el parloteo constante de Hans pasa a segundo plano, pero aun puede escuchar su aguda y escandalizada voz, hablando siempre alto para que toda la puta oficina sepa lo mucho que folló este fin de semana.

Asiente con la cabeza.

─ Si. No volverá a ocurrir. ─dice automáticamente.

Las horas pasan lentamente mientras amartillea el teclado, observando aquel pedazo de cacharro. Un ordenador de los antiguos, cuadrado, con la pantalla ovalada que sobresale varios centímetros. Hans sigue hablando.

El café le ha dejado un sabor rancio en la boca. Encoge la lengua y crea un cumulo de saliva al final que al tragar cae como una bola de bilis. Enciende un cigarro para contrarrestar.

La gente le mira, asqueada y ofendida por el olor a tabaco en la oficina, pero no dicen nada. Hans en cambio si que empieza a soltar mierdas hasta que se le acerca con ese andar tan guay que el tiene, moviendo las caderas y los brazos como un muñeco de trapo.

─ ¡Eh! ¡Tú! ¡Viejales! ¿No sabes que aquí no se puede fumar? ¡Apaga esa mierda! ─dice con el peso del cuerpo apoyado en una sola pierna y meneando los brazos como un puto paranoico.

Andrew levanta la vista, aun con los dedos puestos en el grisáceo y amarillento teclado, mientras el cigarro cuelga de sus labios, humeante.

─ ¿Qué?

─ ¿Eres tonto o que te pasa? ¡Que aquí no se puede fumar! ¡Joder!

En ese instante Andrew se levanta, coge un archivador de metal y le cruza la cara al menda ese. Saliva, sangre y dientes salen disparados al tuntún, como los pájaros que había visto cantando esta mañana en el coche. Cuando le revienta los labios con el archivador Hans mueve los brazos hacía el lado contrario, podría decirse, que aun con su estilo propio.

La gente suelta alaridos de exclamación, abre mucho los ojos o se acercan para mirar. Seguro que muchos le tenían ganas a Hans. Mientras tanto Andrew está sentado encima de él, sobre su abdomen, dándole de hostias. Una tras otra, hasta que la bonita cara de Hans parece un puto globo a medio hinchar.

Se levanta, le da una patada y coge el ordenador que pesa una puta tonelada. Lo deja caer sobre su cara y un amasijo de vísceras estalla como un huevo roto que acaba de caer al suelo.

Andrew le da una calada al cigarro, saboreándolo y después lo tira junto al cuerpo inerte del popular Hans.

Empieza a caminar, llega hasta el final del pasillo mientras la gente asustada se esconde y se aparta de su camino. Toca el botón y el ascensor se abre a la primera.

Baja a la primera planta y sale por la puerta mientras varios seguratas corren hacía las escaleras con las pistolas en la mano. Sale a la calle y observa alegre como el sol a salido, calentando la piel. Se saca un cigarro y sonríe. Camina hasta el coche. En la radio suenan los Black Crowes.

Llega a casa y abre la nevera. Agarra una lata de cerveza y la abre. El chasquido suena mejor aun que cuando vas a eyacular. Le da un sorbo románticamente, cerrando los ojos y sorbiendo lentamente la fría espuma.

─ La hostia, que bien me he quedao.

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