CUANTIFICABLES

La veía en sueños, un rostro alineado frente a una hilera de rostros fantasmas que se diluían en las sombras. El cielo sobre mi cabeza era un incoloro vacío. Su voz se mecía en la oscuridad como la densa niebla que abrigaba mi cuerpo desnudo. Cisnes negros danzaban sobre la superficie de agua oscura que predominaba en la extensión que era mi subconsciente. Las cosas que uno suele ver en su mente a menudo son las sombras proyectadas de la súbita necesidad. Yo la veía a ella: la cara manchada de plata caliente mientras el envenenado cielo se estremecía. La forma de la cintura guiaba la vista hacia la vertiginosa perdición, la cara tenía la forma en que los humanos dibujan un corazón. Sus ojos se fundían con los míos, ojos negros como una noche sin estrellas.

—Te busqué en el cielo —entonó—, te busqué en la tierra, incluso en el infierno. —Su voz era poco más que un susurro. Mientras se aproximaba sus pasos despertaban ecos en la ominosidad de mi mente. Fantasmas ardían en mi pupila al tiempo que impregnó mi frente con un beso suyo. Me arrebató un gélido suspiro cuando la respiración surgía en nubecillas de humo.

Nieve caía y se derretía en las aguas negras en las que yacía parado, los cisnes no daban tregua a los fluidos movimientos de su danza. Ella olía a lilas. El escenario cambió tan repentinamente que incluso los fantasmas se sobresaltaron.

—¿Qué es este lugar? —quise saber. Examiné el entorno: era un bosquecillo de árboles con rostros tallados, esbeltos pinos se alzaban en la lejanía, de pronto hacia calor. Las hojas púrpuras, rojas y amarillas susurraban con el viento, tenues resplandores se precipitaban a través de las ramas.

—Este lugar es donde me escondo, la parte colorida de tu mente. —Tenía el cabello corto violáceo, sus expresiones faciales eran un poema irreal que retaba la divina proporción.

—Dijiste que me buscaste ¿por qué? —formulé. De pronto sentía cada vello aflorar desde mi piel, rígidos latidos tamborileaban en mi pecho cuando la delicadeza de su mano izquierda tocó mi mejilla.

—Entrelazamiento cuántico —explicó—, dos partículas en lados opuestos del universo reaccionan de manera idéntica ante los estímulos de la otra. Somos eso, un articulado laberinto del sensorio humano. —Sus labios colisionaron con los míos en un lento beso, y siguió—. Somos dos átomos formando materia en el infinito, fuimos Romeo y Julieta, amantes en sincronía. Sin embargo. —Su voz se quebró al tiempo que me aferraba en un cálido abrazo. Desnudos, podría jurar que percibía cada poro de su piel.

—Siempre me sentí incompleto, una obra inconclusa, un rompecabezas tan… —Suspiré—. Roto.

—Estoy muerta. —Sollozó sobre mi hombro mientras las feromonas de su cabello flotaban sobre mi nariz—. Fue en 1963, siempre habíamos muerto juntos, sin embargo…. Algo cambió.

—Rompí tu corazón. —De alguna forma lo supe—. Quizás por eso me he sentido sólo toda mi vida. La soledad es mi merecido castigo.

—Cariño —siguió—, cuando un alma gemela daña a la otra… El hilo rojo —titubeó—, es la única forma en la que los hilos del destino se rompen.

«Por más que el hilo se enrede, se estire o se pierna, este no se puede romper» pero estaba roto.

Desde ese momento supe que nada cambia, que todo permanece, que la rueda gira y gira, un destino se enlaza con el siguiente mediante un hilo, rojo como la sangre que une todos nuestros actos, nadie debía romperlo, yo lo hice, con un cuchillo afilado —el engaño—, pero hay algo que no se puede separar… Un vínculo invisible.

Entonces me desperté en la oscuridad de mi cuarto, la película de sudor me corría por la piel mientras las sombras del alba se difuminaban en el amanecer.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS