Quizá los fantasmas estaban a su lado, al costado donde guardaba aquella cuchara, aquellos ojos pardos se delineaban hasta el vacío de su alma su complemento tal vez lo guarda en su corazón como cercanas estaban las sopas de avena que le fascinaban, el vapor por el aire acariciaba su piel mientras un delicado aroma masajeaba su nariz. Convencido estaba de su felicidad representada en lo encerrada que tenía su realidad, pocos lujos, pero con ausencia de escases en algún lugar del planeta escondido entre cajas de concreto viejas entre vegetación fértil sin límites de crecimiento, vacío en un punto de existencia donde vagaban las personas más bellas del mundo que temían cuando el sol comenzaba a ocultarse.
Los ancianos nunca habían visto una niebla tan perversa como aquella tarde de marzo, febrero lluvioso que se llevó cuerpos hermosos y los desvistió dejándolos en su máxima divinidad en las rendijas del alcantarillado, bellos monumentos que daban el más bello olor a la podredumbre de los desechos fecales. Todos guardaban una característica en común muy encima de su bello cuerpo las cuencas de sus ojos estaban vacíos y nadie lo podía explicar bañados de las aguas más feroces que podían existir, cualquier huella inclusive de violencia era borrada. Y aquí la pregunta que dio inicio a todo el problema cuando la neblina al fin se esparció no medía más de un metro treinta su desnudez cautivo al pueblo que derramo lágrimas de tristeza que cayeron por sus finos pómulos uniéndose al caudal de la avenida, una diosa que no vivió lo suficiente como para expresar el amor que llevaba en sus ojos ahora aquellos ojos ausentes y en su lugar la terrible marca de la desdicha del mundo malvado que la rodeaba, su boca todavía guardaba la expresión de horror, cuando el inicio de su fin comenzó desde que dejo de ver y traída por una corriente liquida que borraba todo. ¿Ahora qué? pregunto después de comer su sopa de avena ¿Ahora qué? se dijo la hermosura del pueblo que lloraba, pero no resolvía nada del caso. La niña no reviviría con sus llantos y su terror no se borraría de los últimos segundos de su vida.
Más tarde el sol comenzaba a ocultarse, el vapor llenaba el ventanal de la cabaña en su interior hervía sopa de avena, cerca de la cocina una sillita aguantaba el abrigo de alguien completamente vacío que guardaba una cuchara como preferida, como su misma vida en un bolsillo oculto. Unos pequeños pasos se acercaron su apariencia era casi transparente en sus cuencas vacías se observaban los más mundanos pecados que se podían cometer era tan solo un niño muerto que no existía y buscaba la bella vista de la niebla que nacía una vez en un milenio, en marzo, en un punto del planeta que existía solo por su belleza pero sin ojos como la admirarían, el niño cubierto de odio tomo la cuchara como los demás atardeceres se habría ocupados y recordando a su primer amor a la hermosura de una tierna niña que le sonrió por última vez con horror, ya que en cierto tiempo él la amo en su eterna muerte que termino con el comenzar de los ojos pardos en la cuchara que tenía el alma vacía y el corazón lleno de amor, en una alma inocente que descubrió el miedo en breves fragmentos de su vivir.
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