La blanca pintura perfila la inexpresiva careta bajo la cual me oculto. El rojo fuerte del carmín exagera mi grotesca sonrisa. El negro que imprime el pincel me resalta los ojos saltones y oscurece mis párpados. Una fina capa de polvo fija el maquillaje.
Mi ingenio y simpatía hacen troncharse de risa hasta a las personas más serias. Nadie a mi alrededor puede estar triste ni tomarme en serio. El espectáculo acaba, la máscara se deforma lentamente mientras la pintura corre por mis mejillas. Bajado el telón, limpiado el maquillaje, comienza la auténtica función para un auditorio frío y vacío.
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