El choclo en Mendoza

El choclo en Mendoza

Andrea Pereira

06/03/2021

Mi padre dice que soy bohemia como toda artista, mi madre dice que estoy loca, lo cierto es que cuando se puede me doy un gustito, y mis gustitos están ligados a barcos, aviones o carreteras, mi bolso está siempre listo para ponerle un par de trapos y salir a recorrer lo que el mundo me permita, o el bolsillo, claro está.

En estas idas en moto al interior de mi país, los barcos hacia Buenos Aires, con excusas o sin ellas, y alguno que otros kilómetros de carretera, que confieso, son mis favoritos, me fui a Mendoza. Horas y horas de camino desde Montevideo, pero cada una de ellas valió la pena.

Cuando llegamos a Mendoza todos fuimos invitados a degustar uno de sus famosísimos vinos, y comer un pollo al disco.

Yo, como siempre, o casi siempre, viajaba sola, buscaba un sitio donde acomodarme, ya que la mayoría iba con algún hijo, pareja, hermano o amigos. Caminando entre las mesas buscando un lugar con la mirada fue cuando vi su mano extendida que me invitaba.

Me senté junto a ella, su nieto y una chica, que, como yo, fue sola.

Me llamo Irma, me dijo, y comenzamos una linda amistad.

Luego del almuerzo nos dejaron en el hotel y nos recomendaron un par de cenas show bastante en cuenta, pero yo, con menos de cuarenta años, solo pensaba en descansar. Mi compañera de habitación salió, y varios de los demás viajeros también.

Yo bajé al restaurant del hotel a pedir una ensalada de frutas, allí estaba Irma con su nieto, les comenté que no me atraía mucho lo de la cena show, ella y su acompañante, que pensaban igual, me invitaron a recorrer las calles de Mendoza, primero dudé por el cansancio, pero casi de inmediato pensé que quizá esa fuera la única oportunidad de hacerlo así que salimos

Los tres hablábamos con la fluidez de aquellos amigos que habían compartido toda una vida. Me sorprendí cuando en un comentario Irma confesó que estaba a pocas semanas de cumplir ochenta años.

Soy muy mala para recordar los nombres de los lugares, pero caminando desde el hotel llegamos a un lugar muy bonito con el escudo de la ciudad que, como era de noche, estaba iluminado.

Caminamos y conversamos entre artistas callejeros, vendedores ambulantes y artesanos, hasta que vimos a un hombre que bailaba tango solo en la plaza, como todos aquellos artistas el bailarín también esperaba propinas, y alguna voluntaria que le siguiera el ritmo. Entre bromas y comentarios Irma aceptó bailar con él.

Fue un momento mágico, yo tomé mi celular e hice un video de la pareja bailando uno de los tangos que más me gustaba en la infancia cuando mi abuelo lo escuchaba y lo silbaba al mismo tiempo, El choclo. Y así al son de El choclo, mi nueva compañera de aventuras, que tenía más del doble de la edad que yo se lució en plena plaza mendocina.

De vuelta al hotel ella me hablaba de que lo hacía mejor de joven, de que le fallaba un oído y que siempre amó visitar Argentina, y yo, bueno yo lo único que pensaba era que ojalá que si un día tengo la suerte de llegar a tener ocho décadas sean así, recorriendo calles extranjeras, y bailando, no sé si tan bien como mi amiga, pero bailando algún choclo como ella en Mendoza, o donde sea.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS