El caimán negro

Después de hablarlo durante meses Pablo y yo decidimos que la luna de miel sería en Brasil.

La discusión siguió por algunas semanas más cuando nos encontrábamos frente a la pregunta ¿A qué parte de Brasil vamos a ir? Y la respuesta se decidió por medio de un sorteo.

Faltaban cinco días para la boda, tomamos algunas hojas en blanco, escribimos diferentes nombres de los lugares que más nos atraían como, por ejemplo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Sao Paulo y muchos más.

Yo puse los papeles en un bollón de vidrio transparente, y los mezclé con la mano. Puse el bollón sobre la mesa, me paré detrás de Pablo le tapé los ojos luego de que él ubicara su mano dentro del recipiente, y le dije que sacara un papel, lo hizo, le destapé los ojos y le dije que leyera, él dijo Amazonia.

Después de la fiesta subimos al avión sin imaginar que ese no era el principio de nuestra relación, como veníamos diciéndonos desde que decidimos casarnos, sino que era el principio del fin de una etapa de mi vida

Los primeros dos días fueron hermosos, por lo menos para mí, la naturaleza me tenía totalmente fascinada. Pablo se quejaba del calor, de los mosquitos, de que necesitaba la ciudad, sin embargo, yo me sentía parte del verdor de una naturaleza llena de magia.

Al tercer día lo vi.

La noche era húmeda y cálida. Pablo dormía profundamente me serví un jugo de mango, y caminé descalza hacia la ventana mientras lo bebía. La luna estaba llena e iluminaba el rio cercano a nuestra cabaña, me sobresalté al verlo salir del agua, casi grité apretando el vaso contra mi pecho y mojando un poco mi ropa, pero ese grito se ahogó con el pensamiento de que no deseaba despertar a Pablo para escucharlo quejarse y pedir volver al ruidoso y aburrido mundo citadino.

Era oscuro, largo, sus ojos de un verde intenso que yo creía, me miraban, me llenaban de nerviosismo y curiosidad ¿Por qué querría esa bestia hermosa dejar el agua?

Silenciosa seguí observándolo, con cuidado dejé el vaso sobre una mesita sin despegar los ojos del animal, hasta que comenzó a intentar levantarse, como si quisiera ponerse en dos patas dándose impulso con las manos, y comenzó a cambiar su gruesa piel por una más tersa, redujo su tamaño, y gritó, gritó de un modo que hizo que me temblaran, las manos, las piernas y se acelerara mi corazón, dejó de verse como una bestia increíble para convertirse frente a mis ojos en un hombre que se desplomó a orillas del rio.

Mi primer impulso fue salir a ayudarlo, pero luego me llené de temor.

Mis manos seguían temblando, mi respiración se entrecortaba, de todos modos, controlaba mis sonidos para evitar que Pablo interrumpiera aquel increíble espectáculo.

El hombre caimán se paró, desnudo, mojado mirando a los lados como investigando, se recogió su largo cabello con las manos y caminó lentamente alejándose de mí.

A la mañana siguiente mi marido deseaba hablarme de muchas cosas, pero principalmente de acortar la luna de miel, yo lo oía, mas no lo escuchaba, estaba pensando en el caimán.

Pablo me dijo que iría a hacer unas compras, no lo quise acompañar, él no insistió demasiado, y cuando se fue corrí hacia la orilla del rio, seguí las huellas humanas que me llevaron a una cabaña precaria y solitaria.

Me acerqué y cuando vi al joven de cabello largo salir preguntando en portugués que, hacia allí, quise correr para regresar sobre mis pasos, pero me resbalé y caí, al intentar levantarme sentí que tomaban mi brazo para ayudarme. Volteé la mirada, y vi sus ojos que eran tan verdes e intensos como antes de volverse humano.

Le expliqué que era extranjera hablando en mi terrible portugués, me dijo que si necesitaba algún tipo de ayuda, y le dije que lo único que no quería era volver, y que conocía su secreto. Me entendió inmediatamente y me pidió que no hablara con nadie de su condición y no regresara jamás.

Corrí a mi cabaña, tomé mis cosas mientras mi corazón palpitaba temeroso de que el tiempo no fuera suficiente. No escribí una carta, no dejé nada, solo me fui a la precaria cabaña del hombre caimán y le dije que quería aprender todo sobre su mundo.

Al principio se negó, pero luego de un largo rato de súplicas me explicó que cada luna llena él dejaba de ser Thiago para ser el caimán negro. Recordaba cada instante de lo que vivía usando ese cuerpo, y me contó que no era el único en la zona.

Nadie puede con nosotros, nos alimentamos hasta de las pirañas, me dijo entre risas, me aclaró que los de su especie eran la razón de que solo hubiera en esa zona del mundo caimanes negros.

Me aclaró que desconocía la razón de ello, pero estaba casi seguro de que todos habían nacido en la Amazonia del lado brasileño.

Yo supe que el sorteo no había sido un simple juego con mi esposo, sino que había sido mi destino.

Supongo que Pablo me buscó, quien sabe lo que le dijo a mi familia, y a la suya. Me da igual, yo estoy a donde pertenezco y cada luna llena observo con detalle como mi hombre deja de ser Thiago para ser el majestuoso caimán negro.

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