Las Espadas de Ana

Ana sabía que las chicas del ejército eran particularmente crueles con las nuevas reclutas, pero nunca espero encontrar la mano amputada de un ángel cuidadosamente ubicada en el interior de su bolsa de provisiones, justo en medio de su botella de agua y las hogazas de pan duro proporcionadas por la unidad nutricional. Inicialmente gritó aterrada al ver los delicados dedos femeninos sobresaliendo en el interior de su bolsa. No encontró diferencia entre esa mano y la mano de una persona normal. Estuvo a punto de echarse a llorar; para ese entonces ya había llamado la atención del pelotón de mujeres armadas que la acompañaban. Al final del grupo, cuatro chicas la miraron antes de empezar a reír a carcajadas. Las autoras de la desagradable broma no perdieron la oportunidad de hacerse notar como las precursoras del desagradable acto.

–Soldado ¿Por qué los gritos? –La líder del pelotón, María, también conocida como: “La Degolladora”. Se acercó con lentitud a la recluta; evidentemente estaba molesta. No quería mujeres cobardes en su pelotón, sin importar que Ana fuera una de las pocas reclutas con la capacidad para manipular “Colmillos”.

La nueva recluta se mantuvo acuclillada a un lado de su mochila. No quería que la líder la viera llorar. Abrió la bolsa lo más que pudo para mostrarle su contenido. Todo esto aún manteniendo la mirada en el suelo. María puso los ojos en blanco. Las payasadas de las reclutas ya empezaban a agotarle la poca paciencia que le quedaba. Ana se las ingenió para secarse las lágrimas y luego se incorporó dedicándole una mirada particularmente agresiva a las cuatro bromistas. La nueva recluta esperaba como mínimo una larga sucesión de insultos por parte de María, hacia Dalia y sus amigas, sin embargo, la líder solo tomó la mano amputada del interior de la bolsa para luego arrojarla lejos sin darle mayor importancia.

–¡Ellas pusieron eso en mi bolsa! ¡Junto a mi comida! –Ana no pudo disimular su indignación. La joven recluta de 29 años, se paró con firmeza frente a la líder. Ella no tenía nada que la hiciera sobresalir por encima de sus compañeras. Solo era una chica flacucha y pálida con demasiadas pecas alrededor de la nariz, unos ojos negros que parecían denotar timidez y miedo en todo momento, y un largo cabello negro imposible de peinar, por lo que, era normal verla usando ligas y pinzas de pelo solo para evitar los nudos.

–No exagere soldado. –María, la degolladora, no perdió la oportunidad de darle “según ella”, una valiosa lección a la nueva recluta–. Solo es la extremidad de un ángel. Más adelante, en esta montaña, vas a ver muchos más pedazos de esas cosas. Si tenemos suerte. Si no la tenemos, en lugar de ver pedazos de ángeles, veremos las extremidades cercenadas de nuestras compañeras. –aclaró la líder. María era de piel oscura, alta y muy musculosa. A los ojos de Ana, era probablemente, la mujer más grande y musculosa que había visto en toda su vida. –¡Y tu comida no está contaminada! –Se apresuró a hablar nuevamente, al notar que Ana pretendía quejarse una vez más. –Un poco de sangre de ángel no le hace daño a nadie. Teniendo dos colmillos en lugar de uno, eso, no debería molestarte. –agregó la musculosa líder señalando las dos espadas de filo rojo que Ana llevaba sujetas a su espalda.

Ana no supo que más decir. La líder le dedicó una última mirada de decepción, antes de regresar a dirigir a todo el pelotón en su ascenso a la montaña. Las otras reclutas miraban sorprendidas a Ana, y luego, miraban de forma alternativa a la líder María, junto con Dalia y su morboso grupo de bromistas. En la montaña la muerte caía directamente desde el cielo y solo las mujeres que portaban colmillos podían hacerle frente a esto.

María contaba con una espada de filo ondulado llamada “Colmillo Azul”, se decía que esa valiosa arma había sido construida empleando los huesos del cadáver de Ilse, la madre de los ángeles. Dalia, una rubia increíblemente hermosa, con ojos azules y sonrisa coqueta, era la siguiente en el pelotón con una espada; esta era bastante corta y su color turqués brillante, supuestamente brillaba mucho más al mancharse con la sangre de un ángel. Betania, gorda, enana y grosera, era la siguiente con una espada; la suya tenía un color azul similar a la espada de María, la diferencia radicaba en su grosor, que recordaba al de una aguja muy larga. Jana, otra de las lame botas de Dalia, usaba una espada totalmente blanca, que parecía despedir un aura brumosa; esta chica era la más joven del grupo con dieciocho años, su cabello era rojizo y peinado en una trenza, haciendo un contraste desagradable con su mirada infantil. Bélgica era la última del grupo de psicópatas que acompañaban a Dalia; también conocida como la “hiena” por su desagradable costumbre de recolectar miembros recién amputados de los ángeles. Ana estaba segura que había sido ella la que introdujo aquella mano amputada en su bolsa.

–Eres patética, no puedo creer que seas una de las nuestras –farfulló Bélgica; mientras se acercaba a Ana, solo para tomar uno de sus mechones de pelo negro con desagrado. Bélgica, recordaba a una loca, apenas abría la boca; su cabello oscuro, sucio y despeinado, caía sobre su rostro, ocultando parcialmente unos ojos verdes. Su espada de color hueso, tenía una forma extraña y desagradable, que recordaba a una media luna; el filo curvado, terminaba en una punta bifurcada, que recordaba vagamente a la lengua de una serpiente. –Solo basto una mano amputada, para hacerte llorar. –Balbuceó, proyectando una sonrisa perturbadora; todo esto, sin dejar de jugar con el mechón de pelo desordenado de Ana.

–Chicas, no quiero problemas… ¿esta bien? –Ana, bajó la mirada incomoda, al sentir el aliento caliente de Bélgica, muy cerca de su oreja.

–Sabes cuantas mujeres desearían tener uno de estos colmillos, –intervino Dalia, la líder del grupo de bromistas. La chica, no perdió la oportunidad, para fanfarronear demostrando sus habilidades con aquella espada corta. –Y tú, no tienes una, sino dos.

–Nos estamos alejando del grupo, –advirtió Ana, en un intento por alejarse de aquellas mujeres; pero, ninguna de ellas se inmuto. –La líder María, se va a molestar, si nos llegamos a perder en la montaña.

–La única que podría perderse en esta montaña eres tú, –acotó Betania, colocando la punta de su aguja, muy cerca del pie derecho de Ana.

–El grupo anterior, capturó a cinco ángeles, –explicó Dalia, mientras proyectaba una sonrisa inquietante; algo en su rostro, alertó a Ana. Lo que la mujer estaba a punto de decir, no le iba a gustar. –Cuatro de esos ángeles, están en la dirección que está siguiendo la líder; pero, el quinto ángel, es particularmente salvaje. El protocolo dicta que las reclutas sin colmillos, no deben exponerse a peligros que superen sus habilidades físicas. Lo que quiere decir, que solo las mujeres con colmillos, podemos enfrentarnos a ciertos peligros… ¿no lo sabias? –La hermosa Dalia, se humedeció los labios con la lengua; sin duda, estaba disfrutando la mirada asustadiza de Ana. –Hace un par de horas, poco después de salir de la base, la líder María, se nos acercó, y nos dijo, que nosotras cinco, incluyéndote a ti, nos haríamos cargo del quinto ángel. –Dalia, se mostró aún más divertida, cuando Bélgica apretó un poco más el mechón de pelo de Ana, forzándola a levantar la mirada del suelo. –Creo que vamos a estar juntas, durante las siguientes cuatro semanas.

Ana, sabía lo que eso significaba. Los próximos días serían un auténtico infierno; por un momento, contemplo la idea de correr tras la líder, y suplicarle que reconsiderará la orden, pero sabía que no serviría de nada. Nuevamente estaba a punto de llorar, mientras veía al pelotón a lo lejos, perdiéndose en medio de la neblina que cubría las partes más altas de la montaña. Se negó a llorar. No les daría el gusto a esas idiotas, así que solo, aguanto las lágrimas, fingió una gran sonrisa y dijo: –muy bien… ¿Qué camino debemos tomar?… –La pregunta, fue recibida con una serie de carcajadas. Jana, la joven de rostro infantil, aprovechó la oportunidad para hacer una larga y burlona reverencia frente a Ana. –Muy bien, mi valiente guerrera. –Agregó, intentando imitar la nerviosa voz de Ana. Otra explosión de carcajadas, sacudió la tranquilidad de aquel espacio en el que se hallaban.

Las siguientes horas, hasta el anochecer, fueron casi un vistazo al averno, para Ana. No bastaba solo con el miedo que sentía, al imaginarse que debía enfrentar a un ángel particularmente peligroso, “nunca había enfrentado a uno”, sino que, además, debía lidiar con las bromas crueles de sus compañeras. En una ocasión, la joven Jana, le preguntó si sería necesario devolver sus colmillos a sus familiares, en caso de una muerte repentina. Todo esto, mientras descendía por un área rocosa muy traicionera. Lo normal, habría sido que Dalia, y sus amigas, caminaran al frente, ya que, ellas llevaban mucho más tiempo enfrentando a los ángeles en aquella montaña, sin embargo, las morbosas bromistas insistieron en que ella caminara al frente. La espesa neblina, y las fuertes y repentinas brisas, no facilitaban el trayecto. Ya en la noche, Ana, encendió su propia fogata y preparó sus propios alimentos, anticipándose a cualquier otra broma desagradable. Al día siguiente, las cosas empeoraron. Bélgica, la empujo con tal fuerza, que estuvo a punto de caer por una grieta escondida. La montaña, era una autentica trampa de muerte, para aquellos que no la conocían a profundidad. Las grietas escondidas, descendían hacia pasajes muy profundos, y había toda clase de historias acerca de mujeres que cayeron y no fueron encontradas nunca.

–¡Es en serio! –Reclamó una sorprendida Ana. Bélgica, chasqueó los dientes, fastidiada ante el reclamo–. ¡Trataste de matarme!

–Por favor Ana, no seas melodramática, fue un accidente, –aseguró Dalia; sin prestarle atención a las cortadas que se había hecho Ana, al sujetarse de los bordes de la grieta.

–No te paso nada, –agregó Bélgica, en tono burlón–. Unas cuantas cicatrices, no le hacen daño a nadie…

Jana, fue la primera en notar el rápido reflejo de la espada. Bélgica retrocedió asustada, apenas y tuvo el tiempo suficiente para sujetar su espada. Ana, desenvainó sus espadas, y con un solo movimiento, cortó los sujetadores de la mochila militar de Bélgica. El movimiento, fue tan rápido y certero, que incluso, unos mechones de pelo cayeron al suelo junto con la mochila. –¡Te atreves a desenvainar tu espada contra una aliada! –vociferó Betania, tan sorprendida, como preocupada. El corte hubiera alcanzado el cuello de Bélgica, si Ana se lo hubiera propuesto. –Unas cuantas cicatrices, no le hacen daño a nadie. –corroboró Ana, antes de envainar sus espadas. La chica, continuó el trayecto, dejando a sus compañeras atrás, escuchó a Dalia, diciendo algo, pero decidió que no debía prestarle atención, ahora el marcador estaba empatado. Ellas podían ser muy buenas matando ángeles, pero Ana, ya había demostrado que sabía defenderse. –¡Me ha cortado! –balbuceó la hiena, sorprendida. –Dos cortes, para ser precisas, –aclaró Ana. –No son profundos; y no te preocupes, tus antebrazos no presentaran cicatrices permanentes. –agregó la chica, continuando su trayecto.

–¡No Bélgica! –gritó Dalia.

–¡Esto no forma parte del plan! –advirtió Jana.

El sonido del acero, chocando contra el acero, rompió el fantasmal silencio de la montaña. Ana, se giró justo a tiempo, y desenvainó solo una de sus espadas, recibiendo el impacto de la espada con forma de media luna de Bélgica. La chica, no podía creer lo que estaba sucediendo. –¡En serio ibas a matarme! –alcanzó a hablar, antes del siguiente choque de espadas, y comprendiendo que, en efecto, su compañera estaba luchando a muerte. La hiena, estaba completamente enloquecida. –¡Ya basta! –ordenó Dalia, aun pensando, que existía alguna forma de remediar lo que estaba sucediendo. A pesar de la experiencia de Bélgica en la montaña, era evidente que Ana la superaba en el manejo de los colmillos. La batalla duró unos pocos minutos, hasta que la espada roja, trazó un rápido corte en la muñeca de la enloquecida guerrera, forzándola a soltar su arma. Ana, se apresuró a marcar una saludable distancia entre la hiena, y la espada que acababa de perder. –¡Me quedaré con tu colmillo, hasta que nos reunamos nuevamente con la líder María! –advirtió Ana, con la voz temblorosa; no estaba cansada, sino más bien sorprendida. –¡Es lo que ordena el protocolo, ante un comportamiento emocionalmente inestable de una compañera! –detalló, ante las miradas asombradas de Dalia, Jana y Betania. –¡No vas a darnos ordenes! –Intervino Jana. La situación fue volviéndose cada vez más tensa, por lo que, Ana, se apresuró a confiscar el colmillo de Bélgica. Esto, fue el máximo insulto que la hiena podía tolerar. La enloquecida mujer se abalanzó contra su adversaria; para Ana, habría sido sencillo, cortarla por la mitad, pero ella, nunca había asesinado a nadie, y no iba a comenzar ahora. Envainó su espada, tan rápido como le fue posible, y enfrento a la hiena con las manos desnudas. Ambas chocaron contra la parte frontal de la cueva, y de ahí, rebotaron hasta quedar peligrosamente cerca de la grieta escondida.

–¡Ya basta! –Reiteró Dalia, con las manos temblorosas, incapaz de hacer algo realmente efectivo, para controlar la peligrosa pataleta de su amiga.

–¡Qué más da! –gritó Bélgica, mientras empujaba a Ana, para que cayera por la grieta, hasta que finalmente lo logró.

La grieta, era lo suficientemente grande, para que dos cuerpos cayeran sin problemas, por lo que, Ana, fue la primera en caer, pero, en medio de la desesperación logró aferrarse al tobillo de Bélgica. La hiena, luchó para evitar el peligro, pero sus brazos no soportaron su propio peso; la mujer cayó, con la cabeza hacia adelante, golpeándose con fuerza la mandíbula. La sangre empezó a brotar por la comisura de sus labios, por lo que, muy probablemente se había mordido la lengua. Ana, trató de apoyar sus pies en la superficie lisa, pero no sirvió de nada, y terminó cayendo hacia la negrura de una muerte segura. La hiena, gritó aterrorizada, con la sangre aun brotando de su boca, mientras la negrura de aquel agujero se la tragaba por completo. Ana, pudo escuchar los gritos de Dalia, Jana y Betania a lo lejos, sin embargo, no escuchaba los gritos de Bélgica. –…se ha quedado inconsciente…–se dijo así misma; aunque, en realidad, lo que estaba pensando era: –…se ha golpeado la cabeza, ojalá tenga la suerte de morir inmediatamente…

Descendió por lo menos tres metros, hasta llevarse el primer golpe, que le partió el brazo derecho de inmediato. La grieta se hizo más angosta, y pudo ver, como el cuerpo de Bélgica, caía por otra dirección. Se golpeó más veces, y por el dolor, estuvo segura de que ya no podría usar sus piernas de nuevo. Ya estaba lista para morir, pero su instinto de supervivencia la obligo a reaccionar. –…no hay nada que pueda hacer…–murmuró, mientras escuchaba sus huesos quebrándose. Las dos espadas rojas en su espalda, chirriaron al chocar contra las paredes rocosas, y frenaron la caída, pero no por completo. Ana siguió cayendo, pero ahora, las espadas funcionaban como una especie de tapón en el interior de aquella grieta, hasta que finalmente dejo de caer. El frío bajo sus pies deshechos, le hizo ver, que estaba muy lejos de llegar al fondo de la grieta, y luego, alguien la sujetó. –… ¿Bélgica?…
– llamó entre delirios, a la mujer que provocó aquello; pero, no era ella. Alguien, estaba ascendiendo desde el interior de la grieta, y de alguna forma, la había rescatado en su caída. Un olor a flores de vainilla, la tranquilizó un poco, antes de perder el conocimiento por completo.

Recuperó la consciencia, pero no supo exactamente cuanto tiempo había transcurrido. Seguía estando en la montaña, solo que en una zona diferente. Las flores crecían, incluso sobre las escarpadas paredes de aquel extraño espacio. La luz del sol llegaba directamente desde arriba. El espacio rocoso, parecía un pequeño jardín escondido en las entrañas de la montaña. –…no es posible que haya sobrevivido…–meditó, y casi de inmediato, el punzante dolor en sus piernas, le recordó el sufrimiento que solo podían experimentar los vivos. Un nido improvisado con flores y pequeñas ramas le servían de cama; y alguien había tratado sus heridas. La boca le sabía a sangre, y la imposibilidad de mover sus piernas, empezaba a ponerla mucho más nerviosa. Hizo un doloroso esfuerzo, para mirar el resto de su cuerpo, y se encontró con una abrumadora cantidad de vendajes, envolviéndola como si fueran una segunda piel. Trato de incorporarse, y algo en su cadera sonó, inmediatamente una ola de agonía le recorrió desde la espalda baja hasta la nuca. Chilló y lloró, pero continuó moviéndose, a pesar del martirio que esto le implicaba.

–Eso solo hará que te duela mucho más, –la voz femenina llamó su atención. Se sintió aliviada al percatarse que no era la voz de Bélgica. Se esforzó, nuevamente para mirar a su salvadora, pensando que se encontraría con alguna otra compañera, que también había caído en aquel lugar. Terminó encontrándose con la muerte que descendía desde el cielo: un ángel.

Gritó tan fuerte, que llegó a lastimarse la garganta, al punto de quedarse sin aire. El ángel, lucía exactamente como una mujer desnuda muy hermosa. Al verlo, recordó la mano amputada, que Bélgica, había colocado en el interior de su bolsa. –…se ve justo como una mujer…–pensó; todo esto, sin dejar de gritar a todo pulmón. El ángel poseía un atractivo rostro gentil, adornado con unas delicadas facciones femeninas. Su cuerpo desnudo, recordaba a una fina escultura hecha por algún artista olvidado con el paso del tiempo. Sus cabellos rubios y rizados, caían con delicadeza sobre unos hombros pequeños y elegantes. Sus alas, eran la parte más hermosa, y a su vez intimidante; parecían surgir directamente de la parte alta de la espalda, y a pesar de estar completamente plegadas, se notaba lo grandes que eran. Las plumas blancas, eran más largas que las de cualquier otro animal con alas, y por su aspecto, quedaba en evidencia lo filosas que podían llegar a ser.

–Si te quisiera muerta, ya lo estarías, –habló, pero sus labios no se movieron. Ella se acercó, y Ana, se asustó mucho más. Tal era su temor, que la agonía de sus huesos rotos, no fue suficiente para mantenerla quieta. –Está bien. No me voy a acercar. –aseguró, y poco después se arrodilló, a unos diez pasos de Ana. –Traté tus heridas superficiales, pero, tus huesos, están en muy mal estado. –comentó, nuevamente sin mover sus labios.

–¿Cómo puedo escucharte? –inquirió, la asustada guerrera. Su salvadora, solo sonrió. Aquel extraño gesto de gentileza, hizo que Ana, llorará sin ninguna razón; por un momento, la agonía desapareció. Una acogedora calidez, empezó a embargar su cuerpo, llevándola hacia una quietud, que era casi placentera.

–Es la primera vez en siglos, que me encuentro con alguien que me puede escuchar. Supongo que la suerte existe después de todo. –El comentario fue acompañado de una tierna sonrisa. Las palabras llegaban directamente al cerebro de Ana. La soldado, estaba hablando con un ángel. Ninguno de los libros que estudió, antes de subir a la montaña, hablaba acerca de telepatía por parte de los ángeles. –Hubo una época, en la que, era normal hablar con los humanos. Hasta que empezaron a matarnos. –En esta ocasión, las palabras fueron acompañadas de una jaqueca repentina, que forzó a Ana, a cerrar los ojos. –Lo lamento. Ha sucedido sin que pudiera controlarlo. –A la disculpa, le siguió un extraño hormigueo en el cuerpo. Ana, luchó para disimular el repentino placer que estaba experimentando. La soldado, se avergonzó del comportamiento de su cuerpo. –Mi nombre es muy largo, y hace siglos que no tenía la oportunidad de escucharlo en los labios de una humana. Suena un poco dulce, y gracioso, algo así como: Hilda. –Se presentó el ángel; notando la respiración apresurada y excitada de Ana. –¿Cómo te llaman los de tu especie? –cuestionó Hilda, ignorando los gemidos de la chica.

–¡Por qué no me lees la mente y ya! ¡Maldito monstruo! –aulló la soldado molesta; al deducir que el repentino placer que estaba sintiendo, provenía de la criatura que se hacía llamar: Hilda. –¡Lo que estás haciendo! ¡Déjalo ya! –ordenó; aún, disimulando la agradable sensación que subía y bajaba por su sexo.

–No lo hago para ofenderte, –se disculpó Hilda, –estás muy lastimada; tus heridas no sanaran, a menos que te ayude a experimentar algo diferente al dolor.

–¡Paraló ya! –vociferó; dedicándole una mirada rencorosa. Hilda cerró los ojos, y suspiro. Enseguida, el dolor regresó; pero, Ana se obligó a soportarlo, mientras pensaba en una forma de matar al ángel.

La agonía de sus huesos rotos, hizo que perdiera el conocimiento una vez más. No supo cuanto tiempo transcurrió, hasta que se despertó gritando y asustada. El miedo se había apoderado de ella, en la oscuridad de aquel espacio rocoso, veía los ojos brillantes y verdes de Bélgica. Su compañera estaba hecha pedazos, y se arrastraba como una criatura reptiliana; sus huesos quebrados sonaban con cada movimiento que daba. La vio acercarse por encima de las flores, con una despiadada sonrisa en su rostro surcado de cicatrices. Una mano cálida se situó sobre su frente. La pesadilla terminó. Las flores estaban ahí, las paredes rocosas también, e Hilda, seguía a su lado, vigilando su sueño. La soldado proyectó una sonrisa involuntaria, que luego se volvió en un gesto confuso. –¡Me dijiste que no te ibas a acercar! –reclamó; notando de inmediato, una leve mejoría en sus piernas.

–Te estabas ahogando, –contestó Hilda. Su mirada, parecía una mezcla entre la ingenuidad y la curiosidad. –Tenía que ayudarte a respirar, de lo contrario… Bueno, creo que ya sabes lo que hubiera sucedido.

–¿Podrías dejar de hacer eso? –peticionó, y poco después desvió la mirada, al vislumbrar que llevaba mucho tiempo mirándola a los ojos.

–Lo lamento. –Se disculpó; para después dar un largo vistazo a la luna, o más bien, una pequeña parte de la luna, que podía apreciarse en lo alto, a través de la única salida de aquel jardín secreto. –Nosotras, no tenemos cuerdas vocales. Nuestra anatomía es similar a la humana, solo por fuera, pero por dentro, somos muy diferentes. Entiendo que te incomode, la forma en la que habló directamente a tus pensamientos. Te aseguró que no es telepatía. Yo no puedo leer tus pensamientos. Solo puedo hacer que me escuches, eso es todo. –Detalló, antes de fijar su atención en la guerrera.

–¿Por qué puedo escucharte? –interpeló, una vez más. Una rápida sonrisa en el ángel, hizo que Ana, intuyera que, de alguna forma, esta, disfrutaba del sonido generado por la voz humana.

–Puede deberse a diferentes causas: posiblemente tu fragilidad actual, forzó a tu cuerpo a activar sentidos, que no sabías que tenías. –En medio de la explicación. Ana, notó que el ángel, había preparado una fogata, y, además, había organizado todas sus pertenencias. Las espadas rojas estaban ahí, apoyadas contra la pared rocosa. El colmillo con forma de media luna de Bélgica, estaba a un lado de su bolsa–. Es posible que se deba, también, a tu conexión con aquellas espadas. Ustedes las llaman colmillos. Sé que son armas confeccionadas a partir de los huesos de la madre, que otorgó la vida a mi pueblo. –Hilda se estiró con cuidado, y tomó una de las espadas rojas de Ana. –Los hombres humanos no pueden sujetar estas armas; supongo que es por eso, que ya no suben a la montaña. –El resplandor rojizo de la peligrosa espada brilló levemente en las manos del ángel. –Muchas de mis hermanas, han sido asesinadas con este filo, hace mucho tiempo. Las espadas te fueron heredadas, y desde que las tienes, no has matado a ninguna de mis hermanas. Probablemente eso también ha influido en la posibilidad de comunicarnos. –Hilda devolvió la espada a su lugar. Ana pensó en discutir, y en mentir, asegurándole a su interlocutora, que ya había asesinado a muchos ángeles antes. De alguna forma, supo que no valía la pena mentir. –También es posible, que nuestra comunicación, sea una consecuencia de tu maternidad… O quizás, sea la combinación de todo lo mencionado anteriormente.

–¿Cómo sabes que soy…? –Trato de cuestionar la soldado; pero Hilda, se adelantó.

–¿Era un secreto? –Inquirió un tanto confusa. –El olor de una mujer cambia bastante, cuando se vuelve madre. Ahora que lo pienso… ¿Qué haces en esta montaña? ¿No deberías estar con tus bebés?

–¡Dijiste que no podías leer mi mente! –chilló Ana, al borde de las lágrimas. –¡No tienes derecho a meterte en mis pensamientos!

–No puedo leer mentes; deduzco cosas a partir de lo que veo, escuchó y olfateó, –insistió, sin perder la calma, a pesar de los gritos de su acompañante. –Estamos solas aquí. Créeme, no tengo ninguna necesidad de mentirte.

La soldado, miró al ángel con desconfianza. Hilda, pareció un poco herida por aquella mirada fría. Ana, sintió la necesidad de disculparse, pero no lo hizo. –…ellas son el enemigo …ellas son el enemigo…–repitió una y otra vez. En esta ocasión, no estuvo segura, de sí Hilda, logró escuchar aquellas palabras. Un hilo de sangre, que bajaba por la pantorrilla derecha de Hilda, llamó su atención. La herida era inconfundible; sin duda, la había provocado el uso de un colmillo, y no de cualquiera. El corte, era ondulante, y la fuerza del impacto inicial, debió ser suficiente para amputar parte de la pierna. Las palabras de Dalia, resonaron en su mente, como algún tipo de alarma. Era cierto que un quinto ángel, aguardaba su ejecución, después de un encuentro difícil con la líder María. En circunstancia normales, aquello, la habría llenado de pánico, sin embargo, Hilda, no parecía una bestia salvaje, y por más que lo intentara, no lograba verla como a una enemiga.

–Tengo dos niñas, son gemelas, –se animó a hablar, luego de un incómodo silencio. Hilda, levantó la mirada, un tanto emocionada; aquella dulce mirada, emocionó a Ana, a tal punto, que tuvo que disimular, una vez más, solo para que no se notará, su extraña fascinación con aquella criatura. –No tuve opción. –Se sinceró al recordar a las dos niñas que dejo en su pueblo natal. –El ejercito requería de mujeres capaces de empuñar colmillos; en mi familia, nadie había servido antes, por lo que, si no lo hacía yo, entonces lo tendrían que hacer mis hijas, cuando fueran mayores. –Empezó a llorar sin darse cuenta. Hilda, entendió parte de su dolor, y se acercó mucho más. El calor de su cuerpo la recorrió casi de inmediato, como una ola de cariño y afecto. –No dejaré que mis hijas, paguen por una guerra que ni siquiera yo comprendo. –Exhaló para controlar su llanto. Hilda, la estaba abrazando. Sus alas, estaban completamente extendidas, formando un extraño círculo de calor brillante.

–Los humanos, siempre han encontrado razones para matarse unos a otros, –murmuró Hilda; y antes de que ambas, comprendieran lo que estaba sucediendo, terminaron en un largo y cálido abrazo. –En un principio, los humanos, luchaban por tierras, luego por recursos, luego por riquezas, después por miedo, y, por último, lucharon contra nosotras. Es complicado llevar un orden… ¿Esta nueva guerra? ¿Cuál es su objetivo?

–Ninguno, como todas las otras guerras anteriores, –destacó Ana, aferrándose con fuerza al cuerpo desnudo de Hilda; incluso, tocó sus alas, sonriendo al percibir aquella belleza sin explicación–. ¿Por qué me has ayudado?

–Tú eres diferente. –contestó Hilda. Ambas se durmieron, y soñaron juntas.

Llamarlo sueño, no parecía la palabra correcta. El tiempo desapareció, y aquel jardín de flores en ese espacio rocoso, se volvió una fortaleza para ambas mujeres. El dolor desapareció, dando paso al placer. Los colores y los sabores se fusionaban, alterando los sentidos. Ana, se sentía capaz de escuchar a las flores, y de percibir el olor de las palabras. Sus heridas estaban totalmente curadas, y su cuerpo desnudo temblaba sobre la delicada piel de Hilda. La herida en la pantorrilla del ángel, también se esfumo. Lo que estaban haciendo, era mucho más intenso que el sexo, y mucho más poderoso que el amor. Las dos se entregaron sin ninguna restricción. Sudaron, gimieron y se amaron juntas, una y otra vez. Se unieron en un abrazo caliente y placentero, al punto de experimentar una sensación muy superior al orgasmo. Ana intento hablar, pero sus labios fueron silenciados con los labios de Hilda. Su cerebro, intentaba buscar una explicación para lo que estaba sucediendo, pero su corazón insistía en decirle que ninguna explicación era necesaria.

La luz se fue apagando. Fue gracias a eso, que entendió, que aquello estaba por terminar. Se aferró con mucha más fuerza al cuerpo de Hilda. No quería que aquella sensación terminará. Necesitaba percibir aquellos olores nuevamente, necesitaba perderse entre los cabellos de su amante. El jardín de flores perdió su antigua vistosidad, las flores recuperaron sus olores comunes, y la roca oscura y tosca, recuperó su forma usual. Abrió los ojos, sorprendida. El sentimiento estaba presente, pero ahora, el tiempo había vuelto a existir. Hilda seguía a su lado, desnuda y abrazándola, pero los días habían transcurrido, de eso no había duda. El sol estaba en su punto más alto. –… ¿Cuántos días dormimos? …–murmuró; y notó, que sus huesos ya estaban completamente recuperados. Hilda se desperezó a su lado, abrió los ojos, sonrió, y luego volvió a abrazarla, como sino existiera nada más importante.

–¿Cuántos días dormimos? –insistió; para después alejarse bruscamente de su amante. Hilda se incorporó, con una mezcla de preocupación y sorpresa en su rostro.

–Lo que hicimos, es sagrado, –contestó, nuevamente sin mover los labios–. mi gente lo llama la “unión”. Normalmente, hace que nuestros cuerpos entren en un trance, en el que, solo es posible experimentar placer. Gracias a eso, tus heridas, y la mía, están completamente recuperadas…

–¡Cuánto tiempo! –insistió Ana. Hilda no disimuló su incomodidad; se miró las manos, sin comprender la razón de aquella dura actitud.

–Unas dos semanas, –contestó; y un sorpresivo ruido, llamó la atención de ambas. Alguien las había encontrado, y estaba tratando de descender al jardín.

Ana, fue hacia su amada; no perdió la oportunidad de besarla y abrazarla nuevamente. Hilda sonrió, como solo podría hacerlo una mujer enamorada, sin imaginarse, lo que estaba por suceder, sin comprender, el verdadero temor de Ana. –¡Tienes que volar! –La apresuró, mientras le acariciaba las mejillas. –¡No te pueden ver! ¡Ellas no pueden saber que estas aquí! –exclamó una aterrorizada Ana. A lo lejos, el sonido de las cuerdas desenredándose, y el de las espadas chocando contra la superficie rocosa, anunciaba un peligro que Hilda no podría enfrentar. No necesitaba que nadie se lo dijera. Dos semanas en esa montaña, eran mucho tiempo. Dalia, Betania, Jana, y probablemente, la líder María, descenderían pronto hacia el jardín secreto, que se había vuelto una fortaleza, para las amantes.

–No puedo volar, –esas tres palabras, que nunca fueron pronunciadas, y que, aun así, llegaron al cerebro de Ana, terminaron helándole la sangre, –no puedo volar, –repitió Hilda, forzando una rápida sonrisa, –¿Cómo crees que me atraparon en primer lugar? –bromeó, fingiendo una mirada despreocupada–. Mis alas, no funcionan como antes…

Ana vistió su viejo uniforme, y en seguida se puso en guardia, sujetando sus dos colmillos rojos; en un rápido movimiento, le lanzó la espada con forma de media luna de Bélgica, a Hilda, quien la atrapó en el aire sin problemas. Se besaron una vez más; y luego, María, Dalia, Betania y Jana, estaban frente a ellas. –No dejaré que te lastimen. –aseguró Ana, ante la dura mirada de su líder. –No Ana, – replicó Hilda–. Seré yo, quien te proteja.

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