Hoy que han pasado setenta años desde la última vez que la vi, su imagen sigue intacta en esta memoria casi senil y su mirada ilumina los oscuros rincones de mi soledad como la luna lo hace con el mar.
Mis sentidos ya no son los mismos, mis pasos cada vez se hacen más lentos y este envejecido corazón, que se quiere parar cuando realizo algún esfuerzo, como caminar treinta minutos, estar de pie veinte o hablar durante diez.
Llega uno a esa edad en que recordar es lo que nos mantiene vivo. Yo la recuerdo a ella, con sus ojos grandes como faros que guiaban mi camino; recuerdo la textura de sus labios, suaves, carnosos, me enamoraba más cuando los vestia de carmín. Podía quedarme observandolos sin decir nada y ella solo sonreía; como un verdugo que antes de soltar la guillotina se arrepiente, pero sabe que no hay nada que hacer.
Hoy han pasado setenta años y la sigo recordando, mientras la extraño espero a la senilidad para que borre su recuerdo y así mi mente, mi corazón y mi alma puedan al fin descansar en paz!
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