No se cuanto tiempo ha pasado, las horas parececen que se detuvieron para mi. Recuerdo todo, mi mente esta intacta. se que tengo cuarenta años, un título de abogado, graduado con honores. Trabajo en un bufete famoso de la ciudad, siempre al salir del trabajo me espera en casa Antonella; mi esposa desde hace diez años, acompañada de nuestra hija de cinco, mi pequeña Andrea. Todo dentro de lo normal, un hombre común, rutinario, consumido por la cotidianidad, siempre apresurado, pensando en el día de mañana sin vivir completamente el de hoy.
Pasan por mi mente cada uno de mis recuerdos, desde la mirada tierna de mi madre, las palabras justas de mi padre, hasta el mal humor de nuestro gato, que siempre al llegar a casa con mis pies cansados, se acurruca sobre ellos, como disfrutando lo caliente que los ha vuelto el tanto caminar. Y mientras todas esas imágenes me golpean de pronto, escucho a mi alrededor voces desconocidas; menos una que es inconfundible, la de mi Antonella y siento cierta tristeza en su tono.
—Cuando despertará?, ¿Cuanto tiempo estará en esa cama?, ¿Volverá a ser el mismo?. Preguntas esas que no entiendo y a las que nadie ha sabido responder.
—No lo sabemos— le dicen dos voces que parecen ser de hombres mayores, cultos y con autoridad. Y todo queda invadido por un silencio sepulcral, hasta que ella rompe en llanto, y con un suspiro entristecido solo alcanza a decir —¡No lo creo!--.
Ahora solo escucho a esas dos voces mayores, se comunican entre ellas, creo que son doctores; pues usan lenguaje médico, hablan de reflejos, de respuestas a estimulos, y al parecer no hay mucha esperanza para su paciente, elevo una plegaria al Dios de mi madre por la vida de ese desdichado; o por lo que queda de ella.
Ultimamente escucho mas atentamente a mi Antonella, la escucho cerca,con palabras tiernas, esperanzadoras, pero siempre acompañadas por el llanto.
—¿A quien le hablas?–quiero preguntarle, pero mis palabras no logran salir de mi boca. Quiero consolarla, abrazarla y decirle, que todo estará bien; pero creo que mi cuerpo no esta en sintonia con mi cerebro, pues no ejecuta las acciones que pienso.
Hoy ha venido como cada dia y su tono de voz me ha exaltado, pues lo noto mas triste y lo mas preocupante; hay resignacion en sus palabras, la esperanza que la acompañaba ya no está, solo le queda la ternura, que siempre fue suya; y otro suspiro; esta vez mas doloroso, sale desde el fondo su alma.
—Fueron los diez años mas maravillosos de mi vida— dice con voz entrecortada, como queriendo guardarse las palabras.
—Gracias por ese regalo maravilloso que es nuestra hija, se que nos cuidaras desde donde estés— y repitió aquella frase con la que terminaban mis días desde hacía una década y con la que también me despertaba –-Te amo–. Y sentí como el sabor dulce de sus labios se confundía con lo salado de sus lágrimas cuando me besó; pero mis labios no se movieron.
Escucho entrar a los que creo son los doctores, según sus palabras ya es hora, no hay nada mas que hacer:
—¡Hay que desconectar al paciente!–.
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