Día a día jugamos a la fiesta de disfraces, así como cuando éramos niños, buscamos qué ponernos. Ahora buscamos en qué escondernos, cada día elegimos una cara que poner y una ropa que usar. Al parecer esto es como un juego que tiene como objetivo el de hacernos buenos en ocultarnos en un “todo bien”; sin embargo, por dentro somos un huracán, las cosas estan revueltas, todo parece gris mientras que para los demás nos mostramos con el arcoíris más hermoso que pudiéramos ver.
La culpa nos consume poco a poco, la tristeza se lleva nuestras sonrisas verdaderas, las miradas se vuelven oscuras, la mente alborotada y el corazón anestesiado.
Hay cosas que son muy irónicas en esta vida porque somos seres que sentimos todo, con una canción se nos pone la piel de gallina, nos emocionamos con una historia contada por nuestros abuelos, nos alegramos con nuestro amigo por sus logros, lloramos a mares con una película, tenemos la capacidad de darnos cuenta cuando a una persona se le cae el mundo en pedazos, tenemos la capacidad de darnos cuenta cuando le falta algo a una planta o si nuestras mascotas estan mal.
Nos podemos poner en el lugar de quien nosotros querramos, pero… ¿Qué pasa cuando a uno se le viene el mundo encima y todo eso aprieta tanto que no podemos ni respirar? ¿Qué pasa cuando las lágrimas piden de todas formas para salir pero cada vez ponemos más “llaves de paso” que solo tienen la opción de cerrar? ¿Qué pasa las veces que nos adelantamos con nuestra propia mente varios días, semanas, meses, incluso años y nos ahogamos en cosas tan inciertas como el futuro?
Hay muchas preguntas que podríamos hacernos pero la única respuesta que sabemos, está en la ironía, en que nos acostumbramos a jugar a los disfraces y no saber actuar cuando no nos queda más.
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