Monopolio, griegos y el orden del mundo

Cuando éramos pequeños mis hermanos y yo jugábamos Monopolio. Solíamos pasar en ello el día entero, excepto cuando alguno hacía trampa. Sin sus reglas el Monopolio ya no era lo mismo. De pronto perdía su encanto. 

A veces me pregunto si en nuestro mundo no ha ocurrido algo parecido, si algunos nos dicen que las reglas no sirven para nada, pero luego intentan crear su “nuevo orden”. Resultado: hacen que el mundo pierda su encanto, que ya no provoque “vivir”. 

Algo parecido entendieron los griegos, cuando fueron descubriendo que el mundo también tenía unas reglas. Descubrieron que una inteligencia, un Logos, había construido el planeta y le había dado un orden. Había un motivo que estaba más allá de su razón, pero de ese “más allá” provenía el misterio que daba encanto y movía a seguir buscando.  

También descubrieron que el valor de esas reglas no era por las reglas mismas sino por el camino que proponían para llegar a un fin: “antes de vivir bien, lee bien las instrucciones”. Con esta actitud de respeto y de agradecimiento ante el misterio de tan gran fin: “vivir bien”, siguieron buscando y llegaron a ser los grandes maestros de la ética, los maestros del “buen vivir”. 

Las reglas crean espacios que promueven nuestra libertad creativa. Esto es: decidimos sacar lo mejor de algo siguiendo unas reglas. El tenista no hace un servicio delante de la línea, el noviazgo requiere espera y respeto, el buen ingeniero se estudia bien las normas antes de construir un edificio. De este modo las normas no necesariamente coartan nuestra libertad, sino que la fomentan. Pero a veces estamos demasiados ocupados en las reglas mismas porque hemos perdido de vista el fin.  

El mundo no pierde su encanto por las reglas, las reglas parecen encaminarnos a descubrir el encanto de las cosas: un buen juego, un buen noviazgo, una buena amistad y, por supuesto, un buen juego de Monopolio. Lo que me hace pensar que los griegos lo habrían jugado muy bien.