Título: Contradiario

Primera edición, 2017

Obra finalizada el 10/08/2017

Ilustración de portada: de la filmografía Rusalochka (1968), por Mikhail Druyan

Sinopsis de la obra:

Esta colección de relatos, poesía y otros escritos componen una sola pieza, un Contradiario. A diferencia del diario convencional, donde se narra el día a día de quien lo escribe, el “contradiario” no consiste en una obligación ni un compromiso diario con una forzosa escritura, sino un escribir acorde con el devenir de las pulsiones y la necesidad de la expresión. En este ejercicio artístico, el autor transcribe el fluir de su experiencia más inmediata en una existencia que, aunque se presente superflua y cargada de ambigüedades, se ve en un proceso de renacimiento: una ruptura con los paradigmas mentales y el propio lenguaje procreador de un estado de descomposición vital, un reencuentro fortuito consigo mismo y el arte de amar.

ÍNDICE

Prólogo: Contradiario

I. Océano de divagaciones

    II. El encuentro

    III. De las profundidades del mar

    IV. Delirios al Sol

    Epílogo: ¡Tú, hipotético lector!

    Para Ángela, musa y artista al mismo tiempo; 

    motivo y motor de un delirio de ensueño,

    de unas ebrias palabras que beben de tu persona.

    PRÓLOGO: CONTRADIARIO

    ¿Qué se pretende con lo escrito? Cuando la pretensión es escribir, el medio es el fin. Entonces, ¿qué necesidad de adecuar la escritura a un prólogo, necesario y crucial para introducir al lector? Permítanme que os ignore, no soy ni deseo ser consciente de tal inabarcable presencia, de vuestra lectura escondida en lo recóndito y desconocido que para mí es vuestra caja de sorpresas –quizás no tan sorprendente–. Interpretadme si os satisface ahogaros en delirios transcritos en diminutos signos, estáis lejos de elevaros sobre la ola que tumba mi navegar. Sí, interpretad cada dichosa metáfora, encontraréis la Verdad absoluta, cual prodigioso libro sagrado… Si acaso mi insolencia ha tratado de traducir un Todo tan a la ligera,

    ¡adoradlo! ¿No es eso lo que cuenta? Adherirse a la débil gota que os bebe y así creer ser ola y no barco, pues de lo contrario estaríais imbuidos por el descontrol de la senilidad.

    En ocasiones, los prólogos son densos y aburridos. ¿Para qué iba a extenderme más? Ya he escrito lo que mi espontánea y enfermiza cólera ha moldeado bajo el cincel del fatídico lenguaje –cuánto te odio y cuánto te necesito-. En ello consiste mi Contradiario: dar forma al lábil e inefable sentir (el calendario para él queda obsoleto, no hay días, sino solo él), acompañado de la necesidad de plasmarlo con palabras. Contradictorio, ¿verdad? He ahí mi Contradiario, las palabras y el sentir se funden en candentes explosiones de la incongruencia y la incomprensión, colapsando cada retazo de luz con su sombra.

    Fin del prólogo.

    I. OCÉANO DE DIVAGACIONES

    “Nos representamos el Espíritu bajo los aspectos más diversos, pero es, sin embargo, un fideicomiso que no puedo enajenar ni tampoco puedo suprimir»

    -Max Stirner

    “Las ilusiones son, ciertamente, placeres costosos; pero la destrucción de las ilusiones es aún más costosa: cuando la consideramos como un placer, lo que es incontestablemente entre ciertas personas»

    -Friedrich Nietzsche

    OCÉANO DE DIVAGACIONES

    Océano de divagaciones.— Entre las diversas tierras, civilizaciones y culturas que aglutinan un paisaje denso y cargado en lo alto de mi ensueño, un ancho océano se encarga de erosionar las áridas rocas que conforman los extremos y fronteras del pensamiento, presiona cada una de las placas tectónicas de mi cráneo y posibilita el arduo, a veces sosegado, vagar de diminutas e insignificantes divagaciones. Son por estos senderos del demonio por donde he pasado y he de pasar, por fuerzas mayores; donde te invito a creerte dueño de lo leído, de mis imprecisos escritos y percepciones descontextualizadas. Te invito a que continúes siendo el verdadero ignorante que llevas dentro, a que prestes atención a cada una de mis palabras y deposites esa fatua fe en el lenguaje, el que te define y, por tanto, te posee: te tiene poseído.

    ¡Sumérgete! ¡Ahógate, tú, que aun crees desde la superficie!

    ✷✷✷

    Tan frágil y quebrantable que me limito a contemplar, empapar mi pupila de embriagantes colores que filtro y grisean mis válvulas. Gotas del rocío adheridas a la córnea, rota como una ventana con vistas a la humanidad. Se entrevé una grieta formada por el grito de la displicencia, una grieta que atraviesa tal dichosa esfera. Férrea turbulencia la mía y la del deseo, pues detesto todo aquello que inventé como fastuoso y bello, todo aparatoso movimiento del cabello en infinidad de contrapuestas direcciones.

    Las idealizaciones de tu silueta, de tu persona, son mortales, como el amor y la vida. O quizás sean inmortales tales penetrantes sueños, huyendo de la luz, para no acabar reducidos a cenizas y alcanzados por las llamaradas del olvido, de la inexistencia. Quizás sea eso, una naturaleza vampírica la que atormenta a este exiguo ser, alimentado por su propia sangre, aquella que le consume y le adiciona al ponche de la eterna significación instantánea.

    ✷✷✷

    Insuperable.— ¿Cómo he de superar todo esto? Nadie, de ningún modo, puede superar aquello que yace de por sí, desde un origen cualquiera, en nuestra mísera cárcel de ensueño. Los pensamientos no se superan, nos acostumbramos a ellos o a su ausencia, tras una existencia precedente.

    No superamos la vida, nos acostumbramos a ella, al igual que nos acomodaremos a la muerte. Será un abrir y cerrar de ojos todo este latente sueño. Jamás sabremos el inesperado final, porque quizás no lo haya. No superamos, sustituimos. Sustituimos capas de tierra por capas de cemento, para así creer en una uniforme ciudad y ya no en un tortuoso campo. Lo que fue horizonte o montaña hoy es verticalidad o edificio, pues no cambia nada más que nuestra ingrata peculiaridad, eso que no tiene nombre, pero convive con nosotros, que nos forma y nos tortura. Eso y solo eso, es esto. Aquello con lo que ahora mismo, inútilmente y sin motivos –simple estancia en el limbo–, pienso y escribo.

    ✷✷✷

    Ilusión vital.— Observo esas miradas repletas de ilusiones, mentes curiosas, con pretensión de alcanzar lo desconocido: esoterismo y lo que abarca el universo. Todo ello no me conlleva necesariamente a mi satisfacción emocional, por el contrario, me provoca tedio y carcoma.

    La propia existencia roe por dentro las construcciones mentales que crea mi uso de razón, tales como estas. No soy quién para negar o afirmar la existencia de mil y una de las especulaciones humanas que desarrolla a su paso, al fin y al cabo todo parte de construcciones, quizá a raíz de percepciones, pero ¿acaso eso importa? Tendemos a buscar, indagar, evolucionar… ¿Evolucionar? ¿Partiendo de dónde?

    ¿Quién marca la referencia, de qué escala evolutiva? Nos cuesta comprender que nada importa, porque ni siquiera nos creemos que nada importe. Cuando alcanzamos o descubrimos eso que se entendía como desconocido, se torna vacuo e insustancial, y ello nos conlleva a nuevas construcciones ilusivas… Quizás el ser humano tienda a ello: construir ilusiones, con tal de deshacerse de la cruel y caótica idea de que las propias ilusiones son expectativas ilusivas –¡valga la redundancia!– y momentáneas, las cuales no llevan a ningún lado, más que a la propia ilusión que persigues construyéndola.

    Ni siquiera tiene importancia lo que haya querido decir con esto, no hay nada comprensible fuera del lenguaje, siendo el lenguaje quien construye la ilusión de la comprensión y el ser humano un caminante sin rumbo inventando un mapa para no perderse.

    ✷✷✷

    Impactos y emociones; desconcierto e incertidumbre; deseos e ilusiones; delirios y desvaríos; vacío y decepciones; vulnerabilidad y oscuridades; soledad y reflexiones; vivencias, impulsos y fulgores.

    ¿Quién creó este mundo de construcciones? Os burláis de las deidades con vuestras almas mortales, pues ustedes sois los orígenes de la totalidad del espeso, hueco y fatuo mundo real, quizás irreal; interpretado, creado o enrevesado por el vaivén del meta-sentido de las esencias.

    ✷✷✷

    Expectativas y situaciones, ambas enfrentadas. Conflagración entre estados nacientes, separados por una frontera: la indeterminación.

    Cada uno de ellos tiene sus intereses. Las expectativas mueven montañas a su paso, frutos del humo que dimana de la imaginación. Su predisposición por alcanzar la exactitud de los sucesos es ulterior y aunque acabe derrotada resiste con inútil persistencia. En cambio, las situaciones no filtran, no piensan, no se complican: suceden. Es por ello que siempre salen victoriosas y en el momento de ataque arrasan con las expectativas, cargando contra la frontera que les separaba. Sin embargo, no hay arma que destruya la procreación de las expectativas, pues ellas, inseguras de sí mismas, construyen los deseos que albergan los corazones expectantes de un nuevo devenir.

    ✷✷✷

    Amor mutuo o barbarie.— ¿Quién osa ligar el amor al yugo de la veneración carismática? Díganme, ¿osáis desprender vuestro valor íntimo y terrenal en ajenas patrias, velando por sus intereses, abatidos como esclavos? Óiganme. Aunque rehuséis de escucharme, adormecidos y fieles al canto más macabro de vuestros seres amantes imaginarios, realzados y enaltecidos en el ensueño.

    No conseguiréis fortificar los principios del amor -si acaso existieran- materializando frágiles tallos de decorosas flores y olores fatuos, de apariencia embriagante. No forcéis la gratuidad de la instancia con la inutilidad de la pleitesía y dadle agua si es lo que necesita, que crezca un frondoso y resistente tronco que embriague de oxígeno y vitalidad al ocio existencial. Solo así, favoreciendo las necesidades que emanan de lo más primitivo del amor, habrán comprendido la mutualidad que este implica. Reafirmar tu existencia y capacidad de soportarla para no sumirte en nadie, para no suicidar tu causal o casual operativa significancia. Reafirmar su existencia y su capacidad para soportarse y así no sumirse en nadie, para no suicidar su causal o casual operativa significancia.

    ✷✷✷

    Autocompasión y significado.— Ignorante, ¿de verdad pensaste que no volverías a enamorarte? ¿Pensaste que el arte iría a calmarte? Si no fuera por ese incesante ruido emocional, si no fuera por ese constante amor-odio interno, si no fuera por su luz desvanecida a lo lejos, ¿crees que escribirías esto? Si tu pretensión es forjar con palabras un catalejo para afrontar tu pérdida, tus incesantes pérdidas, latentes encuentros. Comenzaste a perderte tú, creyendo que no eras más que un ser incompleto… Tus escrituras, siempre incompletas, pues aún vives, solo te transparentan. Aunque no sea comprensible para el resto, tú eres consciente del significado. Es como si una fuerza inconsciente reflejara todo haz de luz sobre las plantas más fecundas, desvelando toda semilla escondida y su contenido intrínseco.

    Te conozco desde tus inicios y ni siquiera importa, vas a adaptarte a las pulsiones de tu espontaneidad. Espontáneo, por eso caes en la misma trampa, eres consciente de que la generalidad no existe en la dimensión de los impulsos, eres consciente de que el dolor es inherente a la existencia y que tu existencia está adherida al significado. Por ello, maldito ignorante, sugiero que des forma al significado, no lo estanques en la generalidad, banalidad y previsibilidad. Cuando comprendas y alcances el significado de todos los significados, entenderás que tú eres el significado.

    ✷✷✷

    Dediqué el lábil paso de las horas en pensarte, ignorando la fugacidad de mis pensamientos, condenándote a la eternidad, a la beldad idealizada y encarnizada en abstractas pupilas color castaño que toda negrura elude contemplar.

    Dedico el fútil paso de la memoria en pensarme, ignorando la fugacidad del tiempo y cuerpo, condenándome a nada, a la Nada idealizada y encarnizada en Todo, incolora e insulsa, la cual toda luz cegadora es incapaz de escudriñar, pues cegada en sí misma está.

    ✷✷✷

    Implícita textual.—

    Debe ser la desgana del sufrimiento.

    Entonces, ¿por qué sufro?

    Mientras, reservo punzantes rosas dentro de mí.

    Aspiro a no entregarlas, pues temo.

    Solo, he aprendido a prescindir, solo siento. Imagino tanto y espero tan poco –solo a mí–. Alevosía de nadie, solo expectativas matan.

    ¿De quién eres? No comprendo tal pregunta.

    Osadía invade en mis días a solas.

    Inoportuna la hora que transcurre hacia otra hora. Maldita sucesión de oraciones sin cohesión alguna.

    Precipitada exaltación de mi yo en penumbra.

    Leo y releo lo que escribo y la verticalidad es más explícita.

    Índole pesimista, pero apagas mis premisas.

    ¿Cuándo decidí contemplar el templo de tus pupilas?

    Irradian esencia, colmando mi fútil y frágil alma.

    Todo importa, pues eres todo, “nihil” ya no es nada.

    Olvidé las lecciones que el fervor implicó –no a mi favor–.

    Para no caer de nuevo, miento al espejo y el reflejo grita hasta romperse.

    Al menos escribo –susurro–, ¿para qué?

    Resistirán las palabras dentro, no sabré nada de tu parte.

    Además, especularé las horas muertas de mi vida en relojes de arena.

    Demasía de arena me entierra y florecen espigas de pena. En esta enhiesta misiva escrita están las raíces implícitas.

    Calor, al menos el arte calienta y el hambre alimenta. Instante sucede a otro instante, rápida y lentamente.

    Resol seca cada gota que se adelanta a la mente –lenta mente–. Quiera o no, quieras o no, quieran o no, iba a traducirte en arte.

    Un día anocheceré si el sol del templo muere, o me mata.

    Entonces, ¿para qué sufro?

    Todavía no encuentro el para ni el porqué, pero insisto…

    Enciende el sufrimiento algo en mí: luz.

    ¿Alumbramiento? Miento, enciende elusión a ese mismo sufrimiento.

    Memoria marchita, pero incesante éxtasis si te pienso.

    O quedo sin aliento, y dejo estos suspiros.

    ✷✷✷

    Verbena de disfraces.— Somos un inútil e inservible foco en infinita retroalimentación, proseguimos con los propósitos excedentes de la existencia, gracias a la benefactora y enrevesada conciencia.

    Un foco cualquiera en un lugar sin importancia, aunque eso no importa, fortuitamente denominamos destino a nuestras fechorías planificadas. Ya no somos un insignificante foco en no sé dónde, nos autoproclamamos faro de un determinado puerto –mesías guiadores y necesarios para vislumbrar a cándidas almas perdidas–, farolas de una determinada calle –orientadoras de obscuras y estrechas calles, las cuales no rehúsan de tu afecto si te sientes solo– y, si me apuras, algunos creen ser luz solar destellante que permite la vida –células excitadas por y para la vida, sin llegar a reparar en explicaciones–.

    Carisma, autoestima, valor, valentía, lealtad… La situación es lo suficiente irrisoria como para tomármelo en serio y ni siquiera he confeccionado los motivos para ello. Cuán entretenido es contemplar esta fiesta de mortales atemorizados bajo un disfraz que realza la apariencia y la seguridad en “uno mismo”. Más entretenido e irrisorio aun cuando sé que yo estoy dentro, aguantando el vaso que me hace cómplice de esta distracción.

    ✷✷✷

    Lenguajes del oficio.— ¿Todo se basa en construcciones mentales o quizás sea una construcción mental esa misma idea? Oh, querido lenguaje, te odio tanto como te necesito para odiarte. Eres una sanguijuela absorbiendo mis interpretaciones y creando estas vacías, inventadas y sobrevaloradas palabras. Con tal de entretenerme y engañarme con tus significados, harías cualquier giro de sentido. Te odio, odio crearte, pero tú me creas. Encierras mi ser, mi persona y le das nombre. Quizás ese fue el fallo, encadenarme a tus sentidos, que me atan. Yo te atacaré con el arte, estás avisado. De hecho, ya te he atacado, ya no eres nada ni nadie sin mí, pues yo te manejo. No caeré en tu trampa…

    ✷✷✷

    Escritura automática.— No tengo por qué temer lo que pueda escribir mi desesperado y obscuro idioma del demonio, rasgado por su propia presencia e intención infanticida. Escatimó mis experimentales formas de palpar y abrazar el globo, quiso explotarlo para que estallara la inocencia indefinida, el indefenso y sensible júbilo de cristal. Jugó el viento conmigo, atándome, cubriéndome con seda. Fui pueril crisálida que nada espera.

    ¡Ardor! No es suspiro, es firme dolor el que me abre y me fuerza a volar. ¡Demonio! ¡Ese es el hombre! Aunque el nombre nunca ayudó a comprenderte.

    ¿Qué hay de automático en lo que escribo? ¡Otra vez tú vestido de falso rostro débil y escuálido! ¿Las tomas conmigo? ¿Haciéndome padecer por ti, para yo perecer en la lejanía a la que conlleva tu índole instructiva? ¿Dónde perdí mi Anschauung?

    ✷✷✷

    Unicidad del deseo.— Yo lo sé. Yo lo siento. ¿Tú lo sabes? ¿Tú lo sientes? No lo sé, no presiento nada. Tan incomprensible es poseer una mirada, en una estrecha mente condicionada por ella misma. Quizás desconozcas lo intrínseco de mi ser, aunque no me apena contemplar aquel fruto en la más alta rama. Procuraré no molestar tu estancia nutritiva y solo disfrutaré de tu sabor -sea dulce o amargo, ácido o rancio- si tras regocijarme en la sombra de tu silueta me sugieres el apetito de morder tu tiempo.

    Mientras tanto, el tiempo se consume y sin consumirte, aun así, me alimentas. ¿Quién dijo que un alma hambrienta no podría alimentarse de su ensueño? No, imaginar el fruto no alimenta -dicen, aquellos que no contemplaron tal fruto-. Poco importa lo que digan esos charlatanes que nunca saborearon con el paladar del deseo. Mi alma sigue ansiosa por desear ante cualquier cumplimiento, pues todo deseo cumplido nada tiene que ver con la unicidad esencial del deseo.

    ✷✷✷

    Nebulosa.— El flujo de nuestro pensamiento, el pensar, el conocimiento consciente y controlado. Ese fluir abstracto de la somnolencia heredada, fideicomiso de nuestra intrascendente esperanza, me tiene atónito y desconcertado. ¿Dónde se encierra o se expande esta nebulosa intangible? Por el mero hecho de generar un conocimiento sobre el cómo conocemos, el tratar de comprender qué órganos lo impulsa y procesa, terminamos insistiendo en morder el extremo de este hueco círculo.

    La vista, el oído y el habla. Pareciesen que estos difusos filtros y transmisores se tornen cercanos al motor –¿al cerebro?–, al generador de esta enlatada ambigüedad. Situamos aquello que vanamente nos pertenece, en un espacio y tiempo que apenas nos pertenece, hastiados y encadenados al propio fluir de la impropiedad. ¿Por qué? ¿Por qué anclado a un engranaje tan determinado por él mismo? ¿Qué pertenece a qué? ¿Qué sirve para quién? ¿Y, sobre todo, para qué?

    Motas de polvo encerradas en su inefable inmensidad, tratando de dar color a una superficie, tratando de chocar y esparcirse en una superficie, realzándola y excitando a cualquier deambulante percepción. ¿Qué genialidad inhumana se verá capacitada para reposar en dicha planitud?

    ✷✷✷

    Incompletud.— Te presentaste en mi vida para ser palabras, un recuerdo que ha perdido su fulgor y su vigencia. Fuiste todo en mí para ser nada, pues solo yo te di forma, valoricé algo tan vacío y hueco como es la incompatibilidad del Espíritu. Seguirás prendida en el fuego de tus más recónditos deseos y pensamientos, como ha de ser. Yo, en cambio, seguiré ignorando el ruido que provocaron tus expiraciones -las cuales me inspiraron-, el filo de tu visceral ser y… dejaré incompleto el

    ✷✷✷

    Humo humanitario.— Hoy he salido de mi prisión, a la calle, a creer que no estoy encarcelado pues no veo rejas, pero concibo el olor a desperdicio tóxico y desprecio. Deduzco que se trata del gris humo que asoma de las chimeneas de hogares donde alojan almas ensimismadas –como yo en ese instante–, aunque por otro lado intuyo que es el hedor que desprende la humanidad, ensimismada en su propia causa.

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    Antítesis.— Seis sentidos vitales que dejan mal sabor de boca, superflua apariencia, fútil ruido, hedor gratuito y absurdas interpretaciones de todo lo anterior. ¡Y me falta el tacto para palpar todo vasto pensamiento! Llamémoslo meta-absurdez, describir lo absurdo de lo absurdo, encumbrarte sobre tu existencia y sus ilusiones, no creértelas para comenzar a creer en su antítesis.

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    Victoria pírrica.— Espíritu victorioso: una victoria pírrica.

    No estuve tanto tiempo ensimismado y a la vez tan próximo a ti. Será que forjas mi mente, debilitando mis músculos faciales si río o lloro, si me apeno porque apenas puedo desenlazar tu mirada penetrante de entre mi pecho. La soledad me tortura, pues no me deja a solas, no puedo despojarme del recuerdo, de mí, pues soy recuerdo.

    Victoria pírrica: celebro mi soledad y detesto su compañía.

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    Pulsiones del corazón.— Tú, bello silbido del viento, eres cada punto de intersección entre mi alma y tu tacto, mi tacto y tu alma. Abrazas la belleza en lugares indefinidos. Solo los humanos definen y creen estar en lo cierto, solo ellos no conocen lo indefinible. Tanta simpleza nos aguarda el pensamiento que creemos saber con certeza cada pulsación que dispara nuestro reloj biológico y apenas oímos el tañido más trágico y fortuito que significa nuestra existencia, en plena lucha con Eros y en discordia con Tánatos.

    Tú, ínfima y tácita gota, que, nacida de la luz, morirá en las palabras. ¿Eso que contemplo con estupor ha de ser ensuciado y explicado por mi lenguaje? Tarde o temprano sí. El arte me condenó a su libertad, pero en ese preciso instante poco o nada me incumbía. Solo me condené al paso atemporal de las agujas más penetrantes de mi inconsciente reloj.

    ✷✷✷

    —Llevas horas despierto… Quería decir días y meses. Quizá años, aunque inconscientemente, dirección a no sé dónde.

    —Trasnochar no es mi afición, pero formaba parte de las consecuencias que llevan consigo mis pulsiones. No quise trasnochar tanto como el hecho de contemplar esa reliquia plasmada en pupilas.

    —¿Conseguiste alcanzar tus pretensiones?

      —Estoy y estuve exento de toda intención preconcebida por absurdos patrones convencionales, ni siquiera esperé nada de tal resplandor, bastábame con sentir el fijo haz lumínico de su esencia.

      —¿Y qué es de ella?

      —¿Y qué es de mí? Antes de ahorcarme con sus cuerdas vocales – voz persistente que me atormenta–, antes de cegarme con su luz, antes de desprenderme de mí, consciente de mi limitación existencial y espacio-temporal me dirijo en busca de… un continuará… Dirección a dónde sé yo, a no sé dónde.

        ✷✷✷

        Multiversos.— Calmó la marea, pues telón corrió la Luna. Tardé en apresurarme hacia mi panacea, para curarme de la náusea, de la dependencia sufrida: necesitarte, depender de un cúmulo de ideas etéreas. Ya no hay punto y aparte, sino arte y punto. Puntos cardinales coordinan la traducción de un alma insólida, insípida, insólita, inválida, íntima y mórbida; movida por una órbita desprendida de tu galaxia perdida en un horizonte sin vida; mi universo son varios –multiversos–, acumulados en cualquier constelación recordada a millas de un olvidar. Sin embargo, no recuerdo con lo ahora escrito lo que he descrito en el inicio de esta misiva, sin destinatario ni asunto.

        ✷✷✷

        Visitas imprevistas.— Mis áridas y pretéritas ventiscas limitan mi respiración, asfixian un presente, en desidia. Muere mi deseada ataraxia, y temía por ello. Vienen de allá las ráfagas del pensamiento, del limbo donde asumo y me apropio de un hogar: ¿quién visitará esta vez mi frágil memoria? Acuden familiares, amistades, musas, fantasmas de ultratumba –como el amor o las miradas–, inspiraciones, experiencias vividas… Acuden atravesando mis muros hogareños, pues carecen de puertas. Allí resucita una cronología muerta, desordenada e inepta. Llegan todos para volver a morir junto al blasfemo tiempo.

        Nostalgia. ¿Es la nostalgia una sandez de mi enfermizo dormir? Es la resurrección de mis fantasmas, las efímeras instancias condenadas a una sucesión de apariciones. Son los espectros martirizados por la finita eternidad de mi nube… Nube desprendida del motor a vapor que reposa en la base de la inconsistente coherencia, de la reflexión más torpe y limitada entre márgenes y puntos.

        ✷✷✷

        ¿Ser? ¿Estar? ¿O parecer? ¿Qué atrapan tales superpuestas capas de ilusión e identidad? ¿Acaso algo en especial, el núcleo del ser y estar?

        Por mi parte, yo sí sé quién soy. Soy donde estoy y donde están siendo Otros, soy en tanto en cuanto son y son en tanto en cuanto soy. Mientras estamos y dejamos de estar, somos y dejamos de ser: siempre –aunque no siempre– como verbo dinámico y cambiante. Es por ello que soy el cobijo y cariño de mi padre y madre, de mi hermano y hermanas; soy vastas horas acompañado de amistades, grandes amistades irreductibles en palabras; soy la soledad que me acompaña noches y días para poner en duda a la incertidumbre, a los preceptos socio-educativos que no me hicieron elegir a lo largo de mi convivencia; soy lares y momentos de pura inspiración para obtener los motivos de mi existencia, también de la idealizada inexistencia; soy el Esperpento de Valle-Inclán, el egoísmo de Max Stirner, la angustia coleóptera de Franz Kafka y el apoyo mutuo de Piotr Kropotkin; también el enrevesado onirismo de Ingmar Bergman y David Lynch, la misantropía de Stanley Kubrick, el pesimismo de True Detective y, dejando a un lado mi papel o rol de cultureta, soy la carcajada más trágica que me ha causado Rick y Morty. La graciosa intentona de tratar de resumir la estancia de nuestros estimulantes y estimulados cuerpos, sitiados en esta extraña caja que almacena no sé dónde toda esta inmensurable apariencia… Soy esa graciosa intentona.

        ¿Conforme olvide dejaré de ser? No dejo de olvidar y solo recordando creo ser, creo tener seguridad en ello y a la vez no, siendo ambas alternativas una forma más de férrea fe en lo impropio de ser y estar. Si llega el día en que olvido la infinidad de guiones de este arduo teatro, bastará con que me recordéis para poder ser, aun no siendo: pues en ello quizás, no sé, consista nuestra avara conciencia.

        ✷✷✷

        Arte: la criptografía del alma.—

        Estoy harto.

        Engañándome el tiempo, me seducen los segundos. Constantemente, punto tras punto: el mismo quiste.

        Bajo la piel se torna sibilino.

        La apariencia embellece el temor de un alma torturada por el acontecer intangible e incontrolable de esta macabra estancia circunstancial.

        Sutil, como las ramas que manan dirección a la luz.

        De las palabras brotan su existencia ignota.

        “De lo contrario, sería fácil detectar mis miedos y fracasos” – protesta el arte, desquebrajando un ápice de su fachada.

        Odio, contra la revelación y rebelión expresiva del lenguaje que interiorizo.

        Necesitarte y justificarte me incitaron a negarte, eludirte. Solo, pues, me encargué de mi soledad.

        La no-correspondencia con ella se encargó del resto, de un vaivén identitario.

        Me ahoga el mar cuando bogar en busca de placidez es mi primera y última motivación.

        “En infinidad de derivadas dudas” -grita afligido el espíritu.

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        Abre los ojos y ve la desgana de existir y el desinterés por contártelo. Aun así, lo cuenta, lo suma y el resultado es múltiple. Múltiple ilusión y simple incomunicación con todo lo que le rodea y merodea en el inlocalizable Yo. Hablo en tercera persona y me lo creo. Si hablara en primera, quizás me lo creyera y todos asentirían con perspicacia, pero no es el caso.

        ¿Cuál es el caso, entonces? Todavía tendría que cerciorarme de que hay hechos y fundamentos, para hablar de ello. Y es más, tendría que autoconvencerme de todo lo que he dicho –si me permitís tal atentado–, si acaso he pretendido transmitirle algo concreto o frívolamente he deseado torturar al ensimismado lector: ¡Tú! ¡Egoísta que retuerce y exprime mis nociones!

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        Uróboros.— ¿Víctima o culpable? Ser víctima o culpable del estropicio cósmico, de la intangible cosmovisión humana. ¿Quiénes osan ser juez en este juego sin reglas? Solo el Hombre, cautivado por su trastorno: la subjetiva objetividad de sus actos, de su presencia. Trastorno que acapara un cenagoso terreno: del inconveniente de nacer, la incongruencia de existir, inclusive la insensatez de tratar de resumir todo ello en pérfidas palabras. El desmán que atrapa consigo todo constructo intrascendente me conlleva al mismo abismo, al uróboros, a la constante e inestable paradoja: nada tiene sentido… ¿Excepto nada?

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        Resurrección.— El resurgimiento, la resurrección de la carne, desaprueban el finito y exiguo haz de luz que me abrió la deseada posibilidad de tu muerte: la del olvido. No bastó con abrir la caja y liberar a tal tortuoso espectro. ¡Libéralo y cierra tu baúl –que no es ataúd– con los mecanismos más avanzados en seguridad y protección de uno mismo! ¡Hazlo! Puedes retarte y reputarte con los ejercicios más fatigosos, en pos de forjar los poderes que preceden a tu ataraxia, descansando la actuación dramatúrgica involuntaria e interiorizada de tu persona. ¡Iluso! Tanto como aquello que, en frío y a distancia, detestas o ignoras y a lo que, bajo las llamaradas más impulsivas y próximas, te aferras.

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        Esquela y rosa negra.— Ha llegado ya su hora, intacta y uniforme se despide de mi presencia. Mudó a otra parte. Mientras, mi habitáculo permanece repleto de eco y extrañeza, no reconozco mi espacio, si acaso es mío. Mudó a otro dónde, a su sepultura.

        Como es de costumbre, proclamo al viento el mismo ritual: llorarle al tiempo, también fallecido, aunque difícilmente sentenciado. No sé si has muerto o te he matado, pero te me apareces cual espectro, inmutable y cambiada. Ya es hora de despedirte, hasta que nos veamos de nuevo entre consuelos y el ensueño del recuerdo. Es hora de despedirme, con una esquela que te invita a tu propio entierro: ¡Qué te sea leve la tumba en la que te encierro!

        ✷✷✷

        Fidedigna oración.— El ser está desprovisto de compañía, a pesar de que pretenda cerciorarse de lo contrario, participando en todas las artes y juegos de la vida en sociedad. La compañía física es necesidad mayor para la subsistencia, pero esto no termina con su incomprensión, su lejano fideicomiso. Para acabar con su desesperación, o bien el individuo cree fehacientemente, reza y prosigue con los rituales comunes de su entorno inmediato; o, por contra, se desapega hasta de sí mismo, continuando con su incomprensión para con todo y nada.

        Mientras tanto, mi ritual es este y, por ahora, a pesar de mi rechazo interno hacia vosotros, la repulsión todavía no es completamente recíproca. Es por ello que sigo con mi oración, con una religiosidad análoga a la del ateo.

        ✷✷✷

        Danza.— ¿En qué consiste ese extraño espacio que tambalea de un lado a otro? 

        Aire tenso, como si estiraran y expandieran sus diminutos elementos flotantes; cuerpos que expresan, aunque sugieran latencia, desasosiego y desplazamiento descontrolado; pensamientos inabarcables e intraducibles, impotentes en sí mismo.

        Toda esta danza se nos impone en un silencio ulterior, insignificante por su gran magnitud. ¿Salir de esta plegaria interna sirve de algo? Es más, ¿acaso se puede salir sin la ayuda del engaño y la fe?

        ✷✷✷

        De la utilidad.— He aborrecido la escritura. Abomino de ti y me das tanto juego. Se dice mucho del significado de las palabras, aunque a veces ni las reflexionemos, las damos por supuesto de una manera casi inmediata. Nos justificamos: el lenguaje tiene una utilidad, utilidad comunicativa, al fin y al cabo. ¿Utilidad? Dejadme estrangular una y otra vez esta palabra y su sonido. La utilidad es un recurso vacío y cadavérico. Cuando esta se usa, para satisfacerla, la palabra muere por instantes y todo aquello que ofrecía alcanza lo inútil: su supuesto antagónico.

        Esta sucesión no deja de manifestarse cuando estamos solos, es decir, en todo momento: todo lo que hiciste, sucedió y viste crecer chilla entre espasmos y sudores febriles. Se detiene finalmente con un silencio aterrador, donde todo esfuerzo del escándalo se deshace entre la tierra. Todo lo que hagas, suceda y veas crecer a posteriori solo prolonga el pasado de un fracaso universal: la inutilidad sustituye lo necesario, útil y deseable por lo indiferente. He aquí el fracaso de los fracasos: tratar de explicar todo ello.

        ✷✷✷

        Habitaciones.— Con el torpe movimiento de mis deseos tropiezo en el espacio abismal que emerge de entre nuestras simiescas habitaciones. Cada una de ellas encerradas para sí y en sí mismas. El frágil deseo, en su fugaz convicción, trata de abrir su puerta, para así visitar los distintos hogares que le provocan una tremenda curiosidad y hambre de júbilo. Impotente y atrapado, de resultas. ¿Cómo iba a ser si no? ¿Qué esperabas de un insípido, pero creíble, sueño rodeado de infranqueables paredes?

        II. EL ENCUENTRO

        ¿De qué naturaleza es tal resplandor irreductible que me ciega, me agita y me somete a sentir sin cesar: un dolor en el pecho, un cosquilleo en la sien, una parálisis del cuerpo…? –me pregunto exhausto, tratando de entenderme. Mi testimonio da que pensar, aunque aparente ser común, habitual y, en cierto sentido, nimio.

        ¿Desde cuándo, cómo y por qué comencé a realzar a aquella persona que, desconocida e ignorada desde el principio de los tiempos, ahora parecía ser el único motivo del latir de las agujas del reloj?

        EL ENCUENTRO

        Uno nunca está del todo seguro de su posición en el tiempo, cómo ha llegado a donde está, olvida o descuida con facilidad sus meticulosos pasos. Los esfuerzos son vanos, pretenciosos, quizás pedregosos; por ello tropiezo en un recuerdo más o menos forzoso, impreciso y reinterpretado.

        En este caso, ¿qué sentido tiene relatar el encuentro? Es más, ¿a qué encuentro me estoy refiriendo?

        En principio, desconozco si hay un sentido implícito en todo esto, más allá de la dirección e intensidad que trae consigo lo escrito: una extraña explosión, deslocalizada e imperceptible a simple vista, de mi desorbitado mundo.

        Además, mis intenciones –si acaso las hubiera– son las de la expresión, aquella que permanecerá inscrita e intacta con el paso del tiempo sobre esta tinta y papel, un recuerdo anclado en su propia y momentánea esencia: única e irrepetible.

        Por otro lado, dirigiéndonos a lo hondo del asunto, el encuentro del que hago mención, aquel momento, aquellos instantes donde te encontré, originando a la par mi encuentro conmigo mismo en el arte de ser y dejar de ser, no es un tiempo o espacio concretos: porque los detienes, difuminas el vasto paisaje, permaneciendo el contenido más profundo e intrínseco de nuestras alborotadas pulsiones, expuestas unas frente a otras. Es entonces un dominio, quieras o no, el que posees sobre mi percepción del tiempo, haciendo añicos todo pretérito recuerdo para acaparar la brillantez del presente inmediato en el que en ocasiones dispares nos encontramos.

        De este modo, obviemos cómo, cuándo y dónde comenzó este inclasificable modo de encontrarnos. Que estos desenfrenados escritos supongan un nuevo y único encuentro, otro de tantos otros presentes, otra oportunidad para hacer reír al tiempo de su incolora y abrumadora existencia. Un ejercicio, tanto de pluma como de ávida lectora, para volver a volver a encontrarnos.

        III. DE LAS PROFUNDIDADES DEL MAR

        “De Satán o de Dios, ¿qué importa? Ángel o Sirena,

        ¿qué importa, si tú vuelves, –¡hada de los ojos de terciopelo, ritmo, perfume, luz, oh, mi única reina!–

        el universo menos horrible y los instantes menos pesados?”

        -Charles Baudelaire

        BAJOS FONDOS

        Sumergido, constantemente. Una fina línea separa artificialmente el mar, densa agua reposando en los extensos huecos del espíritu, de lo que le es externo: todo y nada. Todo, pues esta agua es escurridiza, inabarcable y es incapaz de agarrar el núcleo de todo lo que no es ella, su estructura y sus ridículas moléculas; nada, porque se congela, condensa y evapora, siendo fácilmente maleable y moldeada por extrañas fuerzas que le hacen creer que son externas, cuando en verdad son su experiencia más directa e inmanente.

        Quién se atreviera a recorrer lo profundo de este mi mar. ¿Quién pudiera? ¿Cuántos naufragios se darían, perdidos en inhóspitos rincones inaccesibles, y cuánto oxígeno precisarían tener para llegar al mismo punto desde donde partieron?

        Es la profundidad en la que cada día, cada noche, me empapo hasta las entrañas. Aquella misma que rasca mi garganta, harta de sal cuando más sed tengo. Me soy imbatible, tanto que mi propio oleaje me tumba y arrastra indiferente hasta los mismos lugares donde no me encuentro, donde no me soy, donde el verbo estar está cargado de sinsentido. Me digo a mí mismo: ¡Allá, donde se extiende el horizonte, se encuentra el verdadero motivo, el que sacuda tus burdas penurias!

        Desde los bajos fondos, mi alma impelida se ve en la tarea de contemplar tal horizonte e impotente nunca lo alcanza. Aun más, en ese instante, en el cual caigo salpicado en un entorno que me es extraño, en una exterioridad que observo desde lo más hondo de mi ser, ¿qué encuentro? No será el alivio ni el sosiego; tampoco el placer ni la ataraxia. Ruido y más ruido, estrepitoso e insoportable, así será mientras no sea roca.

        El dolor del mundo atraviesa los más estrechos rincones y obstruye mis moléculas, invade e incita al conflicto a mis átomos. Paisaje grotesco que se me presenta ante esta inevitable y tormentosa capacidad: la de percibir, pensar y sentir. Tormentosa, ya que, sin remedio alguno, relampagueo y me golpeo, desde contrapuestas direcciones, con mi agitada lluvia.

        Visto de este modo, ni tan siquiera yo me soporto: litros y kilos, líquido insípido y urticante sal, en cantidades indefinidas, se diluyen por todos los espacios de mi intangible mar. Sin embargo, sigo mi curso, desemboca en mí el río de la impertinente necesidad, rellenar una tierra que no me pertenece, la agonía de tambalear por tambalear en la atroz ambigüedad de la existencia.

        MAREA

        Hay otra parte de mí, reflejada entre las tinieblas de mi océano, que no pertenece a mi mar, pero aun así es más profunda, quizás por su incompresible naturaleza, si es que acaso la tiene. Se oculta del horror, escondida entre las sombras del cosmos, elude este mundo infernal; se asoma curiosa y pacientemente, hasta que queda agotada de exponerse a la crueldad y vaciedad humana que le observa con desprecio y desdén: por ello, desaparece muy de vez en cuando entre el espesor de la obscuridad.

        Noble y apreciada Luna, tan real como inefable, que trasciende con su magnetismo y estrangula al fútil chirriar del mar, su lenguaje y sus ilusorias construcciones. Agita sin rechistar con su inagotable fuerza las pesadas capas de este fluido de mala muerte, desconcertando a la razón y ahuyentando sus vestigios: despertándome una sensación de vértigo, pero placentera; aquello que no tiene nombre y a un significado que aun está por ver, intenso cuando menos.

        Si es mi Luna la culpable de todo esto, de esta marea que desnivela todos mis parámetros; aun más le debo al Sol –relucientes son sus pupilas clavadas en el blanco de mis infortunios– que, además de alterar y desentronizar todas mis creencias, ha destapado lo más real de mi ser: una innombrable energía desbocada, incontrolable marea que estalla y no deja de estallar allá donde se encuentra la lucidez. Pero, me digo desde la ingenuidad del mar: “prescindo del Sol, pese a que me incite a la marea; la Luna ya se encarga de agitar mi desgastada alma”. ¡Incrédulo! Cierto es que la Luna es el núcleo de tu espíritu, que esconde el tesoro inmensurable mediante tus estúpidas palabras; pero ¿cómo y dónde encontrar tal núcleo, tu tan valiosa Luna, sin la fortuita lucidez solar? ¿Quién te sugirió abrirte a la presencia, escapar de entre tus permeables sombras?

        Abriste al mundo mi Luna, la proyectaste sobre mi mar. Ahora sé que no soy todo sal y densa agua. Muy de vez en cuando te me apareces, día sí y día también, agitando el mar o evaporando mi demacrado lenguaje y, en forma de nube, ya no cargo el sinsentido de golpearme contra mi mundo, sino que riego y siembro un mundo que está por ver: regamos y sembramos un mundo que nos es propio, ahora y tal vez, ojalá así lo fuera, en otros impredecibles instantes.

        Comentan los más enterados, de quienes desconfío, científicos que malversan nuestras experiencias más inmediatas, que las reducen a uniformes clasificaciones de un Dios metódico, que precisamente la Luna y el Sol poseen unas fuerzas de atracción considerables sobre el mar. Al parecer están en lo cierto, doy testimonio de ello; pero mi mar, Luna y Sol jamás podrán ser explicados por charlatanes de poca monta. Ni tan siquiera yo, pero he aquí el intento más próximo y sincero de lo inexplicable de haber vivido y vivir el arte de la marea.

        ¡Sol, contémplate refractada en mi tinta, así comprenderás que tus rayos no son mero hidrógeno y helio! Provocan algo más profundo: ¡La energía de mis expresiones! Aun más, algo impronunciable…

        ENTRE LA VOZ Y LA MUDEZ

        Si la esfera dorada de tus ojos se asemeja al revelador brillo del Sol, el canto que irradia toda tu unicidad tiene la fisonomía de una ágil y lábil Sirena. Te deslizas, siendo rayo o en cierto modo pez, entre mis partículas e invades las profundidades de mi océano.

        Sin embargo, más allá de todo este cuadro que bosquejo, acorde con la percepción que me sugieres de ti sin tan siquiera percatarte a ciencia cierta de ello, topamos con una realidad escabrosa. ¿Ante qué nos exponemos? ¿La realidad es tan transparente, precisa y fiel como creemos?

        Respecto a la última cuestión, el aburrimiento puede esperar: la realidad insiste en su opacidad, mientras que nuestros corazones adiestrados y debilitados caen en ocasiones en una decadente espiral de pasividad y negligencia. Debemos afrontar y confrontar al motivo de nuestras pesadas cadenas: revelar y exteriorizar nuestras más sinceras pulsiones como forma de rebelión. Tarea absurdamente ardua, pero liberadora.

        Además, topamos ante el problema de los espacios vacíos, aquellos que nos distancian irremediablemente los unos de los otros, mi habitación de la tuya: cuartos ensimismados y rodeados de infranqueables paredes. Entre la voz y la mudez siempre nos encontramos y, a la par, desaparecemos: nos adentramos en un juego irritante, donde creemos entendernos y conocer cada uno de los rincones que nos definen, mientras que la incertidumbre marca las reglas de la partida.

        Tú, a veces Sirena, rompes los muros que me encierran en la soledad que me es propia, desvelando diversidad de ápices de un yo que ansía salir de aquí. El esfuerzo de sumergirnos entre nosotros es siempre más gratificante y enriquecedor que el pésimo estado estático de quien se convence de su impotencia.

        A fin de cuentas, entre la voz y la mudez, entre lo que digo y no digo –y lo que no logro transcribir, expresar, transmitir…–, has de saber que albergo sentimientos que no encajan en mi lenguaje. Y, a veces, me veo bajo la impotencia de no poder extraerlos en esencia; en consecuencia, de enquistarlos.

        A expensas de todo esto, jamás dudes de que lo he intentado y sigo intentándolo. Aquí queda, por ahora, todo expresado: las profundidades de mi mar están abiertas, agítalas sin mesuras.

        IV. DELIRIOS AL SOL

        “En cambio Diógenes, más libremente, como Cínico, a Alejandro Magno que le rogaba que dijera si necesitaba algo: ‘Justamente – dijo- apártate un poco del sol’. Por supuesto cuando tomaba el sol, se le había puesto delante. Y éste, en verdad, solía sostener cuánto al rey de los persas superaba en vida y fortuna: que a él nada le faltaba, que para aquel nada sería, jamás, suficiente; que él no deseaba los placeres del rey con los cuales éste nunca podría

        saciarse; que éste de ninguna manera podía conseguir los de él.”

        -Cicerón

        DELIRIOS AL SOL

        Tensiones del cuerpo articulan un silencio que huye de sí, chilla escandaloso entre los huecos, vacíos por la erosión del tiempo, de un alma inlocalizable. Los delirios son perseverantes, mi aparato locomotor pierde el control, aquel que creí poseer firmemente. Es la temperatura, tu calor solar que excita, como a una planta intacta e impasible, cada una de mis células. Tu temperatura y mis temperamentos, desinhibes el fuelle de mi respiración y si la aceleras, con el fin de revivir un corazón eclipsado por la horrenda humanidad.

        Tendido al Sol, nada más necesito. Quisiera ser un perro, como Diógenes; tumbarme sobre el regazo de tus rayos, ignorar a las almas más bajas de esta mugrienta sociedad que ansían desesperadamente una corona y un reino para creerse libres: una prefabricada vida de ensueño en sus frágiles castillos de arena.

        Mis deseos se ambicionan, confunden sus alucinaciones con su aquí y ahora. Abomino de la alucinación, sé que eres real, tanto como la reacción que provocas en mí, más que todos esos pensamientos que limitan mi tiempo. No desearé, por ello; más que la deliciosa casualidad en la que el aquí y ahora se funde contigo: alunizaje, para encontrarte y encontrarnos revelados y, por fin, descubrir esa luz que tú llevas y esa sombra que me persigue desde antaño; al margen de un mundo que, hasta ahora, se caía a trozos.

        ENTRE CADA UNA DE MIS LÍNEAS

        Entre cada una de mis líneas.— Ando ya un largo camino trazando mi vida en diminutos símbolos cargados de un significado abismal, al menos siempre así me lo pareció, aunque llevara incluso el sinsentido impregnado en su supuesto contenido. Hasta ahora solo había recopilado los excesos del lenguaje, un lenguaje que hablaba de sí, un idioma propio de los narcisistas.

        Ahora, como si mi espíritu me obligara a hablar más de la cuenta, he transcrito lo inabarcable, pues, entre cada una de mis líneas todo queda indefinido, sin exponer, escondido entre los abismos de la comunicación. Entre cada una de mis líneas el lenguaje escrito no tiene acceso.

        A fin de cuentas, entre cada una de mis líneas has de encontrarte.

        ✷✷✷

        En silencio.— El ruido en el que habito me ahuyenta, pero es costoso escapar. Lo callo, resiste; lo paro, insiste; desesperado encuentro asfixia en este mi hogar.

        Espera, consigo conciliar el ruido: ¿Qué contemplo? Es el silencio en el que se extiende su unicidad. Trato de beber de ella, pero difícilmente lo consigo. Es escurridiza e impenetrable como el mundo que a cada uno falsamente nos pertenece. Pero sigo, ensimismado. No en mí, sino en las garras de algo más fuerte y atrayente que un mero nombre, un signo o una idea.

        ✷✷✷

        Siete de la mañana. Una de la madrugada. ¿Qué diferencia encierran estos lapsos de tiempo? En mi caso, la duración es entre extensa y estrecha, pero lo que de verdad tengo claro es que más allá de las agujas del reloj, algo se clava en mí y apuñala mi razón, la desacredita. Ese algo atraviesa el momento y se fusiona conmigo mismo, desembocando el recuerdo que has grabado en mí. Ya no son ni las siete ni la una, ni ninguna hora en concreto, si el tiempo se mide en recordarte. ¿Qué he de hacer pues para encontrar mi tiempo, ese que anda perdido en el limbo junto a la idea de tu pelo, tus ojos fijos y tu esencia ignota? He de encontrar el tiempo, descubrirlo. Dejar de inventar mi tiempo, para encontrarlo fuera y a la vez dentro de mí, en el abismo inmenso que agita mi espíritu: fuera, allí donde estás y dejas de estar, y dentro, allí donde soy y dejo de ser.

        Sí quiero, pues, y si me lo permites, estar y ser tiempo a tu vera, hacer tiempo contigo y romper las vacías horas que carecen de sentido, ya que solo tienen tiempo para sí mismas, ellas que desoladas dejan de ser y no son nada. Que seamos tiempo, nada me es tan importante en este prolongado instante.

        ✷✷✷

        Sol.— Tu presencia es tan necesaria como imperceptible; a veces inapreciable, porque mi mundo camina, provisto de luz que le oriente, siempre me sugieres orientación en mis ya no tan huecos sentidos. Cuando desapareces, aunque en todo caso te ocultas –por lo que más quieras, que ningún Dios maldito y ruin pretenda tu desaparición–, quedo inválido e invadido por una obscura luz que me atrapa: por ello quedo confuso, desorientado. Es ahí cuando comprendo que tu luz necesito, no porque yo carezca de una ni porque solo no tuviera el valor de afrontar mi vida, no se trata de eso: sin luz soy nada, me soy prematuro, y eso son palabras mayores.

        Te necesito, en cambio, porque sin luz no me revelo, no soy, no comienzo a estar y dejar de estar, bajo el juego de las sombras y sus ángulos (los que tu lucidez proyecta). Porque desvelas mis sombras, las elevas para luego reducirlas a ridículas partículas; haciéndome comprender que no he de comprender: no soy, pero estoy; por ello soy, pero porque estás y me haces ser-estar.

        En este enrevesado juego (casi tanto como «yo»), donde las máscaras pierden todo su sentido, ahí estás tú, desvaneciendo y haciendo aparecer mi silueta y sus sombras. La esencia de todo esto, lo que ni es sombra ni careta, lo que es tan verdadero como necesario, es tu presencia, que no deja de dar calidez allá donde hubo irritante frío.

        ✷✷✷

        ¿Qué extraña coincidencia es la que bate las alas, desde direcciones dispares, de este capullo que ha de abrirse a tu mundo?

        Me sentía obscuro, desheredado del mundo, oculto entre los rincones de la existencia, tan escalofriante y aterradora. Pero el mundo no es cubrirse de seda, bajo la imagen suave de un gusano harto de sosiego. Has sido mi impulso, has quitado la venda que enquistaba mis ojos, mi cuerpo, mi ser… me has desnudado para quitarme la soga que yo mismo cree, para ridiculizar el terror con tu impoluto carácter: lucidez que expande mi retina, dilata mis pupilas y atraviesa mis convicciones. Las deshaces y solo queda una convicción, que no una idea, sino un tremendo hecho: has desgarrado mi traje y ahora soy libre hasta de mí mismo, ya no hay nada más real que la luz con la que me abres al mundo, con la que ambos nos exponemos el uno al otro y donde los disfraces y el escenario quedan en un segundo plano.

        ✷✷✷

        Anatomía del cuerpo y alma.

        Silueta desdibujada 

        Por ambiciosas yemas,

        Insaciables, no encuentran límite 

        Allá donde estás, estés y estabas.

        Recorro tus dedos y palma; 

        «¿Cómo abarcan mi tiempo?»,

        Al mismo tiempo me preguntaba. 

        «¿Cómo mi aliento entra en calma,

        Siendo mi pecho tu almohada?

        Si siento mi lecho acelerado, 

        Tu pelo estremece mis nervios.

        Si intento huir de un 

        Yo en mal estado, 

        Me callas y alientas mis miedos.

        Cruzo los mares y ríos, 

        Del respiro, sudor y saliva.

        Trazo un mapa de espalda a tobillos; 

        Mi odisea, perderme en ti no tiene pérdida.

        Volvería a desaparecer, 

        Solo si es encontrándote.

        Pues de este mundo al que he de nacer, 

        Cada segundo es un disparate; 

        Pero si he de al tic-tac mecer,

        Mejor bajo el tintineo incesante, 

        Irresistible y penetrante

        Por el cual mi sangre late, 

        El de tu presencia inmanente. 

        Así la oscuridad menos mate,

        Y la luz menos quema; 

        Tu alma y cuerpo rema,

        Y yo me dejo llevar por tu corriente. No tan corriente.

        ✷✷✷

        Entre quejidos, 

        Encontrábame entre reja y reja.

        Entre gemidos,

        Zumbas mis sentidos como una abeja.

        Entre celda y celda, 

        Fundas tu panal de piel

        Y a miel saben tus labios, 

        También lo que ellos bosquejan.

        Recolectas polen de entre la maleza, 

        Escoges flores de las más selectas; 

        Arrojas las secas hojas de esta alma vieja,

        Para no dejar de reinventar nuestra Naturaleza.

        Alteras mi ser si picas, 

        Inyectas el veneno que me domestica:

        Mi corazón se agita ajeno al tic-tac.

        Pero al picar no mueres, ¿eso cómo se explica?

        Será que además de abeja eres mitad avispa, 

        Frente a este menda de mente crispada.

        Será en verdad que no picas, pero me polinizas 

        Haciendo dulce lo que antes fue alergia, a mis cenizas.

        ✷✷✷

        Arrojé mis ganas de escribir, decidí esquivar las horas donde me pienso más de la cuenta; pero aquí de nuevo me encuentro, escribiendo no sé si a ti o a una parte que, dentro de mí, aparentemente callada, aunque en voz alta, delata mis deseos.

        El deseo, que siempre está en otra parte, resulta horrible, pues, cómo no temer a las ideas que pululan por nuestro ensueño, intransferibles a la inmediatez de la vida, inalcanzables en esencia. Pero tú, más que deseo, eres inmediatez en vida: deshaces los deseos en un abrir y cerrar de ojos, me preparas para la vida en un lenguaje mucho más comprensible y llevadero que el escrito u hablado, el del hálito entre almas y de la risa indiferente ante el mundo.

        Ese es uno de los motivos, sin duda contundente y de peso, por el cual, por el momento, no he tenido razones para escribir. El motivo se encuentra en otro lugar, más real que este atolladero de palabras y sinsentidos; un lugar que sigo buscando y, a día de hoy, encuentro en tu presencia. Ahora que lo sé y ya que, en mis vastos ratos a solas, como este, deseo y pienso más de la cuenta, el lenguaje escrito me ha devorado para deformar la expresión de mi ser y estar.

        Te escribo, entonces, para explicarte por qué no escribo. Paradoja donde las haya, similar al tambaleo contradictorio que provocas en mis deseos, pues deseo la inmediatez. Pero lo inmediato nada tiene que ver con el deseo: eres intangible e indomeñable, avanzas como el tiempo en direcciones y con intensidades dispares. Tú, si acaso eres definible con imprecisas palabras, eres ese instante de plenitud en la nada que la existencia abarca; inmediatez, un arrollador tiempo en sí mismo.

        Nada hay más importante que ese producto fortuito de nuestro encuentro.

        EPÍLOGO:

        ¡TÚ, HIPOTÉTICO LECTOR!


        “Una visión del mundo articulada en conceptos no es más legítima que otra surgida de las lágrimas: argumentos y suspiros son modalidades igualmente concluyentes e igualmente nulas.” (Emil Cioran).

        ¿A qué viene todo esto? Escritos dirigidos a un lector hipotético. Bien pudiera ser Yo, de primeras, o nadie, de resultas.

        Fue en verano del 2016 cuando mi Contradiario comenzó a emerger de mí, aunque esta extraña expedición hacia el exterior ya se hizo notar a principios del año. ¿Pero qué importará la fecha, si esta pronto carece de sentido y malversa un presente que ya no comprende sus recuerdos?

        El recuerdo marca su punto de referencia y valora según su capricho, se adhiere a su conveniencia aprehendida, no tan conveniente en ocasiones; a partir de ahí trazamos una trayectoria, convencidos de su linealidad y progreso, como si todo estuviera definido por la causalidad.

        Yo, desgastado por las palabras, no dejo de reinventarme sin tan siquiera cerciorarme de ello. Mientras tanto mi vanidad se encarga de interpretarme –tanto como vosotros, quienes nunca me comprenderéis; casi estamos en las mismas–. Ha sido un largo sendero de ruido, influido por el lenguaje escrito y oral, continuamente pensando y atrapándome en palabras. Un verdadero océano de divagaciones, tanto como estas, han sobrevalorado un idioma vacío que habla más de la cuenta.

        Pero, de pronto, no sé a partir de qué encuentro, ni pretendiera saberlo con la exactitud propia del ingenuo, se proclamó en mí, bien sea por las condiciones que se dieron y siguen dándose o por las que voy forjando, una guerra naval contra el mundo. Mi mundo. Mundo teorizado, digerido y dirigido por el estómago humano, insaciable ha de nutrirse de cada idea, concepto y creencia.

        Uno de los primeros encuentros ha sido cuando menos horrendo, y a veces ni eso: vacío, nimio, superfluo, nauseabundo… Un encuentro conmigo mismo, si acaso existe ese tipo de compañía tan desoladora, allá en los bajos fondos, en las profundidades del mar. Allá donde, en la lejanía, desde un punto cualquiera perdido en un universo irrepresentable, todo átomo, materia y los espectros que merodean a su alrededor se tornan fútiles, pusilánimes y provistos de unos valores sin sustancia ni esencia alguna.

        La tesis del mundo, los fantasiosos postulados que la sostenían, se volvieron cada vez más cadavéricos. Proclamé la guerra y no la paz, pues, ¿cómo permitir en vida la muerte provocada, de un ser que ansía expresarse, apropiarse de sí y su entorno, de su tiempo? Aun más, la impotencia y el exceso de reflexión, del razonar contra la razón, sugerían preguntas cada vez más paradójicas, vencidas por la trampa de la comprensión: ¿por qué y para qué la vida? ¿Cuán importante es, como para que todos inconscientemente se agarren desesperados a ella?

        Cúmulos de creencias, ideas, costumbres y una moral que, en su conjunto, sustituían y no dejaban de hacerlo una y otra vez por otros tantos ropajes. Vestimentas harapientas o suntuosas, la función es la misma: esconder la desnudez que nos caracteriza, condenar una animalidad salvaje al estigma, participar en esta verbena de disfraces variopintos.

        Preso de mis circunstancias, época y de una individualidad que cree encumbrarse, se autoproclama unívoca y finge ser ella y nada más que ella; la libertad se me sugiere en algún otro lado, en una Nada idealizada, más allá del nacimiento, donde no soy ni estoy. Sin duda, se trata de otro de los tantos ruidosos problemas que el lenguaje procrea. Este, al verse ante las ambigüedades de sus supuestos contenidos, se altera y encuentra resoluciones sin desprenderse de sí mismo, de su embridado paradigma.

        La antítesis del mundo no es ni tan siquiera la contrapartida a la tesis, es heredera del error de errores, de la verdad envestida en sí misma, del árbol genealógico que arrastra consigo la raíz de una conciencia adormecida a causa de escuchar su propio cuento.

        Es entonces, bajo estos ropajes, cuando un Yo comienza a dialogar sin pausa para sí. Un Yo vacío, exento de reciprocidad en su encuentro, donde el mundo que ha forjado le ha dominado en favor de su exigua voluntad del pensamiento. Pero… ¿Voluntad? ¿Quién decidió elegir qué? ¿Qué ser inhumano ha sido capaz de elegir la capacidad de elegir?

        Sin embargo, a pesar de no descubrir y encontrar el bosque donde estoy inmerso, pues permanezco escondido entre los árboles [1]; luces y sombras bailan al son de mi curiosidad: un delicioso encuentro, en no sé dónde y no sé cuándo, ha desarticulado este idioma infernal. Ya no soy Yo en el sentido de vacío, ni un Yo que he de tomar en serio, como a cada uno de estos fantasmagóricos significados y significantes. Cuando he de refugiarme en el cálido tiempo que proyecta el Sol, ese encuentro recíproco entre cada uno de nuestros objetos físicos o anímicos, comienzo a ser desvelado.

        No hablo de un encuentro conmigo mismo, si no es en la medida que me encuentro en el otro, para ser preciso, en tu lucidez; además, hablo de un lenguaje que no es necesario comprender, si pudiera siquiera abarcarse, que se comunica más allá de las palabras; de un silencio donde se sitúan los huecos impenetrables por la razón y el ruido, donde nos encontramos y contemplamos la inefabilidad; de un espacio intransitable, que es conformado por la distancia de aquellas habitaciones desoladoras que nos acompañan.

        De ello hablo y sigo haciéndolo, con toda la fe en el mismo lenguaje que deseo condenar a cadena perpetua. En la medida que lo hago —condenarlo y condenarme–, yo, que soy además lenguaje, continúo prisionero.


        [1] «You keep looking but you can’t find the woods, while you’re hiding in the trees» (Nine Inch Nails – Right where it belongs).

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