Cuando salí de la cama un día oscuro de julio abrí las cortinas de la habitación y descubrí con asombro cómo la planta del vecino había trepado los tres pisos del edificio hasta la pared de enfrente, esto, evidentemente, ha de haber sido un proceso calmoso e incesante que hubo de comenzar años atrás. Por algún motivo le resté importancia a este hecho trascendental y una vez abierta una de las ventana salí de la habitación. Pensar que lo que le llevó a la naturaleza engendrar en años pueda ser despreciado en cuestión de segundos es un aspecto muy incómodo de la rutina; aún más cuando se vuelva a la tarde y duela de ver al jardinero retirando la escalera que usó minutos antes para alcanzar la planta y podarla.

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