El Vivero de Coyoacán. Un parque fundado en 1907, donde la mayoría de las personas van a ejercitarse, dando vueltas y vueltas trotando alrededor del parque. El Vivero normalmente abre a las 6:00 AM, y ya desde el primer minuto donde los guardias abren las grandes puertas, empieza la gente a calentar para, seguidamente, comenzar a trotar durante una hora; sin embargo, a Ana Galicia, le gustaba la soledad. No se sentía cómoda corriendo mientras otros la veían. Tenía un cuerpo muy trabajado, con un abdomen plano, espalda bien recta, unas piernas definidas y unos glúteos bien formados que hipnotizaban a cualquier hombre, que la veían con una mirada acosadora.
Siempre sentía cada mirada pervertida de los hombres que la miraban —fueran corredores o no—. La incomodidad no la dejaba concentrarse en su rutina deportiva. Una vez trató de usar audífonos mientras escuchaba música a todo volumen para ignorar los degenerados silbidos que hacían las personas cuando pasaban a lado de ella, pero era inútil. Cada mirada era como si la desnudaran; como si mentalmente la violaran de forma brutal.
Intentó hacer algo arriesgado: colarse en el parque una hora antes de que abrieran las puertas.
La seguridad del parque no es muy efectiva. Un parque muy grande con tan poco personal de seguridad no era fácil de cuidar. Ana pensaba que la seguridad era peor cuando el parque estaba cerrado. No lo sabía con certeza; pero prefería una llamada de atención al acoso de los hombres.
Su plan consistía en colarse en el parque saltando una de las bardas —era deportiva y ágil, así que no era muy complicado para ella —. Ya dentro, caminar unas cuantas calles del parque hacia adentro y empezar a calentar con estiramientos para, seguidamente, empezar a trotar. Trotaba casi en el centro del parque, donde las casetas de seguridad estaban bastante alejadas y así asegurarse de que ningún guardia —en caso de que hubiera uno— la encontrara. Finalmente, esperaría al menos media hora después de las 6:00 AM para salir con normalidad.
Estuvo al menos una semana con ese plan arriesgado. De noche y con un frio casi insoportable para alguien que no estuviera bien abrigado. Para ella eso no era problema, ya que el ejercicio subía la temperatura de su cuerpo.
Su mayor temor, era la noche. Prácticamente, ella se colaba al parque en la mañana; pero a esa hora, era como si fuera media noche. A veces, la luz de la luna se llegaba a reflejar por la humedad en las áreas verdes; pero había zonas del parque que no había área verde. Era todo tierra, junto con árboles oscuros y con hojas secas que, sumado con la intensa oscuridad, daba la impresión de estar en lo profundo de una cueva sin nada de luz. A Ana le deba un escalofrío y un intenso ataque de nervios cuando pasaba por esas calles oscuras del parque; pero para ella, eso no era, para nada mucho peor que ser violada con la mirada.
Su plan estuvo funcionando perfectamente bien durante dos semanas; ya se había acostumbrado al frio y a la soledad de la noche.
Volvió a saltar la barda, que ya le había pillado el truco después de dos semanas haciendo lo mismo. Calentó lo suficiente con estiramiento, y empezó a andar. Ya se había acostumbrado a los sonidos nocturnos: el canto de los grillos, el paso de algún que otro coche y, sobre todo, el sonido de la grava que hacía con cada zancada que daba. El sonido de la grava era suave, relajante, y le servía para medir su ritmo. Era el sonido que más se había acostumbrado durante el silencio nocturno. PLAM, PLAM, PLAM.
Pasó de nuevo por una de las calles del parque donde todo era oscuridad. Sus ojos se habían acostumbrado a ese paseo oscuro, que ya estaba empezando a ignorar por completo al perturbador camino. Podía ver cómo en el fondo, la luz de la luna se reflejaba; ella sólo tenía que trotar hasta allá, como si ese negro camino fuera algo normal; pero no pudo resistir un sentimiento muy familiar y aterrador para ella. A mitad del camino, tuvo que ver sobre su hombro la parte que ya había dejado atrás. Bajó el ritmo de su trote, y al pensar que no era nada, lo volvió a subir. Fue en vano. Volvió a sentir ese sentimiento acosador de que alguien la estaba mirando. Se detuvo por completo.
La sensación de que alguien la acosaba no era tan grande como otras veces; pero, alguien la estaba viendo en medio de la noche.
Preguntó a la oscuridad con un “¿Hola?” para ver si alguien, muy estúpidamente, le fuera a contestar: “Si, aquí estoy. Sólo me paseaba en el parque clandestinamente; cómo tú. Perdóname si te asuste, no era mi intención”.
El canto de los grillos seguía. Pasó un coche que estaba dando vuelta en una calle. El sonido del ligero viento soplando daba su canto. Se empezaron a escuchar el movimiento de las ramas, cuando el viento había cesado. Ana giró atónita a donde se escuchó el sonido. Retrocedió dos pasos para apartarse de la amenaza. Su corazón ya estaba agitado por el ejercicio, pero esta vez, parecía que le quería salir, como una bala atravesándole el pecho. Escuchó el sonido de la grava al dar esos pasos, y a la vez, escucho ligeros pasos que se emitían de la grava y se acercaban rápidamente a donde estaba ella. Sintió algo suave, pequeño y peludo que le pasó rozando en los pies. Dio un grito mientras se apartaba de lo que ya sabía que era lo que la acosaba: una ardilla, de las muchas que viven en el parque.
Dio un suspiro de alivio mientras se llevaba la palma de su mano derecha al pecho para sentir los latidos de su corazón bajando de ritmo. Maldijo al roedor unas cuantas veces. Su ritmo cardiaco descendía hasta que por fin volvió a su ritmo normal. Reflexionó en su mente para calmarse. Ya pasado el susto, volvió a girar la vista hacia el sendero oscuro y continuar con su rutina. Todavía faltaba media hora para que el parque abriera.
Inhaló una gran cantidad de aire y continuó su rumbo.
Todo volvía a ser normal: el ritmo cardiaco acelerándose, la respiración controlada con el ritmo de los pasos, las gotas de sudor brotando desde su frente, la temperatura subiendo. Todo normal.
Nuevamente, se encontró con otro de esos lugares en donde todo era oscuridad. Todavía estaba un poco alterada por el susto de la otra vez, pero eso no la detuvo. Ignoró la escena anterior, como si nunca hubiera pasado, y sólo se concentraba en acabar su rutina.
Se detuvo a mitad del camino. Otra vez el presentimiento de que alguien la estaba viendo, pero esta vez era muy diferente. La anterior vez, era un sentimiento no tan incómodo. En esta ocasión, la sensación era mucho peor, sentía una mirada muy profunda penetrándole todo el cuerpo. Recordaba muy bien esa sensación, cuando pasaba a lado de un hombre y este le silbaba muy vulgarmente, para que después, mantuviera una mirada pervertida mientras ella se iba trotando (casi corriendo) para alejarse de su acosador. Sintió la misma sensación, una mirada que desde lo lejos, en la oscuridad, la estaba acosando. Un escalofrío recorrió su cuerpo, incluso aun cuando ella estaba en calor.
Esa mirada, era muy diferente a las demás. Era algo mucho peor que la mirada pervertida de un hombre vulgar. Esa mirada que ella sentía, no venía de un hombre, ni mucho menos de algo humano.
Giró varias veces para tratar de ver a ese alguien (o algo) que lo estaba acosando. El ritmo cardiaco se le aceleraba muy rápidamente. Respiraba como un novato corredor, aunque estaba parada en el mismo punto. Volvió a preguntar en la oscuridad con un patético: “¿Hola?”; nuevamente la respuesta sólo fue el silencio, otro detalle que la aterrorizaba. Era silencio total.
La última vez, se escuchaba el canto de los grillos, los autos pasando las calles e incluso el sonido del viento. En esta ocasión, todo era silencio total. Era como si los grillos se hubieran ido, los autos desaparecieron y el viento, simplemente no estaba. Solo se escuchaba el ligero sonido de la grava cuando ella se movía, su respiración agitada y los latidos de su corazón bombeando muy rápido.
Giró la cabeza al escuchar un ruido: PLAM.
Era obvio y ella lo reconoció. Era el sonido de las pisadas en la grava, que no provenían de ella.
Gritó a la oscuridad: “¡¿Quién anda ahí?!”.
Silencio.
“¡Esto no es gracioso!”
Silencio.
“¡Falta muy poco para que abran el maldito parque! ¡Los guardias ya deben estar llegando y juro que no se saldrá con la suya!”
Silencio.
Ana ya había sufrido bastante; decidió volver a donde estaban las puertas de entrada del parque para esperar a un guardia y explicarle todo, aunque eso le trajera una sanción.
Dio media vuelta, cuando de repente, otro sonido: ¡PLAM!
Ana quedó paralizada del miedo, porque ese sonido fue de una pisada muy grande. Ni un hombre podía hacer ese sonido en la grava, ni aunque calzara del 11. Eso confirmo su teoría de que lo que la acosaba, no era un humano.
¡PLAM!
Se escuchó más cerca que la última vez. Ana giro bruscamente hacia atrás. Le temblaba el cuerpo y los ojos atónitos querían ver más allá de lo que la oscuridad le permitía.
¡PLAM!
Más cerca.
¡PLAM!
Cada sonido era como si golpearan su corazón. Las manos y piernas temblaban descontroladamente. Sus ojos dilatados querían salirse de sus cuencas. Los gemidos atónitos salían entre los dientes. Su cuerpo, que antes estaba en calor, ahora se sentía como la de un muerto.
Una vez más.
¡PLAM! ¡PLAM! ¡PLAM! ¡PLAM!
Se quedó petrificada. Ahora sólo escuchaba los latidos de su corazón, que se detuvieron un momento y, seguidamente, empezó a bombear muy lento. Sus ojos reflejaban completo terror al ver la el fondo oscuro. Su ritmo cardiaco aumentó un poco. No podía ver nada; estaba cegada en ese fondo negro. Volvió a aumentar su ritmo cardiaco. Con sólo los ojos, empezó a mirar a todos los puntos cardinales que le eran posibles. Su pánico aumento al ver que en su lado este y oeste, podía ver las siluetas de los arboles negros; al contrario pasaba cuando miraba a su norte, donde sólo veía oscuridad.
En su vista periférica, podía notar mejor el cambio de escenario. En el lado izquierdo y derecho, se podían ver las siluetas de los árboles, y en el lado central, las siluetas se cortaban, dejando sólo ese negro fondo.
El bombeo de su corazón volvió a aumentar, pero esta vez de una manera más brusca. Movió los ojos hacia arriba muy lentamente y notó que se podía ver una pequeña nube gris en el cielo que se cortaba, como si alguien (o algo) estuviera bloqueando la vista del cielo.
Su corazón se detuvo. Ahora todo era silencio absoluto.
Se quedó unos instantes contemplando la silueta con forma humanoide de al menos tres metros de altura que bloqueaba la vista del cielo. A continuación, sintió una brisa rápida en la cara, cálida y que le movió el cabello. Con ello, vino un sonido apagado. La brisa y el sonido provinieron de la parte de la silueta humanoide que formaba la cabeza. Le habían suspirado en la cara.
Ana, sobresaltada, retrocedió de la silueta. Tropezó muy torpemente cayendo de espaldas mientras seguía viendo la forma humanoide. Se arrastró con las piernas y las manos dos metros lo más rápido que podía. Volvió a pararse para, seguidamente, huir de esa negra silueta.
Corría a toda velocidad. Con cada paso, respiraba como si se estuviera asfixiando. Estaba tan atontada del miedo que sólo giraba al azar entre las calles, perdiéndose en el gran laberinto que puede llegar a ser el Vivero de Coyoacán. Izquierda. Derecha. Derecha. Izquierda. Derecha. Corría sin rumbo alguno. El fuerte sonido de la grava la acompañaba en cada zancada que daba.
Estuvo al menos un medio minuto corriendo. El aire le empezó a fallar y le estaba dando el famoso dolor de caballo, combinado con un dolor tremendo en las tibias y, para finalizar, un calambre en la pierna izquierda. Sus años entrenando atletismo le habían traicionado en el peor momento, donde su condición física era la diferencia entre la vida y la muerte.
Con muecas de dolor y teniendo una mano en la zona del dolor de caballo, empezó a cojear.
Estaba completamente perdida; se había desubicado y ahora estaba atrapada en un laberinto enorme.
Cansada y fatigada, se dirigió a otra calle donde la oscuridad reinaba. Ahora podía escuchar el sonido de la grava al dar un paso y al arrastrar su pierna. También, desde lo lejos, podía escuchar los fuertes sonidos en la grava que hacia esa cosa que la perseguía. ¡PLAM! ¡PLAM! ¡PLAM! ¡PLAM!
Llegó a la calle oscura, y se detuvo en la zona de tierra, detrás de un árbol. Se hincó y con los dedos, dibujó una cruz en la tierra. Acto seguido, empezó a susurrar el Padre Nuestro mientras escuchaba las grandes pisadas que se acercaban hacia donde estaba ella.
“Padre nuestro, que estás en los cielos…”
Plam.
“Santificado sea tu nombre…”
Plam.
“Venga a nosotros tu reino…”
Plam.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo…”
PLAM.
“Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras…”
PLAM.
“Ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofen…”
¡PLAM!
“N-no nos… dej-jes caer… en la t-tentación…”
¡PLAM!
“Y-y lib-branos del m-m-mal…”
7:00 AM
Todas las puertas del Vivero de Coyoacán estaban bloqueadas por los corporativos. La gente normal y los corredores estaban afuera como espectadores tratando de saber la razón por la que estaban bloqueando las entradas del parque.
A las 6:00 AM, los guardias abrieron las puertas a la gente que ya estaba esperando afuera para poder iniciar con su rutina. Pocos minutos después, varios corredores fueron con los guardias, explicando muy nerviosos y traumados de que habían encontrado partes mutiladas y varios órganos distribuidos en las zonas más destacadas del parque. Encontraron desde brazos desgarrados cerca de la zona de cultivo, hasta intestinos regados en la parte central del parque.
Lo más destacado, fue en el monumento de Miguel Ángel de Quevedo, donde encontraron la cabeza decapitada de Ana Galicia, con la boca abierta como las de las momias y sin ojos, con las cuencas sangrando. Debajo, en la base del monumento, había un letrero escrito con sangre:
“Todos se deleitaban con su cuerpo. ¿Lo disfrutan ahora?”
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