Siempre me he preguntado cuál es la diferencia entre el mundo físico y el mundo de la imaginación. Solía creer que el primero era el real porque nuestros sentidos parecían ser visibles; pero luego recordé que cuando estamos soñando también podemos escuchar, ver y tocar, con la única diferencia de que todo es involuntario. Aunque siempre estaba la posibilidad de que la consciencia en realidad pertenezca a un mundo abstracto y desconocido, y que el mundo material sea el único sueño. La posibilidad de que el libre albedrío solo exista cuando permanecemos profundamente dormidos, o que directamente no exista. Después de todo casi nunca recordamos lo que soñamos, y soñamos todos los días. Por eso me gusta pensar que vivimos en un solo tiempo, donde lo que pasó está pasando (en el pasado) y lo que pasará está pasando (en el futuro), que todo está pasando ahora. Que el tiempo no es más que un lienzo tridimencional donde se dibujan los instantes. Y que si todo es relativo, de alguna forma puedo estar fuera de él, contemplando el instante en el escribo esto. Me gusta pensar en ese lugar porque es solo allí donde finalmente puedo suponer. Suponer que la vida dura más que un instante. Suponer que no todo es temporal. Suponer que, si quisiera, podría estar aquí para siempre.
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