La paz os dejo, mi paz os doy

La paz os dejo, mi paz os doy

“A final song, a last request
A perfect chapter laid at rest
Now and then I try to find
A place in my mind
Where you can stay
You can stay awake forever”

¿Es el fin?

Porque entre las sombras de un día gris, sentado en el suelo con la vista deambulando entre fotos de mamá, estoy esperando que vengan por mí…

Cómo decirles: me arrastré de un rincón a otro de la vieja casa de paredes roídas durante horas, sin saber cómo detener los martillazos dentro de mi cabeza. Todo lo malo se detiene en un momento determinado, es lo que todo el puto mundo te dice. Ellos no están en mi cabeza, ni conocen mi alma: está más que claro. Tanto como que no debo ser el único con pensamientos que rodean tu mente tal como una corona de espinas… seep, y la presión sobre tu piel, esa que lastima. Que no cesa, que sigue y sigue. Me canse de pedir que me dejen en paz, ja, pero no me quieren escuchar.

Decidí lo que… soy. Que patético, cuando ves de mí solo lo que te dejo ver. Mis acciones no se movieron en la misma dirección que las supuestas convicciones con las que creía contar. Se hace lo que se puede. No, mi estimado yo: lo que se quiere.

Le llevé una flor, muerta, para irme lejos después. El estaba en la cama. Era un solo quejido. Su brazo derecho era un desfile de venas rotas. Ya no había donde conectar suero. Ni morfina. Ni sangre. Con los dedos de la mano derecha intentaba quitarse esos aparatos que te miden pulso y otras boludeces, pero que nunca te dicen que estás muerto en vida. Seep, mentirosos como los médicos que te venden fe como verduras en un mercado. Falsos, como esos que te dicen “todo va a salir bien”.

No quería verlo partir. No deseaba verlo, en realidad. Maldito Rosseau, su libro, la sociedad, esa malnacida piedad. Pero… era mi sangre. Una parte de mi vida. Intentaba decirme algo, peor el respirador no lo dejaba. Soplaba con fuerza para evitar que el líquido de sus pulmones lo ahogara.

Sin embargo, en su mirada había paz. Creí verla. Pero también había un pedido desesperado. Quería algo de mí. Nos miramos por minutos. Sus pupilas se perdían de vez en cuando en lo inmenso de la proximidad de la muerte. En ese florero con la flor que traje encima. En los dedos inmóviles de sus pies. En el techo, en la telaraña enorme de rincón, en el manchón de humedad sobre la ventana.

De repente todo se hizo luz en mí. Había comprendido su deseo. La enfermera quiso sacarnos de la habitación para efectuar la limpieza. Como pudo, él negó con la cabeza mientras me observaba lo más fijamente posible. Todos se fueron, menos yo. La tipeja esa solo me dio dos minutos. Para nosotros dos eran suficientes.

Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Oré mi mejor oración. Le quité el respirador. Le di un beso en su fría y húmeda frente. Y no dejé de presionar. Como la corona de espinas sobre mi cabeza. La almohada se fundió con su cara. Y en cuarenta y dos segundos, ya no respiró nunca más. Su corazón dejó de bombear sangre envenenada.

Cuando quité el cojín de su rostro, la paz se había hecho realidad. Tenía la sonrisa más bella que le había visto en meses. Sus ojos estaban cerrados. La frente se había secado. Y él se había ido.

La enfermera entró de más mal humor que antes. Me dijo que me retirara.

Noté algo en sus ojos que me decía que estaba cansada. De su trabajo, de su marido, de su vida. Torcí levemente mi cabeza y sentí pena por ella. Estaba en la entrada del cuarto con la puerta en la mano. Fui hasta ella, tomé suavemente su mano y alejé hacia adentro. Me miraba sin entender nada, con mucho fastidio en sus cejas. Arrimé la puerta.

Fui hasta la cama. Seep, me dio cierta melancolía. Quería volver a mi casa de paredes rotas y olor a humedad.

Me senté al lado del cuerpo ya sin vida. Lo observé.

Él estaba muerto, pero me negó con la cabeza nuevamente. Alguien más necesitaba alivio ese mismo día. Ello era una certeza. Así… los martillazos… se silenciarían de una vez.

Maldito Rosseau y esa malnacida piedad. Tomé la almohada nuevamente y me dirigí hacia la enfermera, quien no sabía que la paz la estaba por alcanzar para siempre.

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