Un día en mi monótona vida.

Un día en mi monótona vida.

Bluebird Kiang

02/02/2021

Miércoles, y mi cerebro se ha despertado desde hace ya un rato. Mi cuerpo sigue en brazos de Morfeo todavía. Las mantas dan tanto calorcito… Hasta que una voz me saca de mi idílica ilusión.

—¡Vais a llegar tarde! ¡Son y veinticinco!

Ay, mi querida madre, qué haría yo sin ti.

Me levanto de un salto, y mis pies notan el frío suelo debajo debajo de mí. Al diablo, debo correr si no quiero llegar tarde. Voy corriendo al cuarto de baño y me visto en apenas cinco minutos. Me hago un moño rápido mientras me pongo los calcetines junto con los zapatos. Me miro al espejo: voy hecha un desastre, pero no hay tiempo material para acicalarse como es debido.

La verdad sea dicha, nunca me arreglo para estar sentada seis horas en una clase con la «increíble y hermosa» voz de mis profesores explicando el temario. Nunca entenderé a aquellos que se levantan tres horas antes para llegar a primera hora como si estuvieran invitados a los Óscar o a los Grammy. Con lo cómodo y calentito que se va con una sudadera y un pantalón de chándal. Sencillo, fácil y para toda la familia.

Salgo del baño para dirigirme a la cocina. Abro el frigorífico y saco la crêpe con nocilla que me preparé ayer para merendar. Por motivos estomacales (no podía más, seamos sinceros) la guardé, no sin antes envolverla bien en papel de aluminio y esconderla en las entrañas más recónditas de la nevera. Sí, el hecho de tener una familia algo grande tiene esas desventajas. Pero bueno, mejor eso que nada.

Caliento la crêpe en el microondas, y la caliento apenas unos treinta segundos. El tiempo exacto para que no esté helada, pero tampoco tan caliente que me haga llegar tarde. Me la como casi sin respirar, meto el plato en el fregadero, me coloco la sudadera y corro al salón, donde dejé mis materiales en la mesa sin meter en la maleta. Los recojo a una velocidad sónica, me cuelgo la mochila y salgo volando por la puerta. Antes de poner un pie en la calle la recuerdo.

La mascarilla.

Vuelvo dentro, la agarro y parto hacia mi instituto, situado a casi media hora a pie, acompañada por mi hermana menor.

Apenas hablamos, tenemos demasiada prisa como para articular palabra alguna entre nosotras. El aire frío se cuela por el cuello de mi sudadera, helándome la barriga. Pero lo primordial ahora es llegar a tiempo. Y más conociendo al profesor de Religión.

A menos veinte salimos de mi casa, y llegamos a menos tres al instituto. Cómo lo hicimos, quizá sea un misterio que deba ser llevado a Cuarto Milenio, pero el caso es que lo hicimos. En la puerta diviso a mi mejor amiga, Luz, que habla con unos amigos suyos de su clase. Lástima que estemos en cursos y edificios separados. La saludo a lo lejos, y justo entonces suena la campana.

Casi como soldados que van a la guerra, entramos en el instituto. Sí, da la casualidad de que siempre parece ser lo mismo cuando entro en él. Los alumnos somos los que van a cumplir una misión y los profesores, los enemigos, dispuestos a cargarnos a tareas, exámenes y apuntes para estudiar.

Esa es la visión que tienen muchos alumnos, por desgracia. Y luego están los que piensan que el instituto, si llevamos todo al día, es fácil. Yo estoy entre esos dos puntos de vista. Es verdad que me agobio a veces por el trabajo que nos mandan, pero si se va poco a poco, sin hacerlo mal, es posible ver el curso de manera positiva. Y, no es por alardear, pero puedo hacer gala de una gran inteligencia. Cuando quiero, claro. Si hay algo en lo que mis todos mis maestros coincidan, es que soy muy floja. Inteligentísima, pero muy floja.

Entro a la clase, y me siento en mi sitio, tercero junto a la ventana. Suspiro, y miro a la puerta, por la que están entrando mis compañeros. Mi amiga Cristina, que se sienta detrás mía, llega y se deja caer en la silla mientras suspira con fuerza. Nos miramos y se nos escapa una sonrisa.

—¿Lista para otro día más? —le pregunto y ella suelta una pequeña carcajada.

—Como se pueda —me responde con el mismo ánimo, lo que causa que sonría.

Nos callamos al ver al maestro de Religión entrar por la puerta. Menuda manía le tengo a este hombre, madre. No lo aguanto. Parece mi abuelo, y mira que quiero con locura a mi abu, pero este hombre es otro mundo.

Dice unas pocas palabras, entre las que nos recuerda el trabajo que debemos realizar antes de que termine noviembre. Después, pasa lista y se calla. Menos mal. Saco mi estuche junto con mis hojas sueltas y comienzo a escribir una escena nueva de Acurrúcame junto a ti. Hasta que recuerdo que tengo examen de Inglés a segunda hora.

Bueno, que sea lo que Dios quiera. Aprobaré, y si no, no pasa nada. Sigo escribiendo, y me viene a la cabeza el texto de Latín que había que traer analizado y traducido para hoy.

¿Responsabilidad? ¿Estás ahí?

Saco el libro y el texto a medio terminar y lo termino justo cuando suena la campana marcando el final de la primera hora y dando comienzo a la siguiente. Guardo las cosas y dejo el estuche encima de la mesa, con el boli azul y el tipex, mientras espero a que llegue mi profesora de Inglés y tutora.

Entra la susodicha, y comienza a repartir los exámenes sin demora. Va preguntando a los demás si han estudiado, si están preparados… Lo normal. Cuando llega a mí, me mira y me pregunta si estoy bien.

Veamos, maestra.

No he estudiado para el examen, porque sé a ciencia cierta que me va a salir bien. Qué puedo decir, soy buena con los idiomas, no necesito empollármelos como si fueran Lengua o Historia. Como segunda parte, no he dormido bien. Bueno, tengo excusa para esto. Y, para finalizar, es raro en mí que no esté hablando con Luz. En cada clase de Inglés que comienza la profesora me tiene que pedir amablemente que pare. Sí, debería cambiar eso, pero el hábito me puede muchas veces. Soy un animal de costumbres, qué le hago.

Le respondo que he dormido mal, asiente, me entrega el examen y se aleja. Menos mal. Comienzo a leer la hoja. Salvo dos preguntas, me las sé todas. Tampoco es para desesperarse, son sólo dos preguntas.

Hago todo el cuestionario en menos de cuarenta minutos, y cuando termino lo dejo encima de la mesa. Observo a mis compañeros; hay algunos que parecen que están escribiendo El Quijote. Dios mío, pero si es ¡tipo test! ¡Que no hace falta escribir la Biblia! Por desgracia, tengo compañeros que no entienden el concepto «tipo test». En fin, ellos sabrán lo que hacen.

La maestra da por fin permiso para entregarle el examen, así que voy sin siquiera pensármelo. Una cosa menos. Vuelvo a dirigirme a mi sitio, para echar un último vistazo a mis compañeros que siguen escribiendo como si no hubiera un mañana.

En fin, carpe diem.

Espero aburrida a que termine la hora. Veamos, ¿qué toca ahora? Griego, con mi querida maestra que me quiere tirar un borrador como no lleve la teoría lista. Bueno maestra, a lo mejor te alegra saber que hoy la tengo.

Recojo mis cosas y me dirijo al aula de Latín y Griego, acompañada por Cristina e Iván, los únicos que impartimos estas dos materias del grupo 2. La maestra ha llegado ya, y está borrando la pizarra de la clase anterior a las de 2º. Bueno, al menos no hemos tenido que esperar a que salgan.

La clase comienza, y sí, no me he equivocado. Le agrada ver que he traído tanto la teoría como las actividades hechas. Vamos a ver, querida maestra. Que yo sea muy floja no implica que haya días que me coja el interés y haga todo lo que me han mandado en una tarde. Seré floja, pero cuando me pongo lo hago en menos tiempo del que la mayoría de la gente cree que necesito.

Corregimos los textos y avisa que el viernes, si no tardamos mucho, comenzaremos con la mitología. Ay caray, eso si que me interesa. Tal vez no me guste analizar y aprender lenguas nuevas, pero todo lo referido a mitologías y culturas antiguas soy la primera que pone el oído. La mayor parte de este interés se lo debo a mi hermano mayor, quien es un apasionado de la historia antigua. Gracias a él sé bastante sobre estos temas, ya que hablaba sobre ellos a la hora de la comida cuando éramos pequeños o cuando nos quedábamos hablando hasta las tantas de cualquier cosa. El hecho de que le hayan regalado varios libros sobre mitología a lo largo de su vida también ayuda.

Y bueno, tampoco podía faltar Destripando la Historia, mi canal favorito de YouTube. Básicamente cuenta historias con canciones, y últimamente están centrados en los dioses griegos y nórdicos. Adoro mucho las canciones de Hades y Hestia. Son mis dos dioses favoritos, y si a eso le añadimos que las canciones son realmente una maravilla, entenderéis el porqué.

Volvamos a la clase. Entre traducciones y más teoría la lección termina, y por fin puedo salir del aula. Ahora me toca Filosofía. Otra asignatura que me encanta, pero el hecho de tener que empollarme casi veinte hojas para aprobar un examen no va conmigo. De la Filosofía amo debatir, exponer temas, conocer los argumentos del otro y poder conversar sobre ellos. Claro, siempre que no sean unos zopencos que no sepan unir dos letras para formular una palabra.

Para cuando llegamos, ya está el profesor sentado en la silla. Saludo y me voy a mi sitio casi volando. Aunque no me guste cómo plantea la asignatura, el maestro en sí es muy agradable. De vez en cuando nos plantea preguntas sin sentido en mitad de la explicación para que nos despertemos del sopor que produce su clase. (Profe, si lees esto que sepas que me caes muy bien).

Un ejemplo muy claro fue durante una de sus primeras clases. Nos preguntó que definieramos una silla. Claro, todos empezamos a dar explicaciones sobre lo que podía ser. Pero claro, con este maestro es imposible definir algo sin que te lo contradiga incluso antes de que hayas hecho la pregunta. Al final nadie lo consiguió. En mi opinión, le gusta vernos sufrir.

Claro, si yo no pregunto algo no soy yo, así que antes de que inicie la clase levanto la mano para preguntarle la diferencia entre paradoja y sofisma. ¿El por qué? Muy sencillo, antes en Griego, practicando la teoría que nos había dado nos salió la palabra «sofisma» y la maestra no nos supo definirlo. Yo pensaba que era lo mismo que paradoja, pero aunque no supo explicarme qué era, me dejó claro que no eran lo mismo.

A mi la palabra «sofisma» me sonaba de haberla leído en un libro hacía mucho tiempo, pero no lograba encontrarle el significado.

Así que dicho y hecho, pregunta lanzada y a la espera de ser resulta.

Claro, al maestro le sorprende que yo salga con una pregunta así. Normalmente estoy o callada o riéndome por una tontería que haya recordado. Intenta explicármelo lo mejor que puede, y mis compañeros se extrañan de que el profesor haya dejado de lado el temario para resolver mi duda.

—Bueno chicos, para explicarlo está la leyenda de Aquiles y la tortuga. Si queréis, la explico ahora —la mayoría asiente. Por dentro sonrío; el maestro no dejaría de dar su clase por una simple pregunta, así que algo escondido debe tener —. Pero eso significa que después daré el temario a toda leche.

A lo que todos mis compañeros niegan rápidamente. Lo sabía, si es que este profesor es muy malaje en este aspecto.

Comienza a explicar la clase, y mientras va escribiendo en la pizarra nosotros vamos copiando. ¿Recuerdas, querido/a lector/a, que dije que este maestro suele preguntar cosas sin sentido durante sus explicaciones? Bueno, pues esta no iba a ser la excepción.

—De aquí, decidme quién sería capaz de matar —pide como si nos hubiera preguntado si queremos salir media hora antes al recreo.

Claro, yo lo tengo clarísimo. Veo que el maestro levanta la mano, y no tardo en imitarlo.

Seguramente estarás pensando que soy una asesina en serie encubierta o algo así. Cariño, eso es muy de novela americana. Mato a personas, sí, pero personas ficticias, que viven en mi mente y en mis fanfics y libros.

Pero entonces, ¿por qué digo que soy capaz de matar a alguien?

Es simple: Soy perfectamente consciente de que no soy conocedora de a dónde puedo llegar cuando la ira me invade. Al pasar mis límites, mi yo racional desconecta de mí, y en su lugar aparece una persona completamente descontrolada. Gracias a Dios aún no he llegado al punto de estar a nada de matar a una persona real, pero sé que soy capaz de hacerlo. Nadie puede decir que no sería capaz, porque el afirmarlo ya genera un desconocimiento de nosotros mismos del que no tenemos idea.

Y para mi agrado, el profesor comparte mi opinión.

Ya pasando a otros temas que no tengan que ver con posibles asesinos juveniles, sigue con el temario. Para mi sorpresa, lo termina de explicar y deja el último cuarto de hora para enseñarnos el mito de Aquiles y la tortuga. Reitero, adoro todo lo que tenga que ver con mitología y sus derivados.

Terminamos la clase, y por fin salimos al recreo. Menos mal, ya no aguantaba un momento más con la mascarilla puesta y con hambre. Cristina y yo vamos a nuestro lugar de siempre, y como de costumbre, colocamos nuestras maletas en medio de nosotras y nos quitamos las mascarillas para comernos nuestro desayuno. Terminamos rápido y comenzamos a hablar sobre temas triviales. Uno de ellos, la posibilidad de tirarnos por la cuesta de su casa con un carrito del Aldi, sin frenos, y con dos amigas más.

Cuatro adolescentes sin sentido del peligro, una cuesta, un carrito del Aldi, posibles caídas y fracturas, ¿qué podría salir mal?

La campana suena, y volvemos a clase. Qué guay, examen de Sintaxis de Lengua. Para colmo, la maestra da permiso para hacerlo con el cuaderno y el libro, y yo como buena previsora, me he dejado ambos en mi casa. Bueno, que sea lo que Dios quiera.

Lo termino. Ya sé que me ha salido mal, pero tampoco me voy a sofocar. Ya me saldrá mejor el próximo. Lo entrego y vuelvo a mi sitio, donde me pongo a escribir de nuevo.

Entre una cosa y otra, la hora se va y llegamos a la última, Latín. Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto.

Llego, me siento, y saco mis materiales. La profesora revisa que hayamos hecho la tarea. Sí, maestra, por una vez la traigo, no te preocupes.

En realidad, la hora pasa rápido, y cuando me quiero dar cuenta, la campana suena, marcando el final de las clases. Por fin puedo volver a mi casa y tirarme en el sofá.

Ah, no. Que tengo tarea. Para la próxima mejor.

Salgo por la puerta, y mi cerebro pasa por demasiadas cosas (en serio, no sé cómo no me dio un cortocircuito allí mismo). Mi mejor amiga y una amiga suya pasan a mi lado, y voy con ellas. Voy tranquila y relajada hasta que lo veo.

Fran.

Para empezar, está buscando algo con la mirada, hasta que me ve y detiene su inspección. ¿Qué narices hace este hombre aquí? Antes de caer en conclusiones precipitadas, observo su cuello y manos: si están tatuados, es él. Y sí, lo están.

Que salga viva hoy.

Paso a su lado casi volando, y puedo notar que me mira. Está fumando, y me trago todo el humo. Qué asco. Llego con mi mejor amiga, quien me mira sin entender.

—Corred. No quiero que me vea. Ahora os explico.

Me hacen caso, y cuando estamos a punto de cruzar la esquina vuelvo la vista atrás. Y sí, ahí está, observando cada uno de mis movimientos. Qué miedo de hombre.

Salgo de su rango de visión, y noto que con su mirada me piden una explicación. Bueno, mi hermana, que nos acompaña, lo sabe todo.

—Os explico rápido. Acabo de ver al que me gustaba.

Les doy los datos primordiales. Ellas me miran con una mezcla de pena y ganas de reírse en toda mi cara. Bueno, les doy todo el permiso del mundo.

Me despido de ellas dos, y al final llego a mi casa. Obviamente, todo el camino mirando hacia atrás por miedo a que me pueda seguir.

Mi madre nos abre, y entramos, no sin antes quitarnos los zapatos y echarle desinfectante. Me quito la mascarilla y respiro con sensación de libertad.

Como, y me siento al ordenador a explicarle a mi mejor amigo con pelos y señales lo que acabo de vivir. Claro, que a lo mejor me estoy montando una paranoia yo sola, y ha venido a ver a sus amigos.

Cabeza, te voy a terminar prohibiendo que me hagas estas cosas.

Y eso es justo lo que me dice él. Qué casualidad que mi lado racional de la mente y mi mejor amigo piensen igual, ¿verdad?

A lo tonto, a lo tonto pasa la tarde. Estudio lo que se dice poco, hago la tarea a medias y escribo un rato. Y, como siempre, con Morat y Skillet de fondo para poder concentrarme.

Me pongo el pijama, y mi hermano me ofrece jugar una partida de LOL, y sabe que no puedo resistirme a hacer aunque sea una.

Bueno, y como predije, me matan 15 veces, pero mato 8. Oye, voy mejorando, eh. Ni tan mal. Antes me mataban 45 y no mataba a nadie.

Me voy a la cama, no sin antes maldecir al que me ha matado tantísimas veces. Como me lo vuelva a encontrar va a sufrir. Qué digo, si soy una manca en este juego.

Bueno, que sea lo que Dios quiera. Hasta mañana, y dormid bien.


URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS