Tengo varios sexos, cuelgan a lo largo de mi cuerpo. Por las noches, cuando quiero descansar, se ponen a vibrar de manera incontrolada en un éxtasis intenso, largo y sabroso; al mismo tiempo es incómodo, sucio y vergonzoso.

Estando en este trance bochornoso, la última vez pedí ayuda. Vino el mismo demonio a abrazarme, dejándome llorar en su hombro. Como no tengo amigos le conté mi pesar, confesé mi secreto: la única salvación, según me explican los estudiosos del tema, es que conseguiré un único género mediante el intercambio con otro hombre o mujer. ¡Hasta le enseñé mis sexos! para aclarar sus dudas, con la esperanza que me ayudaría.

Me equivoqué. Estaba grabando. Así que al día siguiente cuando iba a salir de casa, en la misma puerta, me abordaron «algunos» que querían ser yo. Desesperados, hablaban todos a la vez de sus frustraciones en sus relaciones sexuales y de mi gran suerte. Yo no salía de mi asombro.

‒De acuerdo – les dije ‒acepto encantado. Me cambio por el más desafortunado de ustedes.

Al instante comprendí que me apresuré en mi respuesta. El efecto causado por mis prontas palabras dio pistas sobre mi desesperación.  Fue desastroso. Cuando notaron el entusiasmo y la alegría que mostraba mi rostro, reaccionaron mirándose extrañados, les resulté sospechoso, no comprendían cómo era posible que alguien quisiera renunciar tan alegremente al cúmulo de placeres que me proporcionaban mis sexos. Se alejaron entre murmullos.

Una vez más, la desesperación ganaba la batalla a la prudencia, condenándome para siempre.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS