Siendo honesta, diría que esta no es la mejor época de mi vida. Realmente no está mal. Sólo que el constante remanente del pasado me dice que ha habido mejores tiempos. Verás, cada día agradezco lo que tengo, pero después deseo tener una vida que no sea la mía. El tiempo se me va en recordar y en visitar lugares que ya no existen, con personas que ya no están. Si bien, el presente aparece ante mí con sus múltiples posibilidades, no es disfrutable al pensar que antes yo estaba mejor, y que quizá nunca pueda volver a estarlo.

¿Recuerdas las noches de horas interminables en las que hablábamos sobre nuestros motivos de existir? Reías al comentar que no tenías ninguno, como si fuera una hilarante ocurrencia. Yo con un tono más serio, decía que no estaba segura de cuál era el mío, pero que quizá en el camino lo encontraría.

Ahora, siendo de madrugada, escribiendo esto por la urgencia de expresarme con alguien que me comprenda, estando tú ya tan lejos, sigo buscando ese motivo.

Tenía veinte años cuando creí encontrarlo en la vida bohemia, en los delirios que producía el alcohol, absorbida en las figuras de humo que se formaban a mi alrededor. Fue durante la época en que tú te fuiste a estudiar a la ciudad, y dejamos de tener contacto por un tiempo. En esos días y noches de interminable locura conocí a Gabriel y a Marian, que fueron tanto una suerte de ángeles guardianes, como de incitadores al mundo del hedonismo. Eran tiempos mejores, en los que el placer se ganaba la dicha de presentarse habitualmente, y yo convivía con lo más salvaje de mi espíritu. El “memento mori” con la consciencia de que sí, quizá ese sería mi último día, y realmente no me importaba que lo fuera.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS