Mejor que nos detengamos ahora, susurró, tras aquel beso, pero ella no sabía que justo en ese instante ya sería imposible regresar atrás. En la soledad del alma se escuchaba el lamento de las guitarras, como en las noches de invierno cantan las cigarras, realmente no sé qué pasa, ¡mira afuera! dijo, es terrible como llueve. Pero a la tormenta que ella se refería era a la que guardaba en el corazón…

Nacemos solos, morimos solos, El transcurso entre lo uno o lo otro es solo ilusión. Como conformarse con cualquiera con tal de evadir la soledad. Y si hubiera una manera de explicar la miseria de un hombre, seria esa.

Allí estaba otra vez, acongojado. Y frente a él, un individuo este se encontraba impávido, tenía una mirada fría, cortante, su lívido marchito, acompañado de una expresión poco común que él ya tanto conocía, pero generaba en sí mismo un ruido una especie de zumbido agudo y doloroso, como un gélido suspiro le recorría la nuca, daba la impresión que venía removiendo algo dentro de él, recuerdos, memorias, sueños, venia agitando todo sin motivo. Mientras bajaba la mirada, ¡Pensó! se avecina otra vez, ese pasado infernal que dé a poco olvidaba.

“Jamás olvidaré aquella mirada” se replicó.

Y ya faltaban pocos días para morir, el momento estaba más cerca aún, pues ya había concluido su carta, en la cual describía los mejores momentos de su vida, que a su vez era también parte de una despedida donde agradecía sinceramente y de corazón a todos sus seres queridos, a sus más grandes amigos, el que estuvieran allí, una última vez, junto a él, esperando así que acepten su última voluntad, aquella funesta y necesaria decisión de partir de este mundo era la manera más sutil de decir adiós o hasta luego, a medida que avanzaba su escritura se preguntaba… ¿Aquella decisión era la correcta?

Una noche decidió que se perdería por última vez, entre aquellas callejuelas obscuras, repletas de vicios, ruidos y gentes inmundas, mientras vagaba perdido entre esos tétricos callejones, ¡se reía! Del miedo, de la angustia, se reía de la soledad porque hace mucho fue adoptado por esa tierra extraña, siendo un extraño en esa villa ilusoria, huraña, maldita talvez, pero que hermosa estaba, adornada por un río grande, una bella dársena, un artillero emblemático y si con mucha gente arrogante. Pero el no es más que un fantasma que salió a caminar, hasta lo más profundo, lejos del cielo y sin rumbo fijo, pretendía llegar hasta esos lugares que sus pies aún no conocían. Había amanecido, y en cambio a pleno sol parecía el recorrido más inútil que había tenido, estaba todo desértico, caluroso, con un mar árido enfrente, y ahora sí, perdido y tan apartado pensó este sería un lugar secreto para torcer el destino de cualquiera, o para finalizar el suyo sin pena, sintió miedo, otra vez ese frio rondaba su cuello, ahora hasta su nombre le parecía una burla absurda del destino, ese que borra tus huellas, que te quita la oportunidad de halar el gatillo a voluntad, o esperar a que lo haga el tiempo, total, es el mismo final, con una que otra casualidad.

Hablando de casualidades, ese mismo día, más tarde, conocería ese ángel que le devolvería las ansias de vivir y las ganas de desaparecer, el corazón late con furia está que arde, pero ese ser, iba va marcar un antes y un ruidoso después, que si alguna vez alguien ya lo hizo, nunca caló tan profundo, como aquella vez ella lo hizo.

Iba a llegar arrasando con todo como un agujero negro, en fin, ese el final de una estrella en colapso. Y sí, él así lo quiso.

Aquella tarde, bajo una cortina delicada de rocío, se hallaba de regreso por la orilla de aquel rio, a su vez recapitulaba, aquella decepcionante caminata, de ir de un punto vacío a otro perdido en el mapa, el hecho era incierto porque, para ser la última, no fue tan memorable la marcha, cierto, eso pensaba, no fue hasta que se detuvo en medio de un puente, donde se quedó varado en medio de todo, perdido en la nada, mientras esperaba que la llovizna cese, y miraba su subconsciente como del mundo se ausentaba, ahí permanecía varado, pensando temas sin importancia, obviamente, pero esa tarde inusual, siente como el tiempo se detiene, al parecer se le acaba, y es asfixiante, pero no, la vida estaba a su favor y había algo que le empujaba a querer amar un poco más su dolor, sin rencor, se repetía. Diablos pobre soñador. Anhelaba mirar la muerte, para contarle su poca suerte y entre risas le diría cuánto la había esperado, en esos instantes de poca cordura, sin ilusión, donde las opiniones se habían acabado, no son relevantes, y en ocasión las miradas son objetivas, aquellas miradas furtivas que solo causan nervios y que no se pueden disimular, pero marcan nuestras vidas. De pie sobre aquel puente, recuerda las verdades y mentiras que lo llevaron hasta ese punto de su vida, ahora mira cómo su historia es un libro sin final, cegado por heridas, ahora va, sin amor, y sin necesidad de amar, cerraba los ojos he imaginaba como se precipitaba, asumía que así acabaría el drama, arrojándose al vacío, hasta pegarse contra el frio pavimento, de esta manera acabaría con todos los tormentos, y a medida que pensaba en la caída, las dulces noches frías de soledad le acompañaban, así recordaba aquellas pequeñas tragedias callejeras, los amores furtivos, de alguna manera esos instantes tan breves de felicidad, aquellas noticias que siempre espero pero que nunca pudieron llegar, de modo que pensar en esto, el reventarse contra el suelo, terminaron cambiando por completo la concepción de su existencia, pensó que aquella vida que quería abandonar escapándose por la puerta de atrás. Valía la pena ser vivida.

La duda impregno en él, un ápice de miedo, no sabía qué diablos hacer siendo sincero. Sin percibirlo tenía enfrente a la muerte, pero esta, no vino a llevárselo, vino aumentar su agonía, sabiendo que el ya solo era un ser inerte, sonreía mientras las lágrimas bordaban su rostro de una forma irónica y cruel.

Cerrando los ojos, recitaba…

“Perdóneme usted princesa la desesperación,

pero este corazón me aprieta,

está perdiendo la razón,

va hundiéndose a solas, hambriento de amor,

ahora solamente soy un lastre de poeta,

amante de las partes más solitarias de mis letras,

hay tantas cosas que quiero contar,

pero me ahogo, solamente la tristeza me consuela,

aunque ahora el camino duela,

camino solo, y solo, parece que acumulo el dolor como un tesoro,

aunque no fue la mejor historia.

Amé, fui amado, sentí amor, floreció y se ha marchitado.

Llego como un rayo de sol, me acaricio dulcemente y cuando se fue.

la muerte mi corazón había rasgado,

no caigas en esa estúpida filosofía de que los dos se encontrarán en otra vida,

y si es así, amor mío allá te espero

mientras tanto pondré fin a mía”.

Antes de saltar sintió una cálida mano sostener su brazo y escucho la voz más dulce y delicada, preguntarle, ¿se encuentra usted bien? ¿qué pasó? Al abrir los ojos, Aquella tarde comprendió que el amor a primera vista, era más que un simple choque de miradas, que sí, que un par de ojos pueden ser lo más tétrico y bello que se podría ver jamás, su sonrisa esbozaba tanta historia, su voz tan mágica que estremecía la piel, parecía una dedicatoria, que seguramente llego ahí, para prolongar aquel amargo sufrir se iba reduciendo a nada. Entablo una breve conversación con aquella joven, mientras trataba de explicar el porque se encontraba tan pálido al borde de ese puente, a su vez, la miraba de pies a cabeza, pero le resultaba difícil de entender, ese estúpido cosquilleo en el estómago y anonadado se repetía, de donde ha salido, al escucharla terminó maravillado, por alguna razón extraña, maravillado sentía un esbozo de felicidad que hace mucho no le había tocado, se despidió de manera cortes miro sus ojos y le dio un beso en la mejilla, confundido, le sostuvo la mano antes de dejarla marchar, de manera cortés le invito a tomar un café, oh a charlar, mientras ella asentía, muy dentro sentía ¿Qué?.

Este sería el génesis de una herida, la mas profunda.

Entre la madrugada y la crudeza de la razón, en un ilusorio desliz de locura, le gritaba al viento con desilusión, para que se lo lleve por un segundo de ahí, pensaba que si en el huir estaba recluida la cura de cuando se ama, aullaba a todo pulmón bienvenida, bienvenido amor mío a este escuálido corazón vació, un estropeado ser naufraga a tus pies, cada vez que le ofuscan las llamas. Mientras balbuceaba recordaba cada una de sus ilusiones, esas inevitables desdichas, que terminaban siendo burdas fantasías, que nacieron aparentemente de ese efecto narcótico, que eran parte aparente, de la alucinante inflexión de aquel nocivo aroma de amor, y a su vez, ¡existía miedo!, talvez el temor era su débil andar por el camino sentimental, que le tenía afligido a lo largo del destino. Me voy a entregar por completo a los recuerdos. Me voy a lanzar de lleno a la nostalgia. Está noche te voy a extrañar tanto como pueda porque mañana en mi corazón serás un ser extinto.

A la mañana siguiente, pactaron encontrarse en una cafetería cerca del centro, él había ordenado antes, esperaba con un café en la mano, un poco impaciente y nervioso a la vez, era raro, buscaba distraerse contando las grietas en el techo, a la par que miraba de lado a lado, siempre al asecho de su reloj, pidió otra taza de café, la espera se estaba convirtiendo en una tortura, lo sé, y con el transcurso de los minutos en una decepción. Buscó en su maleta y sacó un libro para matar el tiempo susurró, sonrió pues era su libro preferido “cien años de soledad”, se sumergió en la lectura, en un momento de necesidad, en un despiste alza la cabeza y nota que ella pasa por la puerta de entrada, a la distancia le regala un hola y una sonrisa, este, suelta el libro al verla llegar se inmoviliza, las piernas le tiemblan, alucina, en el pecho su corazón latía, se sentía, como cuando una tormenta se avecina, las palpitaciones se arremolinan a medida que se acercaba, y mientras tartamudeaba, emulaba un hola, anonadado se decía, ni el amanecer más hermoso se compara con tu belleza, solo necesito tu mano para que el mundo tenga sentido.

Pensé que nunca llegarías replicó, y una gran sonrisa le dibujaba el rostro.

En ese momento exacto sintió una punzada de frío en el pecho y recordó aquella mirada cruda de aquel sujeto, carajo “por qué ahora” replicó, antes de desplomarse en seco contra el suelo.

La muerte cobraba el tiempo prestado, la prorroga que desde hace mucho habían pactado.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS