Un fino vello negro azabache, el cual destaca sobre tu tez pálida, cubre desde tus mejillas hasta tu barbilla, tus largas y finas pestañas; este mismo color es el que caracteriza tu cabello, que has dejado crecer durante el tiempo, el tiempo que no nos hemos visto, el tiempo que no te has dejado ver. Aún recuerdo tu cara infantil, tu mirada inocente y penetrante, tu carácter decisivo pero introvertido.

Han pasado semanas, meses, desde la última vez que nos vimos. Qué nos tomamos de la mano. Qué me dejaste sin palabras, sin saber qué hacer. Dejaste de hablarme. Dejaste de querer estar conmigo. Quise entender cada acción que realizaste, cada palabra que dijiste sin embargo aún duele y retumba en mi memoria cada una que pronunciaste. Trataste de tirarme, pero el primero que cayó fuiste tú. Quise levantarte, te dí mi mano sin recordar lo que me habías hecho. Me entregaste tus cadenas, sollozante me pediste perdón. Me quedé contigo, como tantas veces tú lo hiciste. Prometiste cambiar. Prometiste estar conmigo siempre, pero, al igual que yo, no cumples promesas. Te fuiste para siempre, te extraño. No quiero que regreses porque duele, lastima y lloro cuando tu imagen vuelve a mi memoria de manera esporádica. No sé donde encontrarte, ni sé cuando perderte.

Recuerdo la imagen que detestabas, la forma en la que se comportaba, en la que era. Lamento decirte que en ese entonces eras bastante similar, y ahora, lo eres mil veces más. Río cuando te recuerdo juzgando esa conducta, memorizándote de igual forma. Recuerdo tu olor a tabaco cubierto por ese perfume de lavandería. Recuerdo tu olor etil cubierto por menta. Tal vez ya no te extraño. No extraño tu olor, tu ser ni a ti. Sé que sientes, pero siempre lo reprimiste y ahora lo tratas de exponer a cada momento de manera violenta.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS