Lo ves a la distancia. Una alarma interior tensiona todo tu cuerpo. Bajás la mirada, apurás el paso, tratás de evitar que te vea. Desearías que no existiera ese ser repugnante. Ese infrahumano fracasado, que encima pretende acercarse, hablarte, pedirte y hasta insistirte, como si fuera su derecho recibir algo de vos. Esa pesadilla que convoca todas tus sombras. Ese otro miserable que bien podrías ser vos.
Su sola presencia te juzga, te deja en evidencia. Y hace tambalear en un instante los muros obtusos de tu castillo de creencias.
Lo esquivás diéstramente sin mirarlo, sin escucharlo, dejándolo con la mano extendida, con una nueva humillación, y con su Ser convertido en nadie. Te alejás apurando el paso. De inmediato borrás el momento, parándote frente a una vidriera para mirar cualquier cosa que ponga en blanco tu mente; y en seguida reafirmás tu refugio de falsedades, con las palabras que otros te inyectaron: «La vida es próspera, abundante y justa.» «Las oportunidades y la riqueza están al alcance de todos.» «Cada uno forja su propio destino con sus elecciones.» «Yo soy un ser de luz que atrae la luz.» «Solo lo positivo tiene lugar en mi universo perfecto.»

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