Yo
fui lo que fui.
Las
zarzas incólumes,
depositadas
sobre cumbres
iracundas,
la blasfemia de
un
cuerpo sin nación, en la captura
de
los días, llama azul y vespertina.
Acaso
un grito. Hostil o flamígero,
lleno
y corpulento. Hombros
que
se alejan para ofrecer su lamento
en
sangre. Ceniza invariable que ejecuta
simas
o sombras o nada. Lascivo ornamental
de
grandes sótanos conquistado.
Fui,
légamo, sonido, equivalencia;
torpeza
de rosas en los injertos estacionales.
Broma
de los astros que concretan su sepulcro.
Rezo
sin operaciones, mayúscula inicial
de
llanto humilde, y ese rastro que enerva
las
lágrimas hasta el hastío, parada abandonada.
Asolé
la dinámica de los pies, rescaté silencios,
olvidé
rosales insaciables, esos besos de intervalo,
en
las aguas tranquilas del bautizo.
Mi
boca fue puente para la humedad, lenitivo
de
vocales insertado, consonante para una patria
desvencijada,
mi boca, sí, humareda de los grandes
y
apagados vertederos.
Fui
de los rezos hacia el solsticio,
adepto
de uñas irreductibles, invencible
en
lo apartado del bosque, mar
que
oscurece y languidece
labios
o vidas.
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