«Entonces, aquel día iba cayendo por un pozo largo y sin esperanzas, la visión de un sendero el cual llevaba incinerando, cada paso que estaba dispuesto a pasar y superar continuamente. Aterrice sobre cuerpos en estado de putrefacción, el hedor pesado de los cuerpos aturdía mis sentidos. Me levante lentamente y decidí salir de aquella habitación y caminar por el lugar. Hace demasiado frío, no entendía donde me encontraba pero era un lugar vacío, gris y muy triste. Mi mente trataba de asimilar todo lo que veía; el maldito infierno en vida. escenarios fúnebres, casas en ruinas y miles de cuerpos llevados por el suicidio.

Seguí caminando varios kilómetros mas. Mis piernas muy débiles se encontraban, quería descansar, el cansancio se llevo mis ganas de proseguir, mis ganas de luchar. Cuando decidí sentarme, se aproximaba un pequeño niño que venia hacia donde yo me encontraba, era muy curioso; vestía un gran traje blanco que no dejaba ver sus pies y una mascara azul que cubría su rostro. Su cabello es de color castaño y sus ojos eran grandes y expresivos de color cafe claro. Se acerco lentamente. Cuando se aproximo, simplemente susurro:
– «Los crematorios trabajan sin parar». Me abrazo fuertemente. Quede inmóvil y no podía pronunciar ninguna palabra. El agarro mi mano y me llevo hacia un sendero arduo, yo solo me dejaba llevar, no sentía miedo ni pánico solo quería encontrar un lugar donde descansar.

Llegamos a una puerta inmensa que rápidamente comenzó abrirse. El pequeño niño me miro fijamente y susurro de nuevo: – « Bienvenido, aquí descansan todos ». Seguía sin poder pronunciar una palabra; Cuando pude aclarar mi vista, visualice detrás de aquella puerta sitios que reconocía, paisajes y lugares de mi infancia. Un sentimiento de agonía y tristeza penetro mi alma, las lagrimas comenzaron a brotar desde lo mas hondo de mis depresiones, aunque eran sitios de mi infancia se veían desgastados, destruidos, terminados. Todo cambio de humor, el cansancio se flagelo y la rabia no dudo en escaparse, pero la impotencia sobrepasaba mis recuerdos y no pude escapar de allí. El pequeño niño siguió guiando su camino, no entendía porque llevaba mascara. De nuevo, ese olor hediondo volvió hacia a mi, nos encontrábamos en frente de un gran crematorio. Mi estomago se revolvió fuertemente sabia que era mi final, estaba destinado a ser una maldición. Todos los cuerpos que se encontraban en el suelo, se levantaron, venían hacia a mi, yo solo sonreía, sabia que me esperaba y como iba a terminar esto. Los malditos cuerpos putrefactos me levantaron y entramos al crematorio, el pequeño niño se mantenía junto a mi, tomaba mi mano y exclamaba:

– « No importa nada, cada segundo que viviste lo desperdiciaste en adicciones y consecuencias tiradas en miseria. ». Entramos a una pequeña habitación, listo para ser olvidado. La puerta del horno crematorio se abrió y allí estaba yo, preparado. Los putrefactos vivos, comenzaron a desaparecer y la habitación quedo totalmente vacía, excepto por el niño.

Sentí pánico, iba ser cremado y arrastrado. Muerto sin ninguna compasión pero no suplicaba para que me dejaran libre, lo merecía, lo necesitaba. El pequeño niño se quito la mascara. Todo mi cuerpo quedo paralizado e inundado en culpa. El niño detrás de esa mascara era mi infancia reflejada, mi yo sensible, mi yo inocente. Yo mismo atraje mi muerte. Yo mismo guíe mi camino a la perdición. El horno se cerro y un gran silencio se escucho. »

-W, Andrés.

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