Al cerrar los ojos viajo y es extraño porque siempre voy a mismo lugar.
Es un campo más como un pequeño valle rodeado de montañas, en el centro está una laguna de aguas apacibles y cálida.
A un extremo hay un árbol frondosos con ramas y hojas bailando con el viento, no es muy alto, tiene un tronco que se extiende a forma de raíces sobre el suelo y algunas de sus ramas caen por los lados – de lejos es como si se mirase una gran sombrilla verde moviéndose -.
Luego, hay una pradera suave y cómoda de esas con el pasto amarillento mediano yendo de aquí para allá , son pequeñas olas sin romperse en ninguna orilla, sólo van y se regresan. Algunas veces se vuelve un pequeño remolino.
En ese valle está una cabaña, es pequeña, tibia y acogedora. Acá vienen todos cuando se marchan, cuando están cansados y abatidos. Cuando la vida se hace un cúmulo de dolores y pesares insoportables para un cuerpo humano.
Acá hay paz.
En mi sueño, siempre estoy despertando dentro de la cabaña. No me parece extraña. Siento conocerla y pertenecer a ella desde tiempo atrás. Me levanto igual quel sol haciéndose notar entre los pequeños rayos habitando la casa. Se percibe un sonido afuera. Quiero saber de donde proviene así que salgo.
Al abrir la puerta la claridad de la mañana me ciega por un instante, al ver el pasto me da nostalgia, quiero llorar pero de alegría. Es el lugar donde siempre quise estar.
Salgo corriendo, como si volara, entró al césped. De verdad estoy muy feliz. Hay llanto en mi rostro pero sólo puedo correr, quiero llegar al árbol, sentarme un rato y luego lanzarme en el agua.
Aquí el tiempo va lento como mínimas pinceladas sobre un cuadro, como si la vida tomase la real importancia y, estuviera la armonía.
De ese sueño no quiero despertar.
Al llegar al árbol regreso la mirada a la casa y noto que está más lejos de lo que creía y, tras mi paso se ha hecho una marca entre la maleza. El cielo cambia de color, se vuelve naraja con rosa y azul.
El árbol tiene una puerta que abro, da a una inmensa pradera verde por donde sopla en viento y se puede ver. El viento tiene forma de nube, otras veces se ve como el cielo pero casi siempre como gato.
Hay una persona sentada en una mecedora al extremo de la puerta, junto a ella un blanquito casi a sus pies, ahí me siento. Nunca le vi el rostro, la persona se detuvo y poza mi cabeza entre sus piernas y manos. Es muy cálido, mi piel lo reconoce, mi cuerpo lo sabe.
Deja caer suaves caricias que se funden entre mis cabellos.
Quiero llorar, siento un vacío en el pecho que se cura, mil porqués resueltos y la cuenta de besos por dar se salda. Es como entender el principio de todo y nada. Mientras veo la pradera que pareciera no tener final lo entiendo todo.
Siempre pertenecía acá.
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