María (parte 2)

María (parte 2)

Rorday-

19/12/2020

                                                                                  Dos

Después de una caminata larga en silencio, ambas hermanas tuvieron tiempo suficiente para dejarse envolver por el bosque y notar cada detalle de él .El crujido de la hojarasca en cada pisada, el canto de las aves, el viento, la naturaleza misma removiendo todo recuerdo amargo de la plática anterior. María jugueteaba con cada detalle minúsculo del bosque que mereciera su atención, por su parte Ana solo disfrutaba el paisaje, sin duda nada como el otoño en su expresión más virgen como para purificar la mente. En su camino se divisó un tronco, seguramente un árbol que no tuvo mucha suerte en temporadas de mucho viento, pero ahora serviría como lugar de descanso en su caminata. Ambas deciden que es un buen lugar para sentarse y descansar.

—¿Cómo sabes a dónde ir?—Preguntó María mientras se acomodaba encima del tronco para tomar la mejor postura en su superficie irregular.

—Eso no importa—Contestó Ana decidida a no dar mucha información, tal vez porque ni siquiera ella lo sabía.

—Pero es un bosque muy grande—Insistió María echando un vistazo panorámico al lugar en donde se encontraban, jugueteando con sus piernas que estaban colgando del tronco al que había subido.

—Lo sé hermosa, pero no pasará nada—contestó Ana, e intentó brindarle seguridad con un gesto cálido—No tengas miedo, estás conmigo y sabes que siempre te cuidaré.

—Creo que por eso tengo miedo—contestó María con una risita.

El cometido de Ana no impidió que María dijera un chiste sarcástico, aunque eso denotaba su confianza recuperada. Sus miradas divertidas se encontraron en ese momento, ambas se conocían mutuamente y María sabía que la mirada de Ana anunciaba un tradicional “ataque de cosquillas”, así que inmediatamente saltó del tronco para huir de su atacante, pero fue rápidamente alcanzada; en ese momento el tranquilo silencio del bosque se rompió para dar paso a las fuertes carcajadas de María, y el sonido de la hojarasca que provocaban sus manoteos para alejar su divertida tortura. Ambas hermanas juguetearon un rato mas, no podían desperdiciar la oportunidad de divertirse un poco en un bosque tan hermoso, lejos de sus padres, lejos de sus problemas, y preocupaciones que su hogar les había obsequiado.

—¡Ay!—exclamó la chiquilla risueña, cruzando su brazo en su barriga un poco inclinada al frente, aún recuperándose del dolor en su abdomen por las contracciones al reír tras las divertidas cosquillas—Este día ha sido magnifico, un día sin papi y sin mami, solo contigo hermanita, ¿No es emocionante?

María se desenvolvía con auténtica paz mientras reposaba alado de su hermana. Hacía mucho tiempo que ambas hermanas necesitaban un momento así. Verdaderamente la idea de Ana les había caído de perlas, fuera de la presión emocional que provocaba estar tras las paredes de su casa al que difícilmente podrían llamar hogar.

—Creo que este día sólo podía conseguirse en mis sueños—continuó María—Siempre quise tener un día así contigo, pero no era posible, es hermoso que se esté haciendo realidad ¿Recuerdas cuando te platicaba cómo fantaseaba huir contigo?

—Sí—contestó Ana mientras comenzaba a rebobinar sus memorias—Recuerdo que un día me propusiste que nos fuéramos para siempre, esa vez te dije que no era tan sencillo hermanita, que la vida no era así de fácil, pero… —exhaló un suspiro—Ahora me doy cuenta de mi error, que en realidad era más fácil de lo que pensaba, sólo se necesitaba decisión. No obligatoriamente se tienen que respetar las supuestas reglas de la casa, no si queríamos ser libres y felices.

Ana comprendió que la decisión de huir pudo haberse dado en mejores condiciones a las actuales, y en parte se reprochó en ese momento que no necesariamente debió esperar que ocurriera un evento tan fuerte como el que habían sufrido para tomar esa decisión.

—Gracias hermanita—dijo María interviniendo con los pensamientos de Ana.

La intención de María era hacer sentir mejor a su hermana. A pesar de ser una niña, comprendió todo lo que estaba pasando por la mente de su hermana mayor, quería darle a entender que no era demasiado tarde como ella pensaba, que aún era tiempo y que lo disfrutaba a pesar de las circunstancias.

—Es un sueño hecho realidad para mí, eres la mejor—prosiguió María. Se acercó a su hermana y la abrazó.

—Bueno— dijo Ana separándose poco a poco de María— Sigamos, aún hay mucho que recorrer, además debemos planear qué haremos con nuestra libertad—Reflexionó. —Aunque después de todo, estoy convencida de que hagamos lo que hagamos no nos puede ir peor ¿No crees?

—Sí, pero no quiero hablar de eso—Contestó María decidida.

—Te entiendo, a partir de hoy seremos sólo nosotras ¿va?—dijo Ana intentando animar a su hermana.

—¡Va!— exclamó María.

El día era hermoso para una ocasión así, un dúo de hermanas caminando y disfrutando cada detalle que la naturaleza ofrecía. Ana caminaba con mucha atención a los minúsculos detalles de la naturaleza, perdida en sus pensamientos, divagaba en su mente con la hipnótica vista de los arboles moviendo sus hojas amarillas, miraba con atención incluso lo suficiente como para notar cómo de vez en cuando alguna que otra hoja se desprendía y terminaba cayendo con suavidad en el suelo para reunirse con las otras que sufrieron el mismo destino.

—Este es un bosque hermoso—dijo al fin—A pesar de que no es la primera vez que venimos a este lugar, sí es la primera vez que puedo disfrutarlo de esta manera—aún con la mirada en los arboles notó una hoja más que caía y continuó—Ahora se cumple nuestro más grande sueño hermanita, es un día que representa la libertad. Por fin libres de esa prisión de dolor y sufrimiento, por fin libres de la oscuridad de nuestro cuarto, el sueño más anhelado es nuestro, sin rumbo, pero felices y juntas. Sabes que te quiero, y el daño que te haya causado lo lamento mucho, habrá sido por tu bien…—hace una pausa—o por temor.

—Olvídalo hermanita— Contestó rápidamente María— No tiene importancia, yo también te quiero y sabes que mucho, solo que me hubiera gustado que mi mami hubiera venido con nosotras, al fin de cuentas sé que también fantaseaba con lo que nosotras queríamos.

—Sí—afirmó Ana—Compartía nuestros sueños, pero sabes que no era posible, o no se pudo, ella se quedó con él, y no creo que haya conseguido hacer más.

—Bueno pero…—.

Un sonido detuvo su plática y al momento, ambas hermanas se detuvieron para averiguar qué lo provocaba.

—¡Pero si es una ardillita! —Dijo María sin poder contener toda la ternura que le provocaba, después de todo era una niña. Empezó a acercarse a ella con mucho cuidado para no espantarla. — ¡Qué bonita ardillita!— comenzó a decir con ternura como si se tratara de animar a un bebé—Con su colita, sus ojitos, y con esa semilla en sus manitas. Hola ardillita, soy María, y quiero que seas mi mascotita—expresaba María mientras a paso lento intentaba acercarse cautelosamente al animal.

—¡No!—Gritó Ana al ver que María extendía sus manos poco a poco para alcanzar a la ardilla que estaba posada en la base de un árbol.

—¿Por qué?—preguntó María frunciendo el ceño en señal de desesperanza, aún intentando extender los brazos.

—Te puede morder y no quiero que te pase nada, aléjate de ella—advirtió Ana sin evitar pensar por un momento que se estaba pareciendo un poco a su madre.

—No me pasará nada, a parte no creo que me muerda ¿tu sí? mírala “es tan tierna”, mírala, “como nos mira”— dijo nuevamente María y con cada frase no podía evitar sentir ternura hacia la ardilla.

—Sí, pero no— negó Ana, era firme con su decisión, siempre había tenido el papel de hermana mayor y eso implicaba tener que tomar muchas veces el papel del adulto aburrido en situaciones incomprensibles para María, aunque tuviera que convertirse inevitablemente por un instante en lo que no quería ser, su madre. —No quiero que te pase nada, he escuchado que pueden tener rabia o algo así, no quiero que te acerques a ella, por favor aléjate—. Suplicó.

—¡Qué mala eres! tu no me quieres— reclamó María. Esta vez estaba usando todos sus recursos verbales para convencer a Ana, sabía que sus palabras anteriores eran fuertes, pero quería esa ardilla consigo.

—Porque te quiero es porque hago esto, y no trates de chantajearme— contestó Ana aún decidida.

En ese momento la ardilla lanzó un chillido, María se encontraba cerca de ella y volteó inmediatamente, supo que la mascota tendría que esperar, la ardilla le había advertido.

—¡oh, oh!—exclamó María un poco asustada.

Volteó su mirada y se percató que en efecto la ardilla se notaba enfurecida y mostraba sus dientes en señal de advertencia ¿las ardillas hacían eso? definitivamente no era momento para estar tan cerca del animal. Intentó dar un paso atrás, pero la ardilla se movía hacia ella; en ese instante sintió el empujón de Ana sin percatarse en qué momento se abalanzó hacia ella y menos aún el instante en que tomó la piedra que llevaba en sus manos.

La piedra se convirtió en proyectil y en un segundo la ardilla había dejado de representar una amenaza, un impacto directo en su cuerpo provocó que quedara aturdida sobre el suelo con las patas hacia arriba, la situación había dejado de ser en absoluto tierna o inocente, pero estaba por convertirse en algo peor, un evento perturbador. María lo notó en ese momento, el rostro de Ana se había trastornado, ¿ella era su hermana? Sí, lo era. Su hermana quien sin absoluta cordura tomó la piedra nuevamente y en un intento desquiciado por acabar con la amenaza ya inexistente empezó a masacrar a la ardilla en el suelo, como si estuviera desquitando toda una vida, una vida de miserias y de tormentos con ese cuerpo diminuto. Un día perfecto había terminado de esta manera. Ana lo comprendió demasiado tarde.

Como si volviera a tomar conciencia de sí misma, como si estuviera despertando de una pesadilla, en ese instante frenó la desagradable escena de golpe, perdiendo la mirada hacia el frente. Escuchó a sus espaldas los sollozos de su hermana y bajó la mirada para descubrir la piedra ensangrentada en sus manos, inconscientemente comenzaron a temblarle, dejó caer la piedra de sus manos como si se le resbalara. Con respecto a la ardilla no tenía caso mirarla, no quería hacerlo, sabía que no sería agradable. Ana volteó a ver a su hermana quien tenía los brazos cruzados en su pecho como si estuviera buscando cobijo, su llanto se hacía más intenso, casi desesperado.

—María— alcanzó a formular Ana. No sabía qué decir en ese instante, la culpa era demasiada y caía con su peso completo sobre sus hombros.

—¡Tú eres mala! no tenías que matarla, y menos así— reclamó María aún sollozando— ¿Que te hizo la pobre ardilla?—Su pena era la de una infante, sus ojos estaban inundados en lagrimas, sus labios tiritaban de tristeza. Ana contemplaba a su hermana, la felicidad de estar con ella se había esfumado, la seguridad que le había brindado se había disipado, ahora su hermana se abrazaba a si misma mientras volteaba a verla con horror. Eso la quebrantaba.

—¡La hubieras dejado ir¡—reclamó María mientras proseguía— Aunque no me la quedara, pero no la hubieras matado, no quisieras que eso te pasara a ti ¿verdad?— tomó un momento para seguir llorando— ¡Ay! pobrecita ardillita, tal vez tenía hermanitos o hijitos.

Los reclamos de su hermana eran dulces y llenos de la inocencia propia de un niño, Ana estaba completamente de acuerdo con su hermana, ¿Qué había hecho? Ésta no era ella definitivamente, tenía que darle a entender a su hermana que aún podía confiar en ella.

—Perdóname María—suplicó Ana—No quería que te pasara nada y…—bajó la vista, no podía soportar ver a María así de destrozada, además su mirada la hacía sentir culpable hasta las entrañas, se le encogía el corazón—Tuve miedo de que se te lanzara encima, perdóname por favor te prometo que después cuando lleguemos a nuestro destino te compraré una ardillita más bonita. Ándale ¡Va!— Sabía que había sido un intento mediocre de animara su hermanita. Se acercó a María para intentar tener contacto y poderla hacer sentir mejor y hacerse sentir mejor a ella misma “en verdad lo necesitaba”. Pero no fue así, María rechazó su abrazo haciendo su cuerpo atrás.

—¡No!—advirtió María— No me toques, tú no eres mi hermana, no tenias que hacerle eso a la ardillita, ya no te quiero, me das miedo.

Las palabras de María habían sido fuertes, pero en Ana fueron increíblemente intensas, como cuchilladas en su pecho. Las palabras de su hermana la habían hundido en un mar de soledad, de pronto estaba sola en el mundo. El rechazo de su hermana le había destrozado por completo y aunque intentaba mantenerse en pie estaba abatida, todo lo que había cometido lo había hecho por ella y el dolor que tenía en ese instante era uno que había acumulado durante toda su vida. Ahora María era su única compañía y ella misma lo había dicho, las palabras de su hermana menor no paraban de rebotar en su mente como eco por todas partes, no podía borrar esas palabras “ya no la quería”“le tenía miedo”, ¿acaso era cierto?

—¡No¡—suplicó Ana—No digas eso, por favor— Su voz se quebró sin poder retener más sus lagrimas, el nudo en la garganta la mataba como si fuera un montón de espinas atoradas, no le dejaba hablar con claridad, estaba abatida y sus rodillas le vencieron finalmente, se dejó caer al suelo de rodillas y comenzó a llorar abiertamente, se hizo presente su dolor.—No digas eso hermanita— continúo desesperada, lo perdía todo en ese momento. Tenía que recuperar a su hermana—No sabes la responsabilidad que tengo ahora contigo, no es fácil decidir qué hacer y qué no, dime lo que quieras, que soy fea, que soy una mala persona o que soy terrible. Pero no me digas que me tienes miedo— Su llanto era imparable y su suplica digna de alguien que implora por su vida—Por favor, perdóname ¡Perdóname ¡

La invadía su desesperación, se ahogaba en un mar de pensamientos fatales ¿su propia hermana le tenía miedo?, ¿ya no la quería?, ¿Qué había hecho?, ¿Por qué manchó sus manos con sangre inocente?

—Sólo que ahora—prosiguió Ana—Después de todo lo que ha pasado no se qué hacer, no es fácil olvidar todo lo que ha sucedido y ahora, solo te tengo a ti, no me digas que me tienes miedo por favor hermanita. También me siento mal por la ardillita—Intentaba con todo su corazón recuperar la confianza de su hermana, en un instante lo perdía todo por una acción incomprensible, las cosas no debieron ser así y en verdad lo lamentaba, seguramente lo lamentaría su vida entera. Había quedado sola.

María miraba desconcertada a su hermana en el suelo, había dejado de llorar sin darse cuenta en qué momento. Ahora Ana estaba en un estado peor del que ella había estado, se encontraba tirada en el suelo frente a ella, de rodillas, rendida por las palabras que le lanzó sin saber lo que provocaría. Ana la amaba profundamente y supo que sus palabras anteriores le habían quebrado el alma, eso mismo le desconcertó también y no pudo evitar empatizar su dolor. Se acercó a su hermana, no podía permitir que le siguiera faltando su consuelo, se arrodilló con ella y la abrazó, los brazos de Ana la buscaron desesperadamente y se mantuvieron así hasta que Ana pudo tranquilizarse.

—Perdóname— alcanzó a decir Ana nuevamente, después de una larga pausa para poder apagar su llanto.

—No, tú perdóname—respondió María—Eres mi hermana, y te entiendo.

—Gracias—agradeció Ana—Tu sabes todo lo que hemos pasado, hemos sufrido mucho pero ahora ya no será así, lo que tenía que pasar ya pasó, y ya no habrá nadie más que perturbe nuestra felicidad. Nada nos ha desgraciado tanto como lo que sucedió ayer y es hora de disfrutar lo que durante años no tuvimos, es hora de estar juntas y convivir, es tiempo de que todo lo que hemos vivido quede como un triste recuerdo.

—Así es hermanita, te quiero, y ya no pasará nada como dices, además ya estamos lejos de todo ese mundo, gracias por ser mi hermana.

—Eres menor y eres valiente, eres una niña que no me dejó sola aún cuando el dolor tenía que ser compartido contigo. No me des las gracias, en verdad te lo agradezco yo a ti—dijo Ana.

Se tomaron de la mano aún de rodillas, sus miradas se conectaron con ternura a través de sus ojos rojos por el llanto y se compartieron una tenue sonrisa, se levantaron y finalizaron con un abrazo perecedero.

Su camino en el bosque de hojas amarillas aún iba comenzando

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