Cada ciudad tiene un sin fin de historias por ser contadas, algunas breves otras largas, historias que nos hacen suspirar de asombro y, algunas soltar una lágrima a escondida. Hay unas que han terminado, otras que recién comienzan, unas que van cruzando la calle un día lluvioso y otras esperando a ser contadas.

Lo peculiar de la que ahora voy a relatar, recae en lo parecido a la tuya, a la mía y la de él. Una historia de suspiros a escondidas, de miradas tímidas y ardientes, de las que imaginamos al tomar café o la que soñamos en el tren, aunque se parece más a las que ocultamos debajo de la almohada.

{Al leer este relato corres el riego de volverte uno de sus personajes o, también puedo estar contando tu historia sin saberlo, de ser así, ofrezco disculpa. Recuerda que aún puedes detener la lectura}

Así comienza, sin un había una vez, sin un tiempo remoto y lejano, no. Así comienza la historia del joven más honesto que había conocido en mi vida, puede que en la vida de otros exista uno con mayor honestidad, pero acá él fue el más honesto.

Pavel tenia veintidos años, demasiado joven para vivir tan atormentado, solitario y perdido en la imaginación de lo que no fue. Su cuerpo había contemplado la misma cantidad de lunas, soles y casi los mismos que llevaba viviendo en la ciudad. Él, como tantos otros, deseaba desde el fondo del alma encontrar el amor verdadero. Ese que te hace sentir cosquillas en la panza, el que te desorienta del tiempo y te lleva al espacio. El boleto de viaje a la luna, el tour por martes, bajar estrellas y encender mejillas. Con esa edad Pavel aun escuchaba baladas, aun le gustaba mojarse en la lluvia y caminar sobre las rayas en la calle sin pisar cuadros.

Cada vez al salir de casa, se preguntaba – ¿Será hoy el día? – acicalándose un poco mas de lo normal para terminar saliendo de la misma forma que el resto de los días. Recorría los lugares conocidos como un ritual, una penitencia o una condena, aferrándose a la historia creada antes de dormir. En ocasiones solía caminar la ciudad sin tener motivos, sin saber a donde ir, sin imaginar a donde lo llevarían los píes. Y después de ser invadido por el agotamiento, sentando en una plaza veía a las personas ir de un lado a otro, encontrándolas siempre tan aceleradas y con miedos ocultos.

Imaginaba de donde venían y la razón porque caminaban tan rápido y sin versé. En las personas encontraba esas dos peculiaridades que atribuyó a el progreso de la sociedad, a la televisión y a el periódico. Y no solo era la rapidez de las personas en las calles que no los dejaban mirarse, sino que aún estando en reposo, como en una estación del metro, un súper o en el cine huían de establecer contacto visual con cualquier desconocido y, de ser así lo evadían rápidamente como si de permanecer mucho tiempo en la mirada de algún extraño representase un hechizo o un conjuro inquebrantable.

A veces jugaba sobre ello, a mantenerle la mirada a alguien sin conocerlo, a acercarse y preguntar cualquier cosa por cortesía, por educación, por idiotez.

El día que Pavel vio por primera vez a el amor de su vida no imaginó que sería el último, tampoco imaginó que sucedería, hasta había salido de casa sin hacerse la pregunta.

Era una mañana fría, tenía examen y no había estudiado, iba a la universidad tan temprano para repasar lo apuntes de sus compañeros. Sin esperar que sucedería, un día de octubre, un día de invierno, un día cuando llovía y, todos corrían mientras el caminaba lento.

La misma parada de bus, el mismo vagón para esperar el tren, el mismo asiento, las misma personas que pensó en saludar un día debido a la frecuencia con que los veía. Las personas saliendo del metro, Pavel saliendo del metro, las personas corriendo al metro.

Vaya que aquella ciudad era un caos y, aún mas cuando llovía y, las calles se llenaban de historias que gritaban, historias chocando, historias mudas y bellas como el amor de Pavel.

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