Deseamos con tanta fuerza que nuestra esperanza resurja, por alguna razón regresamos a los ásperos ríos que rasgan nuestros pies, quizá sea el miedo a ser felices, quizá sea el miedo a pensar que vamos a fracasar. Pero cada día que regresamos es un día en que no deseamos salir, odiamos y aborrecemos nuestra permanencia, pero aborrecemos mucho más ponerle un fin. De repente hay momentos, en que el brillo de la verdad ilumina nuestras mentes, nuestros ojos, a veces sufrimos tanto que cambiamos de maneras enormes, en esos lapsos aborrecemos nuestra apatía, nuestra indecisión y lo único que queremos es enfrentarnos, podernos mirar con orgullo y convertirnos en el individuo con el que soñamos cada noche, poder alcanzar la luz de aquel cielo que tanto ansían nuestros dedos. Pero esto no es suficiente, porque la vida se compone de más de un día, de más de un pequeño momento de lucidez, el silencio regresa y con el nuestra indecisión. A veces quisiera que esos momentos de brillo fueran permanentes, que viéramos aquel cielo cada segundo de nuestras vidas, para poder vivir más felices, más atentos, más comprometidos, pero eso no es más que una ilusión, esos brillos son solo una pizca de lo que podemos lograr con nuestro esfuerzo. Quizá requiere que cada día busquemos el brillo por nuestra propia convicción, a pesar de que nuestros pies retornen al lugar donde son rasgados, dónde nos recostamos en un charco inmenso y oscuro, que nos absorbe y nos vuelve lentos, pesados, tristes, dónde cada segundo que pasa el cuerpo se envuelve, como un capullo, cada vez más y más, hasta que la frente toca las rodillas y los ojos se cierran mientras la boca se frunce y los puños se endurecen…pero siempre puedes regresar de nuevo al brillo, aquel lugar de verdad, que enaltece nuestras mentes y nos hace pensar que viviremos para siempre, vamos de un lado a otro, del lago oscuro al cielo brillante, visitamos ambos lados, y es parte de nosotros decidir en cual queremos vivir.
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