Relato sobre mi madre.

Relato sobre mi madre.

José Francisco

16/12/2020

Por las noches mamá mientras peinaba su larga cabellera solía contar historias al azar, cuentos de su niñez, relatos atesorados y también la historia recurrente de como rechazó a un hombre adinerado por estar con papá.

La escuchaba con mucho interés aunque solía actuar que no le prestaba atención, debido a que cuando termina de peinarse caía en los relatos de misterios y fantasmas que aún de grande me causaban temor. Mis sobrinos eran unos masoquistas que dibujaban una media luna sentados a su alrededor oyendo aquellos cuentos.

Las historias me las sabia de memorias, así como el final de mis sobrinos abrazados con las piernas temblando, luego yendo al baño en fila mientras esperaban que cada uno hiciera pipí para juntos terminar en la cama.

Tenía una lista de historias favoritas, unas que solicitaba oír una y otra vez, así como otras que deseaba no haber escuchado jamás porque me causaban tanto temor. Por las madrugadas despertaba luego de tener pesadillas, me cubría por completo con una sabana – asumía que si un fantasma me veía así, se asustaría él en vez de yo ser el asustado – y con los ojos cerrados, bien apretados deambulaba por la casa hasta caer en la cama de mamá.

Era tan cómico porque mas de una vez me lleve corotos de la cocina por delante, ocasionando que todos se despertaran y, me vieran como una momia tanteando los objetos en la oscuridad. Cuando la travesía nocturna no tenia ningún accidente y llegaba hasta su cama sin dificultad, era ella quien me asustaba con un sobresalto seguido de un grito – ¡Muchacho del carajo!¡Me asustaste!- yo le afirmaba que había tenido una pesadilla, que no podía dormir y, luego me metía entre sus piernas sin siquiera escucharla.

Al final era ella quien ocasionaba esas pesadillas, así que debía soportarlo, estaba en mi derecho como hijo. Luego la travesía nocturna seria mas corta cuando decidió «separarse» de mi papá, yéndose a dormir para mi cuarto, lo positivo era que solo daba un par de pasos aún envuelto en sabanas hasta encontrar su cama en la oscuridad… lo negativo fue que los reproches por haber rechazado aquel hombre enigmático, lleno de cualidades, casi perfecto por preferir a mi padre aumentaron.

Hoy recordando mis historias favoritas caigo en una muy peculiar, la sabía desde pequeño porque antes que mis sobrinos dibujaran la media luna sentados, eramos mis hermanos y yo que nos echabamos en el piso a ver peinarse a mi mamá mientras relatabas los cuentos.

Ella nos contaba que en su época de escuela tuvo una amiga poco agrasiada, solitaria y retraída que caminaba como una serpiente. Sus compañeros solían burlarse de ella por esta características, la rechazaban y le colocaban apodos por este hecho. A lo que mi mágica madre defendió a capa y espada a esta chica, volviéndose así grandes amigas, fueron tan intimas que ella animaba para que dejara a mi papá cuando empezaron a salir.

A mis cincos años este relato era tan fantástico porque odiaba y amaba a la chica que caminaba como serpiente, odio por no tolerar que hablara mal de mi padre y, amor porque no dejaba de imaginarla como realmente una serpiente y, por mucho tiempo fue razón de pesadillas donde ella se volvía una anaconda para comerse a mi papá.

Luego de mucho tiempo ella y mi madre perdieron contacto, sus vidas de esposas la llevaron por caminos distintos y, una día de tantos cuando tenia alrededor de 15 años mamá regreso muy emocionada del mercado diciendo que la vida la había sorprendido al encontrase nuevamente con esta chica. Le sorprendió que tuviera hijos – inmediatamente los imaginé caminando como serpientes – pero ella mutiló mi imaginación al decir que no caminaban como ella, aunque a pesar de los años su amiga no había perdido la destreza para moverse como el animal.

Yo de verdad solía imaginarla hasta con piel, lengua y arrastrándose como una serpiente tan veloz entre la gente. Imaginaba a mi madre como la caricatura -mi compañero de clases es un mono- pero acá la extraña era su amiga serpiente en una escuela de humanos.

Hasta que un día al salir junto a mamá con la amargura que representaba acompañarla, es que ella acostumbraba a tomarme por el cuello y no dejaba de hacerlo hasta regresar a casa, que tortura era cuando deseaba que yo mirase algo y no lo encontraba con la visión, movía mi cuello como si fuera un títere con tan violencia que el pobre me quedaba doliendo por días.

Esa ocasión luego que mamá estuviera por largo rato hablando con una señora, morena, algo regordeta, con una dificultad para caminar que la obligaba a levantar el trasero y, con cada paso crear una onda en su columna descubrí mi gran equivocación. Ella me presentó a su amiga, que duró largo rato estirandome lo cachetes y revolviendo mi cabello para luego decir – ¡Ay! Es lindo tu hijo para nada se parece a su padre – y yo por dentro diciéndole – ¡Estupida como te atreves a meterte con mi papá! – cuando por fin se despidieron, para otra vez pellizcar y alborotar mi cabello dejando a mamá soltar un gran suspiro.

– ¡Esa como que ha vivido enamorada de tu padre toda la vida! -.

– ¿Quien mamá? – le pregunté.

– ¡Esa! – voltea mi cuello casi como el exorcista – ¡la que camina como una culebra!.

Ahí, en ese instante, mi mundo se detuvo. Todo lo que había construido en la imaginación fue perturbado por la imagen real de aquella mujer, sentí tristeza, odio, rabia y mucho dolor por mi cuello.

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