Y de repente estaba ahí. Fuerte, robusto, con una belleza que no conocía límites y cargado de riquezas impensables.
Unos dicen que apareció entre la bruma de una explosión; otros que una mano misteriosa le dejó en ese lugar.
Sea como fuere ahí estaba. Vagando. Solitario.
El tiempo iba pasando y su belleza y su riqueza lejos de empequeñecer no hacían sino aumentar, y él vagaba…orgulloso, pero solitario. Hasta que llegó un momento en que ese orgullo se convirtió en rabia y esa soledad en pesadumbre. ¿De qué le servía tanta majestuosidad si no tenía con quién compartirla?
Aquella situación le llegó a provocar tal desazón que enfureció, y así, convirtió su belleza en poder y sus riquezas en armas.
Durante mucho tiempo batalló contra sí mismo convirtiéndose en verdugo y víctima de su propio poder.
Heridas abiertas que llenaron su cuerpo de protuberancias, líquido anegando todas sus cavidades y orificios abiertos que desde lo más profundo vomitaban toda su ira fue lo que quedó después de aquella larga contienda.
Calmado por la extenuación de aquella ferocidad y cuando ya se había resignado a su vida en solitario se dio cuenta de que un pequeñito ser, como queriendo huir de un ahogamiento seguro, luchaba por salir de una de esas cavidades anegadas.
Al fin tenía compañía, alguien con quien compartir su riqueza y que agradecido admiraría su belleza. No lo dudó ni un instante y con mimo y todos los medios a su alcance ayudó a ese ser para que no pereciera.
Y quiso el destino que aquellos dos seres vivieran unidos por el resto de sus días.
El uno, con el único fin de que aquella pequeña criatura creciese, evolucionase y le acompañase en su andadura puso a su disposición, y sin condición alguna, todo cuanto poseía: refugio donde guarecerse en las frías noches, agua de los más ricos y hermosos manantiales, alimento con qué saciar su hambre y el aire más puro y limpio que existía en el universo.
Así fue pasando el tiempo hasta que ese ser pequeñito, víctima de su propia evolución, creyó ser más fuerte, inteligente y superior que aquel que le vio nacer.
Ya no tomaba las cosas con respeto como había hecho al principio de los tiempos. Ya no las consideraba un regalo, simplemente le pertenecían.
Cuanta más riqueza conseguía más crecía su avaricia y cegado por ella no se detuvo ante nada. Tenía que satisfacer su ambición por encima de todo.
Contaminó las aguas, quemó los bosques, ensució el aire, manipulo los alimentos y hasta olvidó quién era su creador. Le maltrató, le castigó, le vapuleó, le hirió y le sodomizó.
Este, agonizante, sólo pensó en defenderse de aquella creación que acabó convirtiéndose en su propio cáncer.
Y así, el planeta Tierra, hoy es brutalmente asolado por erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones, terremotos y un sinfín de catástrofes que no son sino las lágrimas de sangre de este, mi querido planeta.
FIN
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